En notas anteriores me he ocupado de la obra en prosa de Alfredo R. Bufano (1895-1950): sus colaboraciones en publicaciones periódicas de gran circulación en la década del 20, como La Novela Semanal; sus aportes a la temprana configuración de la literatura fantástica mendocina, con su colección de cuentos Open door, libro prácticamente inhallable hoy y que llegó a mis manos gracias a la generosidad de Sergio Bufano, nieto del poeta; o su inefable Zoología política, que dirige los dardos de la sátira contra muchos aspectos reprochables de la vida provinciana.
También he abordado ocasionalmente otros aspectos de su poesía, como la relación que sus “Sonetos Granadinos” establecen con la obra del gran poeta andaluz Federico García Lorca, evocado en su Granada natal. Pero hoy quiero abordar otro aspecto de su vastísima y riquísima obra, como son los romances novelescos y narrativos, de clara raigambre medieval.
Tanto por sus lecturas como por el tono deliciosamente arcaizante de muchas de sus composiciones, advertimos que la Edad Media se vuelve por momentos “patria espiritual” del hombre que se ve a sí mismo ya como un caballero feudal: “Soy un señor de Castilla / Que llega a su potestad, / Caballero en su caballo / Después de largo trotar (Poesías Completas, 1985:T. I, 304).
Cabe recordar que dentro de la sociedad medieval existían ciertas categorías femeninas bien delimitadas, en función de “una pastoral y pedagogía femeninas”, que aspiraba a proporcionar modelos éticos correspondientes a las distintas categorías o grupos (Casagrande, 1992: 94).
Parte de este complejo mundo se halla representado o, por lo menos, esbozado, en la poesía de Alfredo Bufano. Así, encontramos mujeres de distinta condición social: damas y campesinas o aldeanas, religiosas y laicas, pero todas hermosas, jóvenes y virtuosas, en un corpus de poemas –no por reducido menos significativo- que serán objeto de nuestra consideración. En ellos, además de representar la complejidad social del Medioevo en su perspectiva femenina, Bufano se hace eco de una serie de ideas, valores y costumbres vigentes en la época, a la vez que reconstruye ciertos ámbitos de actuación, en un delicado ajuste o superposición con la propia realidad del poeta.
Así por ejemplo, el poeta mendocino nos nuestra en primer lugar a la castellana en su castillo: en el “Romance de la doncella de los siete colores”, por ejemplo, además de la sugerencia deliciosamente intemporal que es propia de los relatos maravillosos (en este caso la leyenda del arco-iris) se construye una estampa con damas, caballeros y castillos de altas torres que corresponde al estereotipo con que solemos “pensar” la Edad Media o, al menos, un momento de ella: “En una torre muy alta / Una doncella tejía, / En una torre tan alta / Que entre nubes se perdía” (PC, T. III: 1020).
Encontramos igualmente vírgenes y santas medievales, como Clara de Asís: en el romance homónimo, Bufano recrea diversos episodios de la vida de esta Santa, ya devenida religiosa y superiora de la orden, destacando las virtudes de sencillez y humildad que constituyen precisamente el carisma franciscano, junto con una espiritualidad que busca en la comunión con la naturaleza el encuentro con Dios: “Santa Clara alegremente / Anda por los campos de Umbría. / El cielo duerme en sus ojos, / Dios alumbra en su sonrisa” (PC, T. II: 656).
El mundo del “amor cortés” con su convenciones sirve nuevamente a nuestro poeta para narrar la historia de otra santa, Lutgarda, enamorada al comienzo de un “hijodalgo donoso / caballero y trovador” (PC, T. II: 684), y que cambia “el loco amor” humano por otro más alto, encarnado por un “[...] hombre blanco y rubio, / con ojos de soñador, / largo pelo y barbas de oro / hechas con hebras de sol” (PC, T. II: 685), que no es otro que Jesucristo.
La galería de santas medievales que recrea nuestro poeta incluye también a Escolástica, la hermana de San Benito, el padre del monaquismo occidental; en este caso, Bufano recrea un episodio que también narra Jacobo de la Vorágine en su Leyenda áurea, quizás el más famoso de los Flos Sanctorum medievales. Se trata del llanto de la Santa, que al provocar una copiosa lluvia, impide que su hermano se marche, lo que muestra la indudable versación de nuestro poeta en el mundo medieval.
Precisamente, una de las preocupaciones de la época lo constituía la vagatio o paseo solitario de las mujeres, que por ese motivo se exponían a diversos peligros. Carla Casagrande, en su estudio sobre “La mujer custodiada”, señala que en la época se consideraba peligrosa toda salida femenina, “ya se trate de ir a la calle a pasear, ir a una fiesta a bailar, a un espectáculo para divertirse, a una iglesia para escuchar la palabra de Dios” (1
992: 109).
En relación con este tema encontramos un romance de Bufano en que el campo –como escenario propicio para el encuentro amoroso- adquiere a la vez la connotación de pecado y de paraíso. La ocasión la brinda el trabajo agrícola, en este caso la cosecha de la vid, actividad tan mendocina y a la vez propia de la mujer en la Edad Media; ambos ámbitos se superponen en el retrato de la joven: “Rosalinda la zagala / Va por uvas a la viña; / [--] / Las gruesas trenzas negrísimas; / Negros los ojos también, / Como luceros le brillan [...] / y va cantando una copla / que aprendió en la serranía (PC, T. II: 491).
El encuentro con “un zagal de ojos traviesos” que “está mira que mira” abre las puertas al idilio pastoril. Pero no siempre la situación se resuelve sin violencia y ocurre la ofensa, cuya gravedad puede incluso justificar la muerte del ofensor, tal como se da en un romance de Bufano: “El milagro”, que reconoce su filiación en el medieval titulado “Que mataste un caballero con las armas que traía”. En ambos textos (el medieval y el mendocino) se encarece la belleza de la joven, cuya sensualidad despierta el deseo masculino; igualmente, se narra la escena de violencia subsiguiente, que concluye con la muerte del hombre.
También se sitúa Bufano en una serie poética tan prestigiosa como antigua, la de las “pastorelas” o “serranillas” castellanas. La filiación literaria es evidente ya que se conservan varios de los elementos considerados esenciales para el género, tal como los inmortalizara el Marqués de Santillana en sus composiciones: el marco del encuentro, el encarecimiento de la belleza de la muchacha –ya la aguatera, ya Rosalinda la zagala- y luego, la “recuesta” o debate entre ellos, que es la parte central de la composición y en los textos de Bufano se desarrolla siguiendo los cánones de la más pura cortesanía. El final, como es también de uso, suele ser la negativa de la joven para quien la requiere de amores.
En estos poemas, la beatitud del ambiente de idílica paz, la sugerencia de una música propia del verso octosílabo, un decir con rasgos arcaizantes, y la intencionada mención de “zagalas” y “pastores”, nos llevan muy atrás en el tiempo.