Mucho se dice de los centennialls, sus hábitos y consumos. Las nuevas series explotan el "drama joven" para ganarse la audiencia, creando realidades que pretenden recrear su vida. ¿Y sí escucháramos lo que tienen para decir?
Doce años han pasado desde el estreno de la primera temporada de "Skins", uno de los productos más fuertes y resonantes en materia de "series adolescentes". La serie británica mostraba a diversos grupos de jóvenes que se desenvolvían en sociedad, "luchando" contra su edad y los problemas que la acomplejan. Hoy, las series sobre esta etapa de la vida sobreabundan ya que la principal audiencia roza esta edad.
Cómo olvidar al reparto del primer "Skins". Muchos críticos de esta tira afirmaron que mostraba una cara irreal de la adolescencia británica y no hacía más que seducir a los jóvenes con sexo, drogas y alcohol. Lo cierto es que ni seducía ni engañaba: la serie de Jamie Brittain y Bryan Elsley fue un primer acercamiento, con sus errores y desaciertos, a una mirada producida firmemente por una misma generación, que veía sus perturbaciones en desórdenes alimenticios (bulimia y anorexia), discriminación (tanto racial como sexual y económica) y cuestiones de identidad. En ésta época de imperio del streaming, estos recursos son totalmente explotados. A veces solemnes, a veces, acertados.
"13 Reasons Why, Sex Education", "The End of the F***ing World", "Élite". Todas historias de Primer Mundo, lejos de un contacto directo con lo que sucede en Latinoamérica, pero que contiene elementos propios al desarrollo personal (sean la búsqueda de la identidad, el contacto con las drogas, la salud, etc.). De Netflix a HBO, los productores han querido explicar cómo funcionan los púberes mundos: cómo incluirlos, cómo hablarles, cómo nombrarlos. Pero, ¿y si dejaran que ellos mismos cuenten su historia, o al menos, disimularan querer saber su visión de la vida? El "adultocentrismo", podría decirse.
Basta googlear un poco para saber lo que tanto se habla de millennials, centennialls, post-centennialls y quien sea que esté por venir. Hemos nombrado generaciones para darles significancia; para tratar de entenderlas (y posteriormente, explicarlas), en vez de conocerlas. Sus dramas, discusiones, costumbres, se han puesto de relieve en lo que vemos, desde muchos ángulos. Pero, ¿y si ahora (o siempre) son ellos quienes quieren explicar cómo funciona su mundo?
Basado en la serie israelí del mismo nombre y, bajo la producción del siempre fiel estudio A24, "Euphoria" es una adaptación de HBO que cuenta, como venimos diciendo, historias adolescentes. Rue (Zendaya, la estrella de Disney) vuelve de rehabilitación tras una sobredosis pero no tiene ninguna intención de seguir sobria. De entrada, el ambiente no será nada agradable. A medida que regresa a su vida normal, vamos conociendo a los personajes que acompañarán la trama, narrados en primera persona por la misma protagonista.
Técnicamente, los planos, la fotografía y las actuaciones (sobre todo la de Zendaya) se llevan los aplausos. Una cámara en primera persona nos hace creer los efectos de "los viajes" de Rue. Tonos oscuros acompañan sus discursos crudos, pero eficientes, en voz en off. Criticada por asociaciones de padres de Estados Unidos, "Euphoria" mete el dedo en la llaga de los más oscuros relatos, sin temerle a las opiniones dividas.
Desde ahí, desarman y reconstruyen. Jules es una joven transexual (interpretada por una también actriz trans, Hunter Shcafer) que recién llegada al barrio entabla su amistad con Rue, relación que será eje de la serie y que llevará a Rue a enamorarse de ella y no querer consumir. Nate (Jacob Elordi) es la estrella de la escuela y del equipo de fútbol americano: esterotípicamente macho, violento y manipulador, Nate transita su masculinidad tóxica reprimiendo sus deseos sexuales. Kat (Barbie Ferreira) pierde su virginidad y un video se viraliza con tal acto. Esto la llevará a tomar una posición en la serie que la define como una suerte de poder sexual: se transformará en una estrella de “cámaras porno”.
Así, las fichas dispuestas. La serie no pierde tiempo en explicar cómo se llega a esas realidades: las realidades simplemente suceden. Los productores no tienen por qué ser solemnes y explicar cómo nace un amor trans-género, qué implicaciones lleva; porque no hay tal embrollo: es amor y ya. Hasta se toman el tiempo de decirle a su audiencia que no estorben con sus prejuicios: "Sé que tu generación confiaba en las flores y en el permiso de tu padre, pero estamos en 2019; (...) los desnudos son la moneda del amor", despliega Zendaya en uno de sus discursos, acerca de las famosas "nudes".
La profunda honestidad de "Euphoria" es la cara de una moneda, donde la otra es la superficial personalidad que vemos en las redes sociales. La producción alemana "Cómo vender drogas en internet (rápido)" nos ofrece la historia de Moritz (Maximilian Mundt), quien quiere recuperar a su novia convirtiéndose en un experto "dealer" de la dark web.
Lleno de estímulos, rápidas secuencias y una estética a lo “Instagram”, esta serie de Netflix es una suerte de “Breaking Bad” adolescente (salvando las largas distancias) donde dos jóvenes de secundaria triunfan en el mundo tecnológico, mientras intentan mantener vínculos atravesados por las pantallas (jugando al Fortnite o hackeando Facebook).
Sin escrúpulos, muestran la actualidad del consumo de MDMA (Éxtasis) en un aburrido pueblo alemán. Con referencias a grandes emprendedores (y también burlas) como a Steve Jobs o Mark Zuckerberg, Moritz y su amigo Lenny transforman una "start up" en la mayor distribuidora de éxtasis de la región. Sin ahondar en eufemismos, hasta incluso diciendo que no consuman estas pastillas, la serie expresa los deseos, las formas de contacto, el consumo y los hábitos de una generación que rápidamente toma el micrófono y el lápiz para escribir los guiones, y pararles el carro a los que quieren definirlos sin antes preguntarles.
Drogas, sexo, alcohol. No hay odas a los malos hábitos, a la irresponsabilidad afectiva o a lo excéntrico. No son algo cool, con estatus: son algo común, que sucede y que negarlo sólo trae problemas. Nadie te obliga a hacer nada que no quieras. Hay que sentarse, escuchar y aprender, de manera consciente y responsable.