Excéntricos y poderosos

Las costumbres de Rivadavia a la hora de cenar, los extraños “ataques” de Rosas, el “karma” de Nicolás Avellaneda.

Excéntricos y poderosos
Excéntricos y poderosos

Bernardino Rivadavia ostenta el título de primer Presidente argentino, su carrera política generó admiración y rechazo, aunque todos coinciden en otorgarle una personalidad un tanto pedante y con tintes excéntricos.

El general Tomás de Iriarte, autor de una de las memorias más extensas de la historia, concurrió a una cena durante este mandato y dejó un pintoresco relato al respecto: "El principio de la comida fue silencioso. El respeto y el reconocimiento eran tan profundos como en la Iglesia. El vino, como entonces era ya costumbre, se servía por los criados. Las botellas estaban fuera de la mesa, en un aparador 'ex profeso'.

La copa en la que el presidente bebía se diferenciaba de las de los convidados en que aquella era de más magnitud. Los criados no servían el vino sino a una señal del presidente, y éste, en el espacio que mediaba entre seña y seña para los convidados, hacía dos o tres para que le sirvieran a él solo en su copa regia. Bien chocante era por cierto esta ceremonia, o por mejor decir, tan mezquina grosería (...)”.

Aparentemente la actitud de Rivadavia al hacerse con el poder cambió, volviéndose un tanto soberbio. John Beaumont, un inglés que se encontraba de paso por Buenos Aires y lo conocía con anterioridad, dejó testimonio de aquella mutación: "Don Bernardino -escribió tras visitarlo- (...) tiene unos cinco pies de alto y casi la misma medida de circunferencia (...) no deja de parecerse a los retratos caricaturescos de Napoleón; y en verdad según se dice gusta mucho de imitar a ese célebre personaje (...)".

En este contexto, se entiende que no despertara pasiones políticas. Tras dejar la presidencia del peor modo, se retiró a su casa. Es interesante destacar que llevó consigo los mue-bles del gobierno, incluyendo el famoso sillón. Lamentablemente muchos historiadores no aclaran que todos ellos pertenecían a su hogar y él mismo los había llevado a la "casa de gobierno" para no generar gastos.

Aunque Rosas no tuvo el título de Presidente Nacional, en gran medida su poder tuvo esa relevancia. Dejando de lado su costado más conocido, haremos hincapié en algunas de sus extravagancias. El Restaurador era afecto a recetar medicamentos a sus amigos.

A Facundo Quiroga le recomendó tratar su reumatismo con cierto ungüento casero.

Según fuentes de la época Rosas protagonizaba ciertos episodios extraños durante los cuales saltaba del caballo y empezaba a correr, agitando los brazos y lanzando gritos descomunales. Finalmente caía al suelo, agotado. Se levantaba y seguía. Algo así como "ataques de pánico". Para sus médicos esto era fruto de los "excesos de vida". Otras veces golpeaba a sus peones sin razón y algunos señalan era un exhibicionista que gustaba de salir en calzoncillos a la sala, al patio e incluso a la plaza.

Para volver a tener otro primer mandatario oficial los argentinos debimos esperar muchos años. En un país divido entre Confederación y Estado de Buenos Aires, Justo José de Urquiza se convirtió en presidente de la primera hacia 1851. Sin lugar a dudas durante su mandato protagonizó una de las rarezas presidenciales que merecen estar en el podio. Por consejo de su vicepresidente, el sanjuanino Salvador María del Carril, el entrerriano reconoció mediante Ley Federal N° 41 a 23 hijos de sus hijos bastardos.

Bajo esta premisa, es tentador declararlo como uno de los presidentes más prolíferos.

Sobre su sucesor, Santiago Derqui, es poco lo que se conoce en general. Se trataba de un hombre alto, moreno, que según las crónicas caminaba muy lento y poseía un semblante extraño, debido a cierta contracción en la boca. Era un verdadero fanático del mate y podía pasar días enteros en cama rodeado de libros.

Sobre Mitre y Sarmiento pasaremos página para recaer directamente sobre la figura de Avellaneda. Don Nicolás fue el presidente más joven en asumir, con 37 años y algunos meses. Era bastante impopular en Buenos Aires, solían llamarlo "chingolo" o "taquito", esto último porque agregaba a su calzado tacos que incidían en su forma de caminar.

Sin embargo el apodo más cruel hacía referencia a la muerte de su progenitor. El día en que Nicolás Avellaneda cumplió cuatro años, su padre -Marco Avellaneda- fue asesinado por órdenes de Juan Manuel de Rosas. Señalan algunos testigos que el verdugo realizó lentamente su trabajo procurando a la víctima un dolor innecesario y cruel. La horrenda escena se completó con su cabeza expuesta en la plaza principal durante días, hasta que fue rescatada por una vecina y entregada a los franciscanos.

Marco solo tenía veintisiete años. Su muerte valió para que además a su Nicolás lo conocieran como "el hijo del degollado". Siendo presidente, recibió la cabeza de su padre y decidió enterrarla en el actual Cementerio de la Recoleta. Sobre la valiente vecina nos cuenta el historiador Armando Alinso Piñeiro: "No era casualidad este arrojo de doña Fortunata.

Porque diez años antes había ocultado en su corpiño comprometedoras comunicaciones de un grupo unitario sublevado contra Facundo Quiroga. El caudillo riojano le ordenó entregárselas, y ella, en rápido movimiento, las retiró de su seno y, simplemente se las comió. De esta manera pudo salvar a los conjurados, que debieron ser liberados ante la falta de pruebas".

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