Casi nunca un artista fecundó su siglo como lo hizo el genial malagueño Pablo Picasso, autor de obras que shockearon la mirada en los comienzos del siglo XX pero que marcaron un nuevo rumbo en el arte que sigue siendo punto de referencia de las vanguardias hasta el día de hoy.
Su cuadro “Las señoritas de Avignon”, pintado en 1907, fue el puntapié inicial de una revolución artística que se dio en llamar “cubismo” y que terminaría por convertirlo en el artista español más universal del siglo XX y sobre el que más libros se han escrito y se siguen escribiendo. Más aún que sobre Rembrandt, Rafael o Miguel Ángel.
Bohemia y cubismo
Bautizado con el kilométrico nombre de Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso, quien luego sería conocido simplemente como Pablo Picasso nació en Málaga el 25 de octubre de 1881. Desde muy niño le gustó pintar y fue así que a los 14 años entró a la Escuela de Artes de Barcelona, donde su padre enseñaba dibujo, y poco después a la escuela de Madrid, donde su talento y virtuosismo no pasaron desapercibido.
El paso siguiente debía ser París, la cuna del arte mundial desde principios del siglo XIX, donde el artista se estableció en 1901 y empezó a pintar obras dominadas por la gama cromática del azul, entre ellas “El entierro de Casagemas”, que Picasso pintó tras el suicidio de su gran amigo Carlos Casagemas, que lo sumió en una profunda tristeza.
Ese período que va de 1901 a 1904 se conoce como “la etapa azul”, que fue seguida por su “etapa rosa” (1905-1907), en la que Picasso pintó casi exclusivamente saltimbanquis, gentes del pueblo, del circo, marginales, gitanos. Fueron años de bohemia en Montmartre, con sus amigos Max Jacob, Paul Fort, Henri Matisse, entre otros.
El año 1907 marcó su primera consagración y una verdadera ruptura con el arte académico o tradicional. Ese año presentó “Las señoritas de Avignon”, un óleo influido por el arte africano y el estructuralismo de Cézanne, que dejaba de lado la perspectiva y la profundidad espacial para centrarse en un grupo de figuras femeninas facetadas y angulosas que nada tenían que ver con el ideal del cuerpo de la mujer que se cultivaba en la época.
Muy pocos entendieron entonces que este cuadro iba mucho más allá de ser un mero “ismo” (impresionismo, puntillismo, fauvismo, etc.) y que implicaba una verdadera ruptura con todo lo conocido hasta entonces. El crítico Louis Vauxcelles, quizá la opinión académica más tenida en cuenta en aquellos años, dijo despreciativamente que la obra parecía estar compuesta por “pequeños cubos”, lo que dio su nombre a un movimiento que, de la mano de otros artistas como Georges Braque o Juan Gris, inspiró todas las vanguardias del siglo XX.
La síntesis
La obra de Picasso durante los años durante los años de la primera guerra mundial se caracterizó por hacer coexistir varios estilos. Hizo desde retratos clasicistas inspirados por Ingres hasta obras del llamado “cubismo analítico” (figuras facetadas desde múltiples puntos de vista y usando sólo colores ocres o grises) y “cubismo sintético” (uso del collage con páginas de diario, papeles pintados y otros objetos sobre la obra).
La guerra civil española (1936-1939), en concreto el brutal bombardeo a la localidad vasca de Guernica por la alemana Legión Cóndor, a pedido de Franco, le inspiró a Picasso su célebre fresco “Guernica” (1937), un ícono del siglo XX.
Formidable síntesis entre cubismo, expresionismo y surrealismo, esa obra -que Picasso pintó para el pabellón de la Segunda República Española de la Exposición Internacional de París-, está pintada sólo en blanco y negro, con toda una gama de grises.
El artista pasó la segunda guerra mundial en París. Tras la Liberación, ingresó al Partido Comunista, aunque sin ser un miembro activo.
El Salón de Otoño, donde expuso en 1944 sus pinturas y esculturas, fue un triunfo, y Picasso comenzó a entonces a venderse en el mercado de los Estados Unidos a precio de oro.
A partir de 1953 se instaló en el sur de Francia. En la última década de su vida, el prolífico e incansable artista dibujaba, pintaba y trabajaba la cerámica con un ritmo frenético.
En 1971, las ceremonias con motivo de su 90 aniversario fueron apoteósicas: la gran galería del Louvre expuso por primera vez la obra de un artista vivo.
En 1973, a los 91 años, murió a causa de una embolia pulmonar. Está enterrado en el parque del castillo de Vauvenargues, en Mougins, que Picasso compró en 1958 y donde vivió hasta el final con Jaqueline Roque, su última musa y gran amor (ver Sus amores), también sepultada allí.
Cuarenta años después de su muerte, obras como “La Celestina”, “Dora Maar con gato”, “Niño con una pipa”, “Maya con muñeca”, son sólo algunas de las muchísimas que creó y que permanecen en el firmamento de la pintura mundial.
Al menos siete museos en Europa llevan su nombre: París, Antibes, Vallauris, Barcelona, dos en Málaga, y uno en la ciudad alemana de Münster.