“Vikingos: Vahalla”, la esperada serie que dará continuidad a las exitosas 6 temporadas de “Vikingos”, estará disponible en Netflix a partir del viernes 25 de febrero. Y entre los fanáticos de las series históricas -en general- y de este pueblo guerrero, expedicionario y comerciante que dominó el norte europeo durante comienzos de la Edad Media y se expandió hacia Oriente y Occidente -en particular-, la ansiedad y la expectativa son cada vez mayores.
Ambientada entre los siglos IX y XI, la trama “Vikingos: Valhalla” -que también tiene como creador a Michael Hirst- transcurre 100 años después de la Era de Ragnar y de sus hijos; aquella que Hirst revivió y reconstruyó en “Vikingos”. Y se centrará en las expediciones, batallas e historias de los personajes históricos más importantes de este pueblo: Leif Erikson (interpretado por Sam Corlett), Freydis Eriksdotter (interpretada por Frida Gustavsson) y Harald Sigurdsson (a quien le dará vida Leo Suter).
El nombre de este spin off, que estará disponible en Neflix a partir del último viernes de febrero, no es casual y encierra un gran simbolismo en lo que tiene que ver con la mitología y las creencias de los pueblos nórdicos. “Valhalla” es el nombre del palacio de los dioses (algo así como el equivalente al Olimpo de la Mitología Griega), aquel al que llegaban los mejores guerreros vikingos caídos en batalla y donde los días se dividían entre interminables batallas y abundantes festines.
Qué es el Valhalla, según las creencias nórdicas
Los pueblos nórdicos ancestrales creían en un dios máximo (Odín) y en otros que convivían en torno a su figura, como Thor por ejemplo (aquel que en los últimos años tomó un marcado protagonismo de la mano de las películas de Marvel). Y si bien Odín era considerado como el padre y creador de todo, la estructura politeísta era horizontal, por lo que cada uno de los habitantes podía rendirle el mismo culto a cualquiera de los aesir (así se los llamaba) que quisiera o precisara, dependiendo de las circunstancias, sus necesidades y pedidos.
De hecho, los dioses nórdicos -a diferencia de la concepción del dios único del cristianismo- no eran representados ni considerados como seres sobrehumanos y espirituales, sino que tenían una representación antropomorfa (humana) y, antes de convertirse en dioses, habían sido seres humanos y mundanos como cualquiera de aquellos que ahora se encomendaban a ellos. Y en tiempos inmemoriales habían debido padecer inclemencias o adversidades, al igual que quienes les rendían culto y sacrificios en ese momento.
Más allá de su veneración, los dioses nórdicos no eran considerados “Seres o entidades inalcanzables”. A pesar de esto, no habitaban en el mismo mundo que los seres humanos (la concepción nórdica hablaba de una existencia dividida en 9 mundos, Midgard era el de las personas), sino que su mundo era Asgard. Y allí se encontraba el Valhalla, el palacio de los dioses construidos con techos de escudo y paredes de lanzas.
Siempre de acuerdo a la mitología, el Valhalla fue construido por un gigante que pidió a los dioses a cambio el Sol, la Luna y a la diosa Freyja “por toda la eternidad”. Confiados en que el gigante no cumpliría en tiempo y forma con el trabajo, los dioses accedieron a entregarle lo pedido a modo de pago. Pero para sorpresa de todos, el gigante contaba con un caballo semental y poderoso que avanzaba ágilmente con la construcción de este imponente palacio.
Viendo que el gigante cumpliría con el plazo fijado y que los dioses deberían entregarle lo prometido como pago, Loki (quien también era un dios, hermano de Thor y que terminaría por rebelarse contra sus pares y enfrentarlos en el Ragnarök -Batalla del Fin de los Tiempos-) adoptó la forma de una yegua en celo, con intención de distraer al imparable semental.
