Conocido como el Santo Patrono de los músicos argentinos, Osvaldo Pugliese no solo repele la “mufa” de los músicos, sino que ha sembrado en la cultura argentina una semilla inmortal. Fue y sigue siendo uno de los grandes referentes del tango. Ese tango popular, ese tango que se bailaba en milongas y de aquel en donde “Don Osvaldo” era figura frecuente.
Es así que, a más de un cuarto de siglo de su muerte, el maestro del tango continúa depositando enseñanzas en miles de artistas a lo largo y ancho del país.
Un músico de otra categoría
Osvaldo Pugliese nació un 2 de diciembre. Corría el año 1905, en el barrio porteño de Villa Crespo. Hijo de una familia de músicos, creció rodeado de melodías. Su padre, que tocaba la flauta, le regaló un violín y lo inscribió en el Conservatorio Odeón: ese fue el comienzo de todo, aunque su verdadera pasión sabemos que era el piano.
Se formó con grandes maestros como Vicente Scaramuzza y Pedro Rubione. Se formó hasta que, llegados sus 15 años, Osvaldo formó un trío musical junto con el bandoneonista Domingo Faillac y el violinista Alfredo Ferrito. Su debut fue en un bar porteño junto a aquellos dos maestros. Luego, lo hizo participando con otro conjunto, en la que se encontraba Francisca Cruz Bernardo, la primera bandoneonista de la Argentina, más conocida como “Paquita” o “la Flor de Villa Crespo”.
Formó parte del cuarteto de Enrique Pollet en 1924 y luego participó en la orquesta de Roberto Firpo. Ya para 1926, era un pianista consagrado y se unió a la orquesta del gran bandoneonista Pedro Maffia.
Ya llegada la década del ’30, formó su propia orquesta junto con el violinista Elvino Vardaro. En el Café Nacional realizaron su primera presentación, que tuvo una gran repercusión. Con aquel reconocimiento lograron llevar adelante la primera gira por el país, aunque nada resultó ser como esperaban. Resultó ser todo un fracaso económico, demandó más gastos que ganancias y tuvieron que empeñar algunos de sus instrumentos para volver a casa.
En 1936 creó un sexteto junto con los bandoneonistas Alfredo Calabró, Juan Abelardo Fernández y Marcos Madrigal, los violinistas Rolando Curzel y Juan Pedro Potenza, y el contrabajista Aniceto Rossi.
Esta fue la orquesta con la que cosechó su gran reconocimiento durante 55 años, siempre con algunos cambios, pero fiel al espíritu original de los integrantes. Durante ese periodo, Don Osvaldo creó más de 150 canciones y grabó más de 600 piezas de otros músicos y autores.
Algunas de las piezas más conocidas de esa época fueron “La Yumba”, “Recuerdos”, “La Beba”, “Negracha” o “Malandraca”.
En 1985 logró lo que nadie pudo hasta entonces: en el marco del festejo de sus 80 años, Pugliese llenó el Teatro Colón, un lugar reservado exclusivamente a la música y líricas académicas, y tocó con su orquesta.
Falleció el 25 de julio de 1995, a los 89 años. Su hija Beba y su nieta Carla, también pianistas e innovadoras del tango, continúan el legado de este grande de la música.
Pugliese y su militancia
Osvaldo era conocido como un ciudadano comprometido con la sociedad. En 1935, impulsó el Sindicato Argentino de Músicos y fue desde entonces que nació su lucha bajo la idea de “donde el trabajo sea una dignidad personal y no un castigo”.
En 1936, se afilió al Partido Comunista Argentino, lo que sumado a su militancia con la música, llevó a que Pugliese fuera perseguido, censurado y hasta encarcelado durante el gobierno de Juan Domingo Perón y el gobierno de facto autodenominado Revolución Libertadora. En tanto, su orquesta estaba prohibida en la radiodifusión.
Conocida es la anécdota que refiere cómo en las épocas en que el músico fue encarcelado por sus ideas políticas, su orquesta seguía actuando y sobre el piano los asistentes veían un clavel rojo. Se trataba de una muda protesta de los músicos ante el injusto atropello y expresivo homenaje para el director forzado a ausentarse.
Fue en la década del ’50 que la orquesta de Pugliese animó las milongas del Club Atlético de Palermo. En ese entonces, era un reducto opositor de las políticas oficiales del gobierno.
El “antimufa” consagrado
Más efectivo que “merde, merde, merde”, para obtener suerte en una presentación musical hay que decir “Pugliese, Pugliese, Pugliese”. Antes de grabar un disco, comenzar un show o incluso previo a iniciar su día, los músicos y músicas invocan a Don Osvaldo, el santo protector de los músicos.
Dicen por allí que el maestro del tango rompió con la mufa de las presentaciones, por lo que no debe haber estudio de grabación, oficina o estuches de instrumentos, donde no se asome una imagen de Osvaldo Pugliese, una estampita, un cuadro, todo lo que sume para marcar presencia y protección del santo.
Incluso tiene su propia estampita, acompañada de la oración a San Pugliese. “Protégenos de todo aquel que no escucha. Ampáranos de la mufa de los que insisten con la patita de pollo nacional. Ayúdanos a entrar en la armonía e ilumínanos para que no sea la desgracia la única acción cooperativa. Llévanos con tu misterio hacia una pasión que no parta los huesos y no nos deje en silencio mirando un bandoneón sobre una silla”.
Pero, ¿por qué se le atribuyen estos milagros? Según músicos argentinos, las máquinas de los estudios de grabación dejan de tildarse cuando se pronuncia su nombre, aparecen inesperadamente instrumentos musicales perdidos (o robados), o en medio de un apagón vuelve la luz al escenario después de invocarlo.
Se dice que, durante un recital de Charly García, se desencadenó una serie de situaciones y problemas técnicos que retrasaron el comienzo del espectáculo. El sonido no funcionaba bien, hasta que alguien del equipo intentó hacer una prueba con un disco del Maestro Pugliese. Mágicamente, o desde el más allá, todo comenzó a mejorar y Charly dio su show.
Simplemente es creer o reventar. Aunque los músicos le deben mucho más que sacarles la mufa: a Pugliese le deben los primeros intentos de organizarse como comunidad artística.
Aprendieron de él que la ideología y la música no se pueden separar, y que se debe defender el compromiso musical con garras y dientes. Él luchó por los artistas, por la música y para que comprendiéramos todos que dedicarse a ella no es un pasatiempo o una profesión menor: es un trabajo como cualquier otro y una pasión que corre por las venas.
Múltiples testimonios hablan de su modestia, de su bonhomía y de la aguda inteligencia con la que dirigía este organismo colectivo. Pugliese fue, es y será, un ejemplo en el mundo artístico. Un símbolo de revolución, perseverancia y pasión.