De pronto, cual empieza un mar que estaba en calma a sacudir sus aguas y en él forma un abismo, estalló furibunda la tempestad de mi alma… ¡Y buscando en mi vida la tan soñada Gnosis, inicié una incesante batalla con mí mismo, que es cruz en mi calvario y luz en mi neurosis!...”, Ricardo Tudela. (Horas de intimidad, 1924).
Ricardo Tudela (1893 - 1984) es una voz señera de la cultura mendocina: su vasta obra literaria incluye poesía, narrativa, ensayo y teatro. Personalidad múltiple, compleja y rica, su formación fue asistemática y variada, hecha de contrastes, en parte debido a los distintos oficios que desempeñó a lo largo de su vida y que Gloria Videla de Rivero (1998) reseña, sintetizando los aportes realizados por otros de sus biógrafos: Tudela fue “aprendiz de panadero, confitero, herrero, albañil, aprendiz de boticario, encuadernador… Ingresó luego en el mundo el teatro ‘que fue su universidad y el campo de engaños y desengaños que le permitió encontrarse consigo mismo’. En el teatro fue tramoyista, traspunte, arreglador de libretos, montador de espectáculos, secretario de empresa, crítico teatral” (47). A partir de allí se produce su ingreso al periodismo: como cronista, redactor, editorialista… se desempeñó en publicaciones tales como la revista Oeste, Vida Andina, Mástil, La Semana, el diario La Palabra, el suplemento cultural del diario Los Andes, etc. Además fue docente, durante más de treinta años, de Historia del Arte, Estética y Cultura en la Academia Provincial de Bellas Artes. Tuvo asimismo participación en la vida política mendocina, en un primer momento apoyando al radicalismo lencinista, y participó en organizaciones gremiales y culturales: fue fundador de la Sociedad Argentina de Artes y Letras, en 1937, y en 1942 impulsó la creación de la filial Mendoza de la Sociedad Argentina de Escritores, cuya presidencia ejerció.
Su labor en el campo cultural mendocino, como difusor de nuevas ideas estéticas, tiene que ver con su prolongada estadía en Chile, en los años de su juventud, a comienzos de la década del 20, donde toma contacto con poetas vanguardistas como Rosamel del Valle, Juvencio Valle, Humberto Díaz Casanueva o el propio Pablo Neruda. “Cuando regresa a Mendoza en abril de 1925, trae ese fermento, que se traduce no tanto en su práctica como en la teoría poética. En tertulias de café, en charlas en las redacciones de los periódicos, en el núcleo del grupo vanguardista Megáfono y a través de colaboraciones periodísticas, difunde sus reflexiones sobre la poesía” (Videla de Rivero, 1996: 49-50).
Además de estas influencias formadoras, se destaca la lectura –apuntada por Juan Draghi Lucero (1045)- de los escritores rusos Gorki, Tolstoi, Dostoiewski; de Emilio Zola y de algunos uruguayos: Jules Supervielle, Sabat Ercasty, Zum Felde. También las lecturas filosóficas desempeñaron importante papel en su formación, como el trascendentalismo estadounidense del siglo XIX –”No sólo Ralph W. Emerson intervino en los días más peligrosos de mi autoformación, sino H. D. Thoreau y Walt Whitman, poeta de la democracia de América –Amaba la naturaleza, la vida comprometida, la intuición panteísta del mundo” (Tudela, 1964: 16). Asimismo apunta Videla de Rivero que “fue un asiduo frecuentador de la Biblia” (1996: 51). Posteriormente, su evolución espiritual lo llevará al encuentro de la teología de Theilard de Chardin y su “Cristo Cósmico”, que inspira muchas páginas de reflexión filosófico-religiosa.
Gloria Videla de Rivero sintetiza así el talante espiritual de Ricardo Tudela, en semblanza extraída de los propios escritos del autor mendocino: “talante romántico, conflictuado y agónico, su trasfondo religioso (heredado de la madre), sus lecturas hinduistas (muy difundidas en la época), su rebelión anárquica (transmitida por el padre)” (1996: 53) y también lo presenta como “un pensador-escritor más intuitivo que racional, un buscador metafísico agónico, atormentado, un religioso heterodoxo y antidogmático (según su propia definición), un inconformista, un luchador civil (que en un período de su vida adhirió al marxismo), un regionalista con vocación universalista, un americanista visceral” (1996: 48).
De este modo, la estudiosa citada sienta las bases para su estudio de la poética tudeliana, en función de una hipótesis central: que “Tudela asume la herencia de las poéticas románticas y posrománticas, a través de su propia personalidad y desde sus condicionamientos biográficos y regionales” (1996: 45-6). A propósito de los primeros, cabe recordar las palabras del propio Tudela –citadas por Videla- acerca de las contradicciones vividas en sus años de formación: “Desde muchacho estaba familiarizado con dos corrientes ideológicas de mi hogar: mi padre anarquista, mi madre protestante. Este sentido de inconformismo y libre examen me dio cierta independencia de pensamiento” (1996: 48). En cuanto a los segundos, la difusión de ciertas corrientes de pensamiento en el ambiente intelectual de la Mendoza de principios del siglo XX, según lo detalla Arturo Roig: el neo-espiritualismo y el vitalismo irracionalista, dentro del cual el filósofo ubica a Tudela. Debe mencionarse asimismo la difusión de las ideas teosóficas: “tendencias esotéricas que contribuyen al carácter oscuro, por no decir críptico” de muchas de las postulaciones del poeta (Videla de Rivero, 1996: 46). A estas ideas se suman las influencias del surrealismo y también los aportes del creacionismo.
Todo este trasfondo intelectual alumbra una poética centrada en “la identificación del propio ser con el del poeta (ligado al del filósofo asistemático, al del ‘homo religiosus’, al del combatiente político y al del realizador cultural)” y una concepción de la poesía “como una instancia totalizadora […] no […] ya sólo un camino que conduce a un fin que la trasciende más allá de sí misma, sino que revela el último reino” (Videla de Rivero, 1996: 48-9).
Esta meditación estética de la década del ’30 se hace expresa con posterioridad al inicio de su obra poética, pero seguramente la alimentó en sus aspectos básicos. Vemos cómo cada uno de los puntos expuestos en forma teórica supra encuentran su correspondencia y aun su justificación en el verso; así por ejemplo, la idea rectora de que la poesía es previa al poeta y lo trasciende y de que éste debe recogerse en sí mismo para encontrar en el silencio interior la clave que le permita traducir en poesía las “vibraciones cósmicas” y las sutiles “correspondencias” entre el macrocosmos exterior y su microcosmos interior. También las ideas pitagóricas de la metempsicosis, del número como esencia universal, de la existencia de una “música de las esferas” y la relación entre el macrocosmos y el microcosmos, se hacen evidente en varios poemas de la década del 20, de los que nos ocuparemos en otra ocasión.