“Nadie estaba muerto en Praga. Nadie. La habitaban seres de carne y hueso tanto como fantasmas tangibles, que hasta proyectaban sombras en las paredes. Nadie muere del todo en Praga. […]”. Susana Tampieri. Nadie muere del todo en Praga
Mi recuerdo de Susana Tampieri (1934 - 2020) no puede ser más entrañable: al respeto y la valoración de su obra literaria, todo un hito en la historia de la dramaturgia o –mejor dicho- de la literatura mendocina en sus diversos géneros, se suma el aprecio por su personalidad vital y sobre todo, por la apertura y comunicación con su público. Digo esto porque nuestro último encuentro fue virtual y tuvo lugar a mediados de noviembre de 2020, cuando accedió con total generosidad- al requerimiento que le formulé para compartir una tarde de diálogo con mis alumnos del Profesorado de Lengua y Literatura del Normal, que estaban cursando un taller electivo titulado “Viajando con un libro en la mochila” y en el que trabajábamos, entre otros textos, la novela de Susana aludida en el título. De más está decir que nos fascinó por su simpatía, por sus conocimientos, por la riqueza de sus vivencias…
Por eso elijo hoy recordarla, no en su faz de dramaturga, en la que cosechó, y seguirá cosechando, sin duda, el reconocimiento de público y críticos, sino como novelista. Debo reconocer que Nadie muere del todo en Praga (2002) me conquistó desde el primer momento en que la leí, y la relectura efectuada para este curso dio fundamento a ese embeleso.
En esta novela escrita bajo la advocación de Franz Kafka, que toma como escenario la ciudad de Praga, una narradora protagonista (heroína activa, con ciertos elementos autoficcionales) cumple una “misión”, con un itinerario que se dibuja sobre un recorrido turístico por la ciudad de Praga siguiendo las huellas de Kafka, pero que es en cierto modo iniciático; su profundo significado se pone de manifiesto a través de símbolos o claves interpretativas, como el sol saliendo de una urna que la protagonista observa en un vitral de la pensión en la que se aloja en la capital checa, en clara alusión a la idea de “alumbramiento”. En el texto kafkiano el hombre se convierte en insecto. Aquí, la protagonista recibirá el mandato de liberar a Grigor Samsa de la caja en que se encuentra, pero en cierto modo revivirá o reencarnará (¿en Odradek? ¿en el hijo de la protagonista?).
En efecto, se reitera el campo semántico de la inmortalidad o, cuanto menos, la posibilidad de alguna forma de perduración o regeneración, lo que da razón del título escogido por la autora, y alrededor de él se constela una serie de motivos: el tema de la eterna juventud y el “pacto fáustico” (a través de un documento encontrado en la mítica “Calle del Oro” praguense, en la que se encuentra una pequeña construcción que Kafka habitó por algunos meses); la perduración por el arte, avalada por la omnipresencia de Mozart en las calles de la Ciudad Vieja; la posibilidad de transformación (metamorfosis) presente, casi al final de la novela, en la pregunta de la protagonista: “-¿Qué haré con la antena de Grigor?”. Y la respuesta de su interlocutor: “-Arrójela al río. Volverá al mar y el mar es la matriz. Tal vez, nazca de nuevo” (121); y también, claro, la maternidad. Es indudable en relación con esto que el vitral aludido anteriormente es un símbolo: la vida emergiendo de la matriz. También la idea de recipiente cerrado que alberga vida nos remite a la caja que la protagonista recibe y debe proteger como parte de su misión. Y, finalmente, el hecho de que ella misma se convierte, al final de la novela, en recipiente portador de vida.
Otros temas vertebradores son, así, el amor, a través de la relación de la narradora con el joven Fausto, nombre claramente significativo y que además nos permite trazar un claro paralelismo con Kafka, a través de la figura opresora del padre; y la memoria, el recuerdo en asociación con el arte literario, evocado también por el hecho de que en el alojamiento de la protagonista funcionaba antiguamente una imprenta, cerrada por el poder en tiempos ya lejanos, lo cual conecta con la persecución ideológica: “[…] La palabra, sobre todo la palabra escrita , siempre ha sido perseguida en nuestro país” (37). La repulsa se extiende a los gobiernos opresores, de cualquier signo (se juega con el título de una novela de Kafka, El proceso, para aludir a la Argentina, pero también se recuerda a las víctimas de la opresión comunista en Checoslovaquia. Y por supuesto, el régimen nazi). Hay también una referencia implícita a la “Primavera de Praga” de 1968: un período de protestas masivas en Chequia, que fueron un intento de conseguir derechos adicionales para los ciudadanos y culminó con una invasión de tanques soviéticos.
¿Por qué Praga? La razón hay que buscarla en primer lugar en estas citas del texto: Praga es “mucho más bella de lo que había supuesto” (10). Además, permite la asociación literaria, porque es “la capital secreta de Europa […]. Y esa cualidad sigilosa es la que pervive en Kafka”. Es una ciudad en la que reina el misterio: “Luego de tantas invasiones extranjeras, lo secreto y misterioso debe ser como una segunda naturaleza para los checos” (36), lo que habilita el tratamiento de la materia narrativa dentro de ciertos parámetros propios de la modalidad fantástica: ciertos motivos como la contaminación sueño / vigilia (sueños que se convierten en realidad), la existencia de “objetos mediadores” entre el mundo real y el irreal y los fantasmas o criaturas irreales.
Además, la novela se nos presenta como un venero de asociaciones transtextuales significativas. Si tuviéramos que señalar las más notables, diríamos que la división de la obra en “Siete días”, así como la importancia dada al tema de la risa, junto con ciertas alusiones textuales: “La abadía de la novela me parece tan misteriosa como esta pensión” (30), nos remiten inmediatamente a El nombre de la rosa de Umberto Eco. Y luego, por una progresión casi inevitable, la alusión a la filosofía nominalista y el infaltable tema de “el Golem”, más la importancia del tema de la palabra, nos evocan a Jorge Luis Borges, expresamente mencionado por la protagonista: “Porque si el nombre de Dios es impronunciable, como dice Borges, es porque la palabra contiene la esencia. ‘El nombre es arquetipo de la cosa’. Y las palabras son la herramienta de los escritores” (94-95).
Nadie muere del todo en Praga es una de las grandes novelas mendocinas contemporáneas: en esa estructura cuasi policíaca dada por una serie de pistas y objetos misteriosos que la protagonista recibirá y que deberá ir develando a lo largo de la trama, todos los planos del relato se imbrican perfectamente en un todo armónico y de profundo significado que tanto deleita como invita a la reflexión.