Al percatarse de la jugada de los dioses, el gigante intentó arremeter contra ellos. Y fue en ese momento en que Thor decidió intervenir y reventar violentamente el cráneo del gigante por la mitad. Para ese momento, el Valhalla ya estaba terminado, aunque los dioses no cumplieron con su palabra. Y esto terminaría siendo clave para el inicio del ya mencionado Ragnarök, en el que los dioses y gigantes se enfrentaron en una batalla que no tuvo vencedores y que se extendió hasta que no quedó nada de lo que existía en pie.
Quiénes llegaban al Valhalla
Los vikingos creían en una vida después de la muerte y, de hecho, consideraban que podía llegar a ser una vida más honorífica y digna que la que transitaban en el mundo de los vivos (Midgard). Uno de los posibles destinos -y al que aspiraban llegar los guerreros- era el Valhalla, este imponente palacio ubicado en Asgard.
Pero llegar al Valhalla no era para cualquiera. Solo llegaban a la casa de los dioses los guerreros caídos como héroes en batalla, y tampoco llegaban todos: lo hacían la mitad de ellos. Quienes se encargaban de elegir y de trasladar a quienes llegarían al Valhalla desde Midgard eran las valientes valquirias, servidoras de Odín.
En esta especie de cielo o de paraíso (por intentar una comparación con el cristianismo) con forma de palacio y al que aquellos guerreros anhelaban llegar, no los aguardaba un descanso eterno, precisamente. Los guerreros que llegaban al Valhalla, una vez en el lugar, transcurrían sus días peleando entre sí, combatiendo en una eterna batalla en la que aquellos que caían volvían a estar en pie al día siguiente. ¿Todo para qué? Para seguir combatiendo entre sí.
Por la noche, antes de que el día llegara a su fin y comenzara uno nuevo -en el que se reanudarían las batallas-, dioses y guerreros compartían un gran festín en el que abundaban los manjares y la hidromiel en la mesa principal del Valhalla.
Esta cíclica rutina que se repetía día tras día en el Valhalla terminaría por servir de entrenamiento para el Ragnarök, esa batalla ya mencionada en la que los dioses y guerreros que llegaron al Valhalla se enfrentaron con los gigantes de fuego y los jotun (liderados por el díscolo Loki). Y que también podría llegar a compararse con el Apocalipsis cristiano.
Lo llamativo del Ragnarök -también traducida como “El destino de los dioses”- es que no se trata de un evento sorpresivo e inesperado. De hecho, según la mitología nórdica, los aesir sabían desde el comienzo que esta batalla terminaría por desencadenarse y no tenían forma de evitarla ni de torcer el destino. Esto no hace más que reforzar la idea de que los dioses nórdicos no eran todopoderosos.
¿Los vikingos creían en un infierno?
Así como creían en una especie de cielo, los vikingos también creían en su contraparte: una especie de infierno. Pero no tenía las connotaciones cristianas o negativas que existen en el catolicismo.
Helheim o Hel es el nombre de este inframundo. Y en las Eddas y Sagas poéticas de los vikingos (precisamente el material que ha permitido reconstruir las tradiciones, cultura y creencias nórdicas) también se lo sitúa bajo tierra.
Al Hel no se lo toma como un espacio lúgubre y tenebroso, sino como un sitio ubicado debajo de una de las tres raíces del árbol Yggdrasil, conocido popularmente como el Árbol de la Vida y en cuyas ramas se sitúan los 9 mundos. Su regente no es un espectral demonio, sino un ser que lleva precisamente el nombre de Hel por nombre. Hay versiones que aseguran quien domina esas tierras es la hija de Loki.
El Hel nórdico dista -y mucho- de ese mundo de penar y sufrimiento que plantea la idea cristiana del infierno. Siempre se ha hecho referencia a este lugar como un espacio neutral, disociado de ideas de castigos o condenas; y que remite a un lugar en el que los muertos continúan viviendo. Sin embargo, la idea de un lugar indeseado tiene que ver, precisamente, con que la aspiración máxima era llegar al Valhalla. De esta manera, tener al Hel como destino al final de la vida no era lo que los vikingos anhelaban, precisamente.