Saber o no saber, esa es la cuestión, diré, parafraseando a Hamlet. Saber o no saber qué nos conviene como sociedad, qué recursos tenemos que reforzar. La pandemia, que viene a ser como un curso de gestión pública a lo bestia, nos debería estar enseñando la necesidad de potenciar el sistema sanitario y la investigación. Pero por muy obvia que parezca esta lección, me temo que no la estamos aprendiendo. Nuestro sistema de salud, que en un tiempo estuvo entre los 10 mejores del mundo, se encuentra ahora en un estado preocupante. Para hacernos una idea, en España se gastan 1.690 euros al año per capita en salud; en Alemania, 4.099. En cuanto a la investigación sanitaria, es de llorar: se invierten menos de seis euros por persona al año. No es de extrañar que nuestros mejores médicos emigren a otras tierras.
Hace años, en medio del vértigo de la crisis económica, cuando en España empezaron a recortar a hachazo limpio los presupuestos científicos, hubo algunos casos sangrantes como el de María Luisa Botella, genetista del CSIC, que estaba estudiando una enfermedad rara hemorrágica y que en 2012 tuvo que acudir a un concurso de televisión para sacar fondos con los que contratar a un ayudante: consiguió 15.000 euros. Pero quise creer que este penoso circo era algo más bien coyuntural y se debía a la crisis. Optimista y tonta que es una.
Hace unas semanas leí un reportaje sobre cuatro científicas que, lideradas por Patricia Sancho, están buscando nuevas terapias para el letal cáncer de páncreas en el Instituto de Investigación Sanitaria Aragón. Pues bien, las pobres andan como locas para sacar fondos: venden mascarillas, subastan cuadros, sortean una camiseta firmada por los jugadores del Real Zaragoza e incluso una pastelería local, la Tolosana, regala a los donantes de más de 150 euros un vino dulce y una trenza de Almudévar, que digo yo que estará riquísima. Conmovedor y de pena.
Pero déjenme contarles un caso emblemático, el del doctor José Martínez Orgado, responsable del servicio de neonatología del hospital Clínico de San Carlos de Madrid, que lleva investigando desde 1993 la manera de evitar el daño cerebral en recién nacidos. Más de un millón de niños mueren cada año en el mundo por daño cerebral neonatal y otro millón quedan con secuelas permanentes invalidantes. Martínez Orgado, que es un crack, descubrió que un producto derivado del cannabis, el cannabidiol, podía tener un efecto protector y terapéutico importante. Como no consiguió ayuda para su investigación en España por más que lo intentó, tuvo que vender hace 10 años la patente a unos laboratorios ingleses que le dieron fondos para seguir con la investigación, pero que se quedaron con todos los derechos (el nombre de Martínez Orgado no aparece: es como si lo hubieran descubierto ellos) y que pueden venderlo al precio que les dé la gana (por ejemplo, carísimo, aunque es un producto natural que no cuesta casi nada).
Pero ahora incluso esa ayuda del laboratorio inglés se ha acabado. El doctor Martínez, que sigue desarrollando líneas de investigación propias para revertir el daño cerebral en prematuros, está desesperado intentando encontrar fondos para seguir manteniendo a su equipo de seis investigadores. Incluso lo ha intentado con un crowdfunding a través de Precipita, una plataforma científica, pero sólo reunió 5.000 euros: “Sacaron bastante más unos que estaban buscando una nueva forma de acabar con las cucarachas”, dice, desolado. Sólo le queda dinero hasta fin de año; si no consigue más, tendrá que cerrar la investigación. Sus colaboradores son “unos jóvenes de talento descomunal que cobran 800 euros al mes y que llevan entre dos y cuatro años desarrollando este trabajo, que es la base de sus tesis doctorales”, dice. “Si no encontramos dinero no sólo perderán el empleo, sino la posibilidad de doctorarse”. Por no hablar de todas esas muertes infantiles y, lo que es peor, de esas vidas y esas familias destrozadas por las secuelas. Por todos los santos, es un producto que ya ha sido probado con éxito y una investigación que augura importantes avances, y sólo necesita, para seguir adelante, 50.000 euros al año. ¿De verdad que vamos a tirar a la basura todo ese esfuerzo? Me fastidia decir frases tópicas, pero en fin: España es un país de pandereta. —eps
Rosa Montero ./ EDICIONES EL PAÍS S.L 2020