Evo, no más trucos - Por Sylvia Colombo

Evo, no más trucos - Por Sylvia Colombo
Evo, no más trucos - Por Sylvia Colombo

En su afán de permanecer en el poder en Bolivia, Evo Morales ya ha engañado a la democracia tres veces: en 2014, 2016 y este año. Aunque cada contorsión al Estado de derecho es grave, acaso su más reciente acto de prestidigitación sea el que termine de esculpir el tipo de estatua que se erigirá de Evo en los años por venir: la del primer presidente indígena de la América Latina del siglo XXI o la del tirano.

Hace unos meses, mientras viajaba en su avión presidencial, entrevisté a Morales. Cuando veía desde el aire las selvas bolivianas, Evo me dijo que su país lo necesitaba a él y él, a su país. “No sé qué hacer si ya no soy presidente, Bolivia es mi vida y mi familia”. Después de que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) anunció formalmente que Morales será presidente por cuarta ocasión consecutiva —en contra de la Constitución y en contra de la decisión del pueblo en un referéndum que rechazaba una nueva reelección—, Evo encarna una encrucijada: él necesita a Bolivia, pero su país necesita democracia.

Y eso significa que el presidente que lleva trece años de manera ininterrumpida en el poder —y se prolongaría hasta 2025—, debe dejar de hacer trucos.

La frustración que se ve hoy en las calles de La Paz y en la oposición política nace de estas constantes afrentas a la democracia. Morales no parece entender que una parte vital de cualquier democracia implica respetar la Constitución y el principio de alternancia de poder.

Su triquiñuela más reciente puede ser una muy peligrosa, para él y para Bolivia. El domingo 20 de octubre se celebró la primera vuelta de las elecciones: Morales se enfrentaba al expresidente Carlos Mesa, quien en los últimos meses había empezado a repuntar. El conteo rápido y provisorio avanzaba con normalidad, pero cuando llegó al 83% del cómputo total y los números señalaban una posible segunda vuelta, el recuento fue interrumpido. Después de cinco días de protesta y especulación, el TSE dio a conocer el escrutinio oficial: el presidente Evo estará cinco años más.

La oposición denunció fraude, miles de bolivianos llenaron las calles de La Paz para manifestarse contra la cuarta reelección de Morales y la Organización de los Estados Americanos (OEA) propuso realizar una segunda vuelta. “Este resultado rompe toda legitimidad de un eventual gobierno de Evo Morales”, dijo Mesa. Es un riesgo muy grande para Evo, quien tiene que garantizar la gobernabilidad del país en uno de los momentos más efervescentes de América Latina.

Las manifestaciones ciudadanas en contra de las élites políticas han afectado a su vecino más próspero, Chile, y a otras naciones sudamericanas, de Ecuador a Perú. Ahora, con la sombra de fraude y sus trucos de dudosa calidad democrática, Bolivia se enfrenta a esta ebullición social de frustraciones acumuladas.

Es un error que podría costarle caro. Morales ya tenía inscrito su nombre en la historia de Bolivia. Ahora podía jubilarse con una buena lista de logros. Cuando ganó su primera elección, en 2005, obtuvo el 53,7% de los votos y tenía un importante apoyo internacional. En 2009, promulgó una Constitución más inclusiva que garantizó derechos a poblaciones minoritarias y marginadas. Durante su presidencia, la economía boliviana ha mejorado —ha mantenido un crecimiento promedio anual de aproximadamente el 4%— y se ha registrado una disminución de la pobreza. Esta es la base de un legado indiscutible.

Pero también hay sombras: de manera paralela, Morales ha erosionado sistemáticamente las instituciones democráticas. La justicia está subordinada a sus designios, las obras se contratan sin transparencia y la prensa independiente fue asfixiada. Estas condiciones han sido clave para efectuar sus tres grandes trucos.

Su primera artimaña a la democracia ocurrió en 2014, cuando Evo iba por su tercer mandato. La Constitución solo permite dos periodos presidenciales consecutivos, pero Morales argumentó que, como su primera elección había sido antes de la carta magna aprobada en 2009, ese mandato no contaba. La justicia aceptó esa maroma legal, se presentó a las elecciones y ganó con poco más del 63% de los votos.

Solo dos años después, recurrió a un segundo truco en su afán de permanecer en el poder. En 2016, Evo convocó a un referéndum popular para cambiar la Constitución y permitir una nueva reelección. Su década en el poder ya empezaba a evidenciar fisuras: a los roces con comunidades indígenas —por el intento de construir rutas que pasaban por sus tierras—, se sumaron casos de corrupción y desgaste social. El resultado: 51,3% votó que no, no más reelecciones.

Ahora, en su tercer acto de ilusionismo, la confusión institucional y la tensión en las calles están latentes y Morales debe intentar tranquilizar a las partes en conflicto y conciliar. No lo ha hecho: ha hablado de conspiración de la derecha, golpe de Estado y a ha llamado a sus opositores “cobardes”. Él sería el principal interesado en que se aclare la controversia actual y para ello debe mostrar que, aunque cometiendo atropellos para aparecer en la boleta por cuarta ocasión, ganó de manera legítima el 20 de octubre. Si la oposición pide un recuento, debe permitirlo con observadores internacionales imparciales.

Y, pase lo que pase, debe preparar al país para una transición de poder en los próximos cinco años al asegurar los mecanismos necesarios para garantizar la autonomía del poder judicial y restaurando la confianza en las instituciones electorales. Este cuarto periodo presidencial debe presentar a Evo en su mejor versión: debe dejar de ahogar económicamente a los medios independientes, ser autocrítico y crear métodos de transparencia para combatir la corrupción en su gobierno y en los que vengan por delante.

Solo así Evo salvará la democracia que dice defender y le dará estabilidad social y política a Bolivia. Pero también resguardará su legado. El nombre de Evo Morales podría ser un ejemplo para los gobiernos de izquierda y derecha en nuestra convulsionada parte del mundo.

* Sylvia Colombo es corresponsal en América Latina del diario Folha de São Paulo.

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