“He leído y he escrito. Más leo que escribo; como es natural, leo mejor que escribo./ He viajado. Preferiría que mis libros viajen más que yo./ He trabajado, trabajo. Carezco de bienes materiales”. Antonio Di Benedetto. “Autobiografía”.
El próximo 10 de octubre se recuerda un nuevo aniversario del fallecimiento de Antonio Di Benedetto, acaecido en la ciudad de Buenos Aires en 1986, y es justo rendir un homenaje a este auténtico renovador de la literatura argentina.
En efecto, Di Benedetto se nos presenta como cabal representante del proceso de transformación que experimenta la narrativa contemporánea en la segunda mitad del siglo XX. Este fenómeno es verificable en las literaturas europeas y también en la argentina; así, Noé Jitrik señala, hacia 1955, el surgimiento de “una literatura de ruptura y contenido, cuya forma se ha librado de la vacilación” (1959).
Es tradición que las renovaciones literarias en estas tierras se den siguiendo los cánones europeos o los dictados de modas impuestas desde la capital o desde otros centros culturales prestigiosos. Sin embargo, el caso de Di Benedetto nos enfrenta con la perplejidad de descubrir a un narrador que, desde Mendoza y desconociendo –como él mismo repite- a los fundadores de la denominada “nueva novela”, transita paralelamente similares caminos, en una saludable e incansable búsqueda de nuevas soluciones expresivas.
Antonio Di Benedetto había nacido en Mendoza “el Día de los Muertos del año 22″ (”Autobiografía”, 1968) y quizás esta afirmación nos delinee algo de su carácter, de su angustia existencial, de su conciencia de ser “un hombre para la muerte”, al mismo tiempo que nos permite anticipar algunas de las constantes temáticas de su obra: la culpa, la soledad, la muerte, la obsesión por el suicidio, la nostalgia, el vacío, la nada…
Ciertamente, de su infancia tranquila y suburbana, transcurrida en El Bermejo, de su niñez mendocina quedan hermosos recuerdos que conforman el escenario, presentido o explícito, e muchas de sus mejores páginas; también, vivencias desgarradoras, como la muerte (¿suicidio?) de su padre, que se asocia con el inicio de su vocación literaria, en tanto fue tema de su primer cuento, a los diez años de edad, y obsesión recurrente que suministra materia a obras posteriores, como la novela Los suicidas.
Abandonados los estudios de abogacía que inició en Córdoba, su existencia se encauza decididamente por el camino de las letras, una doble vertiente: narrador y periodista, tarea esta que ejerció con un sentido ético de servicio a los demás y que lo llevó a desempeñarse en diversos medios gráficos de Mendoza y Buenos Aires, hasta culminar su trayectoria como subdirector de Los Andes, cargo que ocupaba al momento de su detención durante el denominado “Proceso de Reorganización Nacional”.
Gracias al periodismo pudo iniciar su destino de viajero, que se completará luego con motivo de varios premios y distinciones internacionales que mereció, y que concluyó, debido a aciagas circunstancias, con un itinerario casi sin retorno, el del exilio y la soledad, emprendido luego de su liberación en 1978 y que se prolongaría hasta 1984. El retorno a la patria traería varios homenajes más, como su ingreso a la Academia Argentina de Letras o el Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad Nacional de Cuyo, y la publicación de su última novela: Sombras nada más, pero también le traería –pronto- el final de su existencia densa, angustiada y fructífera.
Paralelamente, desarrolló una obra literaria trascendental para las letras mendocinas y argentinas, que se inicia en 1953, cuando el contexto cultural mendocino mostraba una intensa actividad intelectual y artística, en la que–junto a la continuidad de figuras consagradas- como Jorge Enrique Ramponi, Ricardo Tudela, Juan Draghi Lucero o Alfonso Sola González, se advertía el surgimiento de nuevos escritores: Alberto Rodríguez (h), Abelardo Arias…, algunos de los cuales, como Antonio Di Benedetto , alcanzaron relevancia nacional y, más aún, internacional.
También en la década del 50 Di Benedetto publicó otros títulos significativos, entre ellos su más destacada creación: Zama. Todo ello sirve para situarlo en el marco de una promoción novelística que, dentro de la literatura argentina (sin desconocer por supuesto las diferencias individuales) se caracteriza por la experimentación de nuevas técnicas narrativas; por el impacto que sobre ella ejercen los medios de comunicación social: radio, televisión y fundamentalmente el cine; y por la asunción de una postura crítica frente a os problemas nacionales y continentales, sin excluir tampoco cuestionamientos filosóficos (transidos de angustia) sobre el ser del hombre en el mundo.
En una primera aproximación descriptiva a esta promoción literaria destaca la presencia de numerosos escritores “del interior”, de la talla de Juan José Saer, Héctor Tizón y, por supuesto, los mendocinos ya mencionados: Rodríguez, Arias y Di Benedetto. Del mismo modo, los años 60 verán resurgir formas literarias que, generadas en distintas zonas, tematizan la propia región, pero no desde la perspectiva del regionalismo anterior; vale decir que prescinden del color local y del lenguaje característico de la zona, para ahondar en cambio en una voluntad de descubrimiento y de exploración del entorno, sumada a un poderoso filtro de experimentación formal.
Otras características que pueden mencionarse, en relación con esta promoción literaria, son: la preocupación por la realidad y en ella, por sus aspectos sociales, lo que lleva a algunos autores, como David Viñas, a una literatura con un marcado “compromiso”; igualmente, la influencia de la novelística norteamericana, tanto en la técnica como en el lenguaje empleado; la especial atención prestada al ser humano y en él, a la expresión de sus vivencias existenciales (la importancia de la filosofía existencialista en la narrativa contemporánea se hace evidente si se tiene en cuenta la difusión de este pensamiento que ha llegado a ser considerado como un auténtico “espejo de la conciencia contemporánea”).
También es importante destacar, como lo hace Noé Jitrik e el estudio que dedica a esta “nueva promoción”, el peculiar tratamiento del pasado y la historia, entendidos, no como tradición, es decir “con una actitud reverencial, sino con intensidad de búsqueda” (Jitrik, 1959).
Muchos de estos rasgos se reconocen de forma inequívoca en la obra de Antonio Di Benedetto, a la que nos referiremos con mayor detalle en una nota posterior.