Eterna juventud: el secreto de la larga vida de doña Virginia

Acaba de cumplir 101 años, aunque dicen que tendría 105. Crio hijos propios y ajenos, y hoy la rodean 43 nietos e incontables bisnietos.

Eterna juventud: el secreto de la larga vida de doña Virginia

Nunca estuvo en un hospital más que de visita. Gusta recordar y compartir con los suyos los tesoros que esconde su memoria. Y aunque en los últimos 3 meses le ha costado caminar y salir de casa, no pasa un día sin maquillarse y exige tintura apenas nota que las canas empiezan a asomar en su cabellera.

Cuando le preguntan a Virginia Ábrego el secreto de su longevidad, ella se encoge de hombros y suelta con total frescura: "Jamás pensé que iba a vivir tanto".

El 18 de julio cumplió sus 101 años, que es lo que marca su documento. Sin embargo, en su familia se ha transmitido el relato de que su abuelo tardó unos años en "bajar" hasta el Registro Civil de Tupungato para anotarla, pues vivían al pie de los cerros (en la zona de La Carrera), y "con suerte a veces podían manejarse de a caballo". Estas versiones indican que tendría unos 105 años, algo que ni la propia Virginia está en condiciones de negar o ratificar.

Lo que sí reconoce es que ya está algo cansada de vivir. Lo dice entre dientes, porque el populoso batallón de hijos y nietos que la cuidan con desvelo se le ofende por el desaire. “Viví por todos lados. Armé una hermosa familia y todos son buena gente”, acota, y después se deja ganar por el silencio. Quizá piensa que la tarea está cumplida.

Los suyos la definen como una mujer de carácter firme “que no andaba con vueltas”, pero a la vez muy sociable y portadora de un cariño inagotable. “Que la abuela nos siga dando la bendición, como siempre, me emociona. Te besa la frente y parece que nada malo puede pasarte”, sostiene Jorgelina Galdame, destacando este gesto característico de su nona, que se ha acentuado con el paso de los años.

El trabajo de campo y el cuidado de los demás parecen ser las claves de su eterna juventud. Sucede que a doña Virginia nada le fue sencillo, pero se caracterizó por abrazar los desafíos con un entusiasmo y empeño admirables.

Virginia Ábrego el día del cumple

Fue hija de madre soltera, doña Modesta, y criada por su abuelo Remigio. Desde niña trabajó en el campo. No sabe leer ni escribir, porque en aquel tiempo ir a la escuela era un derecho vedado para los chicos de zonas alejadas, que debían ayudar con las labores agrícolas.

Cuidando a su primer esposo en el hospital -pues don Ramón Galdame murió joven, de tuberculosis- aprendió a colocar inyecciones y este oficio, sumado a la costura, después le ayudó a defenderse en la vida.

Pero quizá su mayor éxito fue lograr “ensamblar” dos familias, en un tiempo en que no era tan común. Tras la muerte de su marido, Virginia se quedó viviendo en un campo de Villa Seca sola con cuatro hijos pequeños. Al tiempo conoció a Roque Páez, un viudo que tenía ocho hijos (cinco a su cargo) y de un día para otro se fue a convivir la “tribu” a pleno en una nueva finca en Campo los Andes, Tunuyán.

“Dios nos llevó a mi madre, pero nos puso en el camino a una madraza. Nos crio con tanto afecto y sin hacer diferencias, que los vecinos y amigos nunca supieron que nosotros en realidad no éramos sus hijos”, cuenta emocionada Gloria Páez. Hasta el día de hoy, su extensa prole de hijos, 43 nietos e “incontables” bisnietos rescata el sentido de familia por sobre cualquier tipo de lazos de consanguinidad.

Pese a las urgencias propias de un clan tan numeroso, su segundo hogar fue muy alegre, organizado y con las puertas siempre abiertas a la comunidad. “Recuerdo que a mi casa le decían bomba de nafta, porque siempre había vehículos afuera. Mis padres eran muy sociables y hacían muchas fiestas. Mi mamá se especializaba en las empanadas. El que comía una empanada de ella no se olvidaba jamás”, rememora Gloria.

Después de residir en distintos sitios del Valle de Uco, la pareja regresó en la década de los ’80 a Tupungato y por mucho tiempo atendieron la florería que estaba junto al cementerio.

Por vivir con ella tantos años, su nuera Mirta Soria ha sido testigo de sus confesiones y remembranzas. “Ella siempre se desvivió por los demás, hasta crio una nieta”, cuenta Mirta. "Pese a su actual estado de salud, semanas atrás ella misma quiso que la lleváramos en el auto, para elegir desde allí un regalo para su mimado Gastón”, contaron sus nietas Daniela y Marcia.

Con torta y serenata

“Acá hay Virginia para rato”, sentenció su querido doctor Bustos tras analizar los estudios. Después, una insuficiencia renal seguida de neumonía complicaron un poco las cosas. De todos modos, ella se dio el gusto de celebrar los 101 con una gran torta y en familia.

“Vinieron a cantarme una serenata. Un chico que lo conozco de niño”, señaló.

El año pasado, para los 100 pirulos, fue la gran fiesta. Sus hijos y nietos se la prepararon en un gran salón de Tunuyán y la abuela terminó el día bailando. “¡Es un caramelo! Me pide que la peine todos los días y que le ponga crema en las manos”, se rio Nancy, la joven que la ayuda con sus cuidados.

Aunque está muy lúcida, cada vez habla menos y se pasa largos ratos mirando sus manos o el sol que entra por la ventana. “Lo mejor de la vida son los seres queridos”, dice.

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