Conocí a Mario Ballario (1939 - 2000) cuando era una adolescente y si bien nuestros caminos no se cruzaron luego por años, guardé de él un recuerdo imborrable, hasta que la edición de su libro volvió a reunirnos. Con él aprendí a conocer a los poetas mendocinos, a través de su labor de antólogo; más aún, a recitar sus poemas, a modo de práctica teatral, a través de su labor docente que congregaba un grupo de jóvenes amantes del teatro, las tardes de sábado, en los salones de la Compañía de María de Ciudad.
Porque Mario fue, además de poeta, actor y director teatral, recopilador y antólogo, responsable de dos de las primeras antologías de poetas mendocinos: Ocho expresiones poéticas (1968) y 50 años de poesía en Mendoza 1922-1972 (1972). En cuanto a su propia labor creativa, con Los espejos no tienen memoria (1999) nos ofrece una summa de toda su producción. Como señala Fernando Lázaro Carreter, en De poética y poéticas, cada poema cobra su total poder de significación en un sistema que es la obra completa de un autor. A lo largo de toda su vida, como escritor y como hombre, Mario Ballario fue creando ese