Europa ante inmigrantes desesperados

En los primeros seis meses del año dos mil inmigrantes ilegales murieron en su afán de llegar a Europa en la búsqueda de una mejor calidad de vida. Una cifra escalofriante que obliga a que la Unión Europea comience a trabajar en la búsqueda de una solució

Europa ante inmigrantes desesperados

Las cifras son escalofriantes. Sólo en lo que va del año, 2 mil inmigrantes han muerto en su afán por ingresar a Europa desde África, mientras 190 mil han sido rescatados en el mar Mediterráneo.

Los llamados de los papas Benedicto XVI y Francisco no han dado los resultados esperados y el problema se profundiza: en 2014 fueron 1.607 los inmigrantes que perdieron la vida, cifra que ha sido superada con creces en los primeros seis meses del año en curso.

De acuerdo con un informe proporcionado por la Organización Internacional para las Migraciones, la ruta más mortífera es la del Mediterráneo central -desde el norte de África hasta Italia-, donde la gran mayoría de los inmigrantes perdió la vida en el canal de Sicilia, en el naufragio de barcazas muy precarias manejadas por traficantes de personas, que parten desde las costas de Libia.

Destaca entonces que si bien Italia y Grecia recibieron flujos similares de inmigrantes, con poco más de 90 mil cada país, las tasas de mortalidad son muy distintas, ya que 1.930 personas murieron intentando alcanzar Italia y sólo 60 tratando de llegar a Grecia. A esos números deben sumarse otros hechos que tomaron trascendencia pública por la espectacularidad, como el de un inmigrante de 27 años que murió asfixiado en el interior de una valija que había sido ubicada en el maletero de un auto o el de un niño que fue captado por el escáner de rayos X en un aeropuerto de Ceuta.

El Vaticano se hizo eco de las tragedias y, en su oportunidad, Benedicto XVI hizo un fuerte llamado a la comunidad internacional, planteando que “los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, pero que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos”, mientras Francisco realizó el primer viaje fuera de Roma durante su pontificado a la isla de Lampedusa (punto de llegada de miles de inmigrantes ilegales desde África y Asia), donde calificó de “vergonzosa” la muerte de inmigrantes africanos que buscan llegar al archipiélago italiano.

El problema de los ilegales no se centra sólo en “llegar” a Europa en busca de una mejor calidad de vida, sino en mantenerse en algunos de los países. A punto tal llega la situación que la Unión Europea se ha replanteado su política al respecto e incluso en su momento circularon versiones en el sentido de que Francia estaba analizando la posibilidad de suspender un tratado que permite que una persona se mueva libremente por los países miembros.

Después de muchas discusiones, y presionados por Italia, los líderes europeos lograron acordar compartir la carga de unos 40 mil refugiados. En ese marco, el gobierno de Gran Bretaña propuso ante el Parlamento una ley que castiga con hasta cinco años de cárcel a propietarios de viviendas que hospeden a inmigrantes clandestinos.

Además de preocuparse de esta tragedia, Europa debería considerar también la situación que se plantea en muchos de los países africanos. Al decir de los expertos, en algunos países donde las guerras internas (muchas de ellas tribales) eran permanentes, los países europeos que los mantenían como colonias les dieron la libertad política para que los propios habitantes elijan a sus gobernantes, pero las empresas continúan en manos de propietarios europeos. “Se les otorgó libertad política pero no económica”, suelen decir quienes critican el sistema.

Europa se encuentra en una difícil disyuntiva. Porque la UE se enfrenta a serios inconvenientes económicos como consecuencia de crisis individuales, como es el caso de Grecia y España e Italia en menor medida, razón por la cual intentan evitar un nuevo problema con el ingreso de inmigrantes, pero tampoco se puede aceptar que continúe muriendo gente como sucede en el Mediterráneo. Es el gran desafío que deben afrontar quienes lideran el bloque, que tienen la obligación moral de responder a los llamados del Vaticano.

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