Espionaje, documentos clasificados, sectas secretas, crímenes sin resolver... El mundo de las conspiraciones es inmenso, y una fuente inagotable de temas para cineastas y documentalistas, que saben muy bien explotar la esencia de estas historias: hay verdades excitantes que nunca sabremos.
Pero en la era de la posverdad lo comprobable y objetivo se vuelve incerteza y viceversa: los movimientos antivacunas y los movimientos terraplanistas son quizás los casos más extremos. Y las plataformas, en estos años de abundancia de series y películas, se hacen eco de lo que a la gente le interesa.
Las conspiraciones siempre fueron un tema taquillero, claro: en los 70′, pasado el momento más álgido de la Guerra Fría y Vietnam, hubo un auge de películas protagonizadas por espías, políticos corruptos y asesinos a sueldo. La novedad ahora estriba en que si antes eran sólidos thrillers basados en hechos reales (“Los tres días del cóndor”, de Sydney Pollack, es de 1975), ahora el formato elegido es el de documental o docuserie. Encontrar los límites de lo que es cierto, infundado, supuesto o inventado se vuelve más difícil para el gran público en este registro.
“Spycraft” o “El Arte del Espionaje” (en Netflix, estrenado este año) es un buen ejemplo. Sigue a distintos espías del mundo y cuenta cómo es su trabajo y cómo ha cambiado a lo largo del tiempo. Al final, concluye que los espías existen y que nunca podremos saber mucho más de lo que ellos mismos dejan que sepamos.
En el libro “El pensamiento conspiranoico”, lanzado en junio pasado en España, el periodista Noel Ceballos hace un análisis pormenorizado del tema, desde la idea de que los Illuminati viven entre nosotros al viejo fenómeno de la ufología. Es muy claro en aseverar que vivimos en la era dorada de la conspiranoia. ¿Las razones? Las redes sociales, los gobernantes e incluso los medios, que toman los temas y hacen que se discutan socialmente. “Nunca un porcentaje tan alto de la población había sido expuesto, durante tanto tiempo, a un número tan grande y normalizado de teorías de la conspiración como en la segunda mitad de la década pasada”, escribió en referencia a la llamada Era Trump.
“OVNIS: Proyectos de alto secreto desclasificados” es una de las docuseries que viene ganando popularidad en Netflix desde su estreno, el 3 de agosto. Presenta supuesta información y pruebas de archivos gubernamentales que fueron secretos. Concluye en base a ellos, y sin más rigor, que los extraterrestres existen.
Otro de los documentales que llegó a la plataforma es “Hongos fantásticos”, dirigido por Louie Schwartzberg, en el que se alternan sin ningún tipo de jerarquía científica los testimonios de reconocidos micólogos con gurúes de la medicina alternativa como Andrew Weil, quien montó una industria editorial de autoayuda que raya lo pseudocientífico. Se convirtió en uno de los contenidos más vistos de ese servicio de streaming.
Tiene Netflix también una trilogía que vincula medioambiente, salud y alimentación: “Cowspiracy”, que alerta sobre lo nociva que puede llegar a ser la industria bovina; “What the Health”, sobre cómo la alimentación influye en las enfermedades; y “Seaspiracy”, sobre cómo la industria de la pesca acabará matando los océanos y la vida humana. Aunque con excelentes guiones y conclusiones atendibles, en algún punto las tres llegan a lagunas imposibles de sortear que provocan que los espectadores liberen su imaginación.
Por otra parte, en HBO se estrenó este año “Q: En el ojo del huracán”, un pantallazo de lo que es QAnon, un movimiento surgido en internet que se sirve de teorías conspirativas -algunas totalmente irracionales, como el Pizzagate- para confundir a los estadounidenses, instigando incluso la toma del Capitolio.
En esa plataforma también está “Agentes del caos”, de Alex Gibney, que escruta las maniobras rusas para influir en los comicios que proyectaron a Trump a la Casa Blanca.
Dos casos muy cercanos a los argentinos fueron “El fiscal, la presidenta y el espía” (2019), sobre el suicidio o asesinato de Alberto Nisman, y “Carmel: ¿Quién mató a María Marta?” (2020), sobre el caso García Belsunce. Ambos, verdaderos fenómenos mediáticos en la hora de su estreno, versan sobre casos irresueltos (aunque el segundo tuvo una condena) e inspiran decenas de teorías, que alimentan las fantasías de los argentinos: como aquella que sostiene que el de María Marta fue un crimen mafioso. Aun así, los dos se distinguen por sembrar el misterio y no ser concluyentes.
Justin Webster, director de “El fiscal, la presidente y el espía”, dijo a El País: “El problema es que la gente siempre, y ahora más que nunca, quiere certezas. Y no hay certezas (...) Si algo confirma tus prejuicios no tienes que pensar, y pensar exige, es doloroso. Y lo más cómodo es echarle la culpa al otro”.
Confirman estas aseveraciones todo lo que está sucediendo con la pandemia. El coronavirus ya genera y seguirá generando contenidos de este tipo. En este sentido, los conspiranoicos ya tienen su biblia: “Plandemic”, un compendio de teorías que apuntan contra la industria farmacéutica y contra el creador de Microsoft, Bill Gates. Tal fue su impacto, cuando se difundió el 4 de mayo del año pasado, que hasta el New York Times le dedicó sendas notas y resultó un popular hashtag en redes sociales.
Y como una prueba más del auge de estos contenidos recordemos que Oliver Stone, quien viene realizando varias radiografías a la sociedad estadounidense en ficciones y documentales, estrenó en el último Festival de Cannes “JFK Revisited: Through The Looking Glass”. Se trata de dos horas de documental sobre el asesinato de Kennedy, revisitando (esto es lo curioso) un hecho que él ya había tratado en una película de 1992, “JFK”.
Ahora se basa en informes secretos desclasificados en 2017 (quedan todavía unos 200 por salir a la luz). De vuelta, no son concluyentes y refundan varias versiones sobre el magnicidio del presidente. Tanto así que, a estas alturas, no se sabe qué pasó, “pero sí lo que no pasó”, apuntó el cineasta. Y que la imaginación haga el resto.