En el año 2010, luego de que varios países devaluaran su moneda, el ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, describió el escenario mundial como una “guerra de monedas”. Las devaluaciones generalizadas habían comenzado en Estados Unidos un año antes, como respuesta de la Reserva Federal ante la crisis de las subprime de finales de 2008.
El mundo reaccionó devaluando sus monedas, para no perder su competitividad relativa con respecto a sus socios comerciales. Chile, en el medio de esa guerra, devaluó el peso chileno desde un mínimo de Ch$ 408 por dólar en el año 2008 hasta Ch$ 670 en el año 2009, es decir una devaluación del 64% anual, mientras que en Argentina en el mismo período, en términos reales, casi no hubo devaluación.
El comercio exterior chileno históricamente ha dependido de los ingresos provenientes de sus exportaciones de cobre. Este commodity representa el 50% de las exportaciones chilenas y la evolución de sus precios es muy sensible a la demanda, la cual es explicada el 50% por China. Durante la guerra de monedas de 2009/2010 el precio del cobre se desplomó un 66%, lo cual marcó el compás del ritmo de devaluación de la moneda chilena.
Desde noviembre de 2013 hasta la fecha, Chile ha devaluado su moneda llegando hasta los Ch$ 700 por dólar, mientras que el cobre en el mismo período ha sufrido una caída de casi 40% en su valor. Este escenario hace pensar que el ajuste en la moneda chilena puede aún no haber terminado.
Mendoza está fuertemente relacionada a la economía chilena, muchas veces como proveedora, pero también como competidor. La nueva guerra de devaluaciones a nivel mundial y en particular de Chile, resta competitividad a una ya alicaída economía mendocina. Durante muchos años el posicionamiento externo de productos argentinos se basó en ofrecer una excelente relación calidad/precio.
Argentina, con el paso del tiempo, comenzó a perder competitividad en precio, lo cual no solo se explica por la cotización del dólar en Argentina. Uno de los principales componentes en el precio internacional son los aranceles de importación.
Chile en los últimos 25 años ha asumido una política agresiva de acuerdos bilaterales con diversos países, que le permite un ingreso casi sin aranceles a sus productos.
Argentina adopta la estrategia de negociar en bloque como Mercosur, lo cual requiere que las negociaciones sean mucho más complejas, por ello es común encontrar tasas superiores al 25% para nuestros productos. Debido a la proximidad de sus puertos a las zonas de producción, Chile no tiene casi costos de colocación FOB, mientras que en Argentina los costos de colocar una mercadería FOB han crecido constantemente en dólares en los últimos años.
Es común que la puesta a FOB, es decir que esos 300 km hasta un puerto chileno o los 1.000 km hasta el puerto de Buenos Aires, cuestan el doble que los restantes 10.000 km hasta el puerto de destino. El sistema impositivo chileno devuelve rápidamente el IVA y no cobra retenciones.
En Argentina es común que la demora en la devolución del IVA supere el año; es más, muchos productores lo consideran costo. Finalmente en cuanto a la promoción, ProChile funciona con un presupuesto holgado y de forma muy eficiente, nuestro ProMendoza batalla día a día casi sin presupuesto para promocionar nuestros productos.
La devaluación chilena solo empeora aún más una situación que de por sí es compleja para la exportación de productos mendocinos. El efecto inmediato se verá en las exportaciones de frutas y hortalizas de Mendoza que compitan con productos chilenos, ya que es probable que los precios en dólares de los bienes argentinos deban negociarse a la baja.
En el mediano plazo se verán afectados aquellos productos con mayor valor agregado, como el caso del vino, donde solo la diferenciación con los productos chilenos evitará una caída. Argentina tiene que analizar ahora si solamente mantiene el valor del dólar estable en términos reales o si se mete de lleno en esta nueva edición de guerra de monedas.