Estoy embarazada

Estoy embarazada

Estoy hasta el moño. 
-¿De cuánto estás? 
De una parva de meses: llevo décadas embarazada. 
Mi cerebro está en cinta: 29 crías, una por año. Parto múltiple. 
-¿Para cuándo tenés fecha?
Para siempre, alrededor de las 7 de la tarde.
Estoy pariendo vidas como si fuera un pingüino.

-¿Y el padre?
El padre es un enigma: no se acerca, no acompaña, no resuelve.

-¿Presenció el parto o al menos alguno de todos?   
No, no se arrima pero ahí está, paseando por el centro, sentado al lado del ventrículo izquierdo. Lo ves?
-Creo que sí. ¿Es ese colorado inquieto?
Sí. Ese mismo.
-¿Y hace cuánto están juntos?
Desde el primer idilio de cromosomas, en Mendoza. Mi madre, mi padre: fundadores del cuerpo que habito, de la piel que grita, con grises, con grietas. Ellos nos presentaron. 
-¿Y cómo la llevan?
Agua y aceite. Competimos, nos enredamos. Parecemos un juego de mesa.
-¿Y qué intentan, o mejor dicho, porqué no se separan?
Somos genéticamente indisolubles. Vivimos inevitablemente en el mismo espacio. Ni él se puede ir de su casa, ni yo de la mía. Los dos perseguimos al amor, queremos querernos pero no encontramos la manera. No me gusta lo que me dice, no escucha lo que le grito.
En el fondo creo los dos estamos más aterrados de lo que suponemos. Miedo, pánico. Se nos congela la sangre, la misma sangre. 
-¿Y tus crías? ¿Qué te dicen?
Gritan reflexión, pujan armonía, nos invitan a conciliar. Los veo mover la boca con todo el cuerpo, pero lamentablemente no los escucho, no me entero. Y el padre, el padre no acusa recibo.
-¿Y tiene cura?
Sí, el de la iglesia del barrio.
-No, no. Te preguntaba por el diagnóstico, por la rehabilitación.
Sí, existe pero cuesta una fortuna. Vale una vida y no incluye el tiempo perdido.
-¿Y qué importa? Creo que lo único valioso es que puedan coexistir juntos, en armonía. Ni por las crías, ni por las dudas. Por ustedes mismos. 
No se de qué me hablas.
-Del amor, te hablo del amor. 
El amor, esa palabra. Me acuerdo de un escritor argentino, precioso, sublime.
¿Te acordás de Julio?
-Julio, el perseguidor. Me acuerdo de él como de mis ojos. Ese tipo es inmortal. Destila vida por los poros, fecunda almas cada media hora. 
Buen recuerdo, consejera. ¿Se han vuelto a ver?
-Ayer a la noche, abajo del velador de casa. Aparece una vez por semana en mi mesita de luz. Se me tira encima, se duerme abierto de par en par, se despierta en el piso. Multifunción ese varón. Es un reproductor de palabras afinadas, un agricultor de duelos exquisitos, un prestigioso fotógrafo de realidades en alta definición. Ese sí, me animo a decir, es un candidato ideal.

¿Y qué estás esperando para vomitarle semejante declaración de amor?
-Espero la muerte; cae la víctima y salgo yo.
Sutil tu comentario, al hueso. Explicame mejor.
-Espero la muerte, la muerte del miedo. Nadie en esta tierra, por más subnormal que sea, se le aproxima al amor verdadero. La perfecta cara del amor no es la reciprocidad afectiva, ni los esquemas físicos, ni el numerito grandilocuente de las hormonas. Tampoco es la edad, la piel, el olor; ni siquiera es el interés, los sueños, el hambre. Nunca es la idea de "lo que uno merece", ni lo es tampoco la búsqueda insaciable de "la media naranja" por la que el mundo se desvela.

Para mí la batalla es una, mano a mano, cuerpo a tierra. 
Al menos en este mundo, al único contrincante al que hay que ganarle la pelea es al miedo.
El resto, todo el resto, no califica como rival. El resto es simulacro, trivialidad, entretenimiento.

Haceme caso: ganale al miedo, devóratelo con los ojos, estréllalo contra la pared, asfíxialo con las dos manos, dejalo desaparecer.

-¿Y el premio? ¿Hay premio?
La paz con vos mismo es el premio y el amor es el consuelo.
Ni más ni menos que el amor, ni más ni menos que la paz.

¿O acaso no sos vos quien se llenó la boca pidiendo "paz y amor" hasta indigestarte?

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