Estimular el consumo y consumir el capital

A lo largo de una década de política económica kirchnerista, al autodenominado “modelo de crecimiento con equidad e inclusión social” es posible resumirlo en estímulo constante al consumo, consumiendo el capital productivo.

Estimular el consumo y consumir el capital

Las políticas de estímulo al consumo son lógicamente elogiadas por quienes consumen y por los que producen bienes y servicios para quienes pueden consumir.

Esas políticas van desde los incrementos de salarios, un par de millones de jubilaciones sin aportes, la Asignación Universal por Hijo, infinidad de planes y subsidios asistenciales de todo, muy bajas tarifas de energía eléctrica y gas, abundancia de créditos para el consumo, facilidades de todo tipo para adquisición de bienes durables, automóviles y viajes al exterior con un dólar barato. Estas políticas han beneficiado a los sectores menos favorecidos de la sociedad, pero también a otros, como los que pueden viajar al exterior y comprar automóviles nuevos.

Las características comunes de estas políticas y las conductas que ellas inducen son la disminución, hasta la desaparición, del ahorro de personas y familias. Ello ocurre no sólo por los fuertes incentivos al consumo presente, en desmedro del consumo futuro que es la esencia del ahorro, sino porque desde al menos 2007, la política económica fue clausurando de a poco todas las formas de ahorro monetario. El golpe final ha sido el cepo al dólar.

El sector socioeconómico con capacidad de ahorro, que no es pequeño, conoce muy bien la relación entre tasas de interés e inflación, por cierto sabe cuál es la inflación real, no la del Indec. Si las tasas de interés se equiparan o superan la inflación, ahorra en pesos, los ya tradicionales plazos fijos; si ocurre lo contrario, ahorra en dólares, atesorándolos o depositando en bancos.

Desde la fecha precitada la inflación ha venido superando holgadamente a la tasa de interés, y ésa fue una de las razones del incentivo a comprar dólares. Cerradas desde octubre de 2011 las puertas de acceso al dólar, se han cerrado los caminos al ahorro monetario. La consigna es consuma ya, del futuro se ocupará otro. Una política perversa a mediano y largo plazo ya que si no hay ahorro interno no hay inversión. Más aún, el país tiene cerrado el acceso al crédito internacional y la inversión extranjera directa se ha vuelto insignificante, a causa de la continua violación de los contratos y los derechos de propiedad.

Cabe la pregunta de cómo ha sido posible el crecimiento del consumo si la inversión ha sido escasa y no de demasiada calidad. Una primera razón es que hubo una importante inversión en los ’90 en tecnologías modernas como comunicaciones, puertos, agroindustrias, energía. Luego la fuerte y larga recesión del ’99/’01 dejó buena parte de la capacidad productiva ociosa y la recuperación de la economía a partir de la devaluación de 2002 fue posible por la ocupación de esa capacidad ociosa, capacidad que se fue agotando hacia la segunda mitad de la década. En la década actual hubo inversión productiva importante del sector agroindustrial, en la industria automotriz y de maquinaria agrícola.

Pero el consumo de capital ha sido notable en todos los órdenes. El capital físico en infraestructura es cada vez más deficiente en caminos, ferrocarriles, transporte aéreo. Ni hablar de la situación energética, la provisión y distribución de agua potable (Mendoza es un buen ejemplo), el transporte urbano de pasajeros.

El país, de un modo difícil de comprender, durante más de una década consumió el capital humano formado en décadas anteriores con educación de calidad aceptable. Hoy, el deterioro educativo es tan evidente que tenemos cada vez menos capital humano. Por último, el capital social -la confianza en las relaciones entre las personas- va siendo consumido por el delito y la corrupción. Estos dos flagelos tienen consecuencias muy graves para la economía. Nuevamente decimos que es necesario reflexionar y cambiar de rumbo.

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