El ascendente retorno a lo analógico en muchos rubros como el cine, la música y la fotografía no parece ser azaroso, pero los resistentes continuamos exponiendo argumentos snobs y precisiones técnicas para justificar su existencia.
Con la inmediatez, la simultaneidad y el exceso de contenido de los tiempos que corren, lo particular se vuelve irregular y la experiencia muchas veces vale más que el producto en sí. Me refiero a la experiencia de poner y escuchar el ruido de un vinilo, ó en mi caso, la de sacar fotografías a rollo.
Un disco de vinilo hoy cuesta 13 veces más que la subscripción individual mensual de spotify; con la fotografía analógica, entre rollo, revelado y escaneado, cada disparo vale bastante la pena.
Con este formato aprendí a tomar decisiones, a ver 20 veces a través del lente antes de apretar el botón y a buscar nuevas formas físicas y ópticas de experimentación.
Encuentro un valor material bastante difícil de replicar y un amplio margen de error que lo vuelve una experiencia fascinante, atemporal y arriesgada