Tuvieron que pasar diez años para que Sophia Loren volviera al cine. Muchos son los guiones que le llegan a la diva eternamente bella del cine, ya de 86 años, y que ella rechaza sistemáticamente: con tantos años de carrera, no cualquier papel motiva a esta estrella a volver a filmar.
Ahora, con “Nine” (2009) de Rob Marshall y “Femena” (2010) de Matt Cimber como largometrajes antecesores, encontró de nuevo la inspiración, y de la mano de su hijo, el cineasta Edoardo Ponti, nacido de su relación (de más de 50 años) con el productor italiano Carlo Ponti. Es la tercera vez que trabajan juntos.
“La vida ante sí” (“La vita davanti a sé”), que estrenó el viernes en Netflix, ya escaló a las primeras posiciones de los contenidos más vistos en Argentina. Y con razón: muchos habrán sido los que acudieron a esta película para reencontrarse con Sophia Loren, pero muchos otros también habrán querido darle play para conocerla, para ver actuar a esa mujer, ya casi nonagenaria, a la que escucharon nombrar muchas veces por haber sido el símbolo de la italianidad y la belleza mediterránea, y que aquí habrán descubierto como una abuela doliente.
Esa fuerza de la naturaleza que interpretó a “La ciociara” (“Dos mujeres”, 1960) e hizo tantas duplas con Marcello Mastroianni (recordemos “Matrimonio a la italiana”, de 1964), aquí baja del pedestal del glamour, para mostrarse como una tana malhablada, frágil, doméstica y sobre todo bondadosa. Así Loren debutó en el streaming y se ganó el corazón de las nuevas generaciones.
Y no es precisamente que Sophia Loren no haya querido trabajar más asiduamente: no deja de reconocer en entrevistas, como en una reciente publicada por The New York Times, que si hay algo que no dejará nunca de hacer es actuar. Simplemente no había encontrado un guion que la emocionara, que le hablara tan de cerca.
“La vida ante sí” es uno de los dramas más conmovedores y bien filmados que se hayan hecho en los últimos años. Loren interpreta a Madame Rosa, una anciana judía que aun sufre el recuerdo del campo de concentración de Auschwitz, que ejerció la prostitución en algún tiempo y que actualmente vive, o sobrevive, a duras penas en la ciudad portuaria de Bari, en el sur de Italia.
Se dedica desde hace años a cuidar a niños vulnerables, muchas veces hijos de prostitutas, que la ayudan a sentirse acompañada en esa vejez tan solitaria. Así, un día su vida se cruza con la de Momo (Ibrahima Gueye), un huérfano de 12 años senegalés, de crianza musulmana, que aún tiene abierta la herida de haber perdido a su mamá a los seis años. Desde entonces, Momo ha sido considerado un niño problemático: lo echaron de la escuela por haber agredido a otro compañero y terminó vendiendo droga y robando.
Esta película, basada en la novela de Romain Gary, que también fuera una película en 1977 (esa vez Madame Rosa era Simone Signoret), tiene su fortaleza no solo en Loren, quien -por si faltara decirlo- todavía emana magia ante la cámara, sino también en la excelente dirección de Edoardo Ponti.
Hay que decirlo sin rodeos: “La vida ante sí” no es una película que nos dé sorpresas; no hay plot twists, ni cosas que no nos pudiéramos imaginar. No es una película de súper presupuesto ni busca el efectismo visual. Sigue, en algún sentido, el curso ya establecido de una historia que, cambiando los nombres y las épocas, venimos escuchando desde hace mucho tiempo.
Por eso, lo que necesitaba este filme era un director que enfatizara el cómo más que el qué, que pusiera en relieve la complejidad y la evolución de relaciones humanas. Que diera sentidos nuevos a una novela escrita en otro contexto. Y Ponti, sagaz observador de la Italia contemporánea, logra esto con mucha sensibilidad.
Acá no hay historia dorada, ni italianos aristocráticos del “Nord”, ni la glorificación de la cultura nacional ni un idioma pulcro. Ponti se siente heredero de esos pintores de la realidad, que como Vittorio de Sica y Ettore Scola -en diferentes generaciones- mostraron el barro de la calle. Y la realidad italiana hoy, por si aun no se hubiera filmado, es la inmigración (a veces ilegal) y el multiculturalismo. Todos los personajes de la película comparten, de hecho, la condición de ser, en algún sentido, un paria.
Sophia Loren hace una Madame Rosa cercana e íntima. Un personaje que es un trazo crepuscular. Y ese trazo merece gestos mínimos, alejados del fervor dramático de otras épocas, que es la Loren de “La ciociara”. Es una anciana cada vez más ensimismada en sus recuerdos de la infancia. Todo eso hace que en las miradas, en los silencios y en los tenues desvaríos del personaje esté concentrada la gloria artística de la gran diva italiana, quien en esta película logra -quizás inesperadamente- una de sus actuaciones más perfectas y conmovedoras.
Ibrahima Gueye da, por su parte, también una actuación memorable. Sus momentos de risa y de dolor, de baile y de llanto, se relacionan de una manera orgánica. Y el mérito acá también pertenece a la construcción que hace del personaje Ponti, quien para lograr la sensación de naturalidad entre su madre y el pequeño, quien no se deja cegar por la luz de la diva, hizo que ellos convivieran un tiempo.
De hecho, Ponti se preocupó especialmente en dotar de significados al espacio: el edificio donde está el departamento de Madame Rose es una mole de recuerdos y fantasmas. En su casa no solo viven una anciana y tres niños, sino también todos los recuerdos y ausencias que desprenden todos ellos, cada quien vulnerable y sufriente a su modo. En el subsuelo del edificio, en cambio, está la “baticueva” (tal como los pequeños la llaman) de Madame Rose, un refugio polvoriento y lleno de objetos viejos que la ayudan a no olvidar su pasado. La terraza, esa dimensión de libertad (contacto con el cielo y el mar), no solo es el lugar donde los niños juegan: ahí también es donde ella, en una bella reminiscencia a la escena más famosa de “Un día muy particular” (1977), se pierde entre sus sábanas tendidas y sus regresiones cada vez más recurrentes.
Pocos esperábamos, a esta altura de un año tan árido y en un contexto tan desolador, un regreso tan notable, y en una película tan buena, capaz de compensar la desazón del coronavirus con un mensaje de humanismo y esperanza. “Cuando pierdes las esperanzas suceden las cosas buenas”, dice ella en uno de los momentos cruciales de esta historia. Allí, después del bello aforismo, Madame Rose y Momo olvidan sus diferencias, sin dudas abismales, y se hermanan en una sola tristeza. Se reconocen iguales.
Es probable que el año que viene los Oscar sean hegemonizados por el streaming, ante los pocos estrenos que ha habido en salas. “La vida ante sí” es una firme candidata, sobre todo con el protagónico de ella, la dirección de Ponti y el guion (adaptado), que le pertenece junto a Ugo Chiti y Fabio Natale. Sophia Loren se convertiría en la actriz más longeva en ganar uno.
La ficha
“La vida ante sí” (“La vita davanti a sé”). Italia. 2020. 94′. Dirige: Edoardo Ponti. Guion: Edoardo Ponti, Ugo Chiti, Fabio Natale (basado en la novela de Romain Gary). Fotografía: Angus Hudson. Montaje: Jacopo Quadri. Elenco: Sophia Loren, Ibrahima Gueye, Renato Carpentieri, Abril Zamora, Babak Karimi. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: Muy buena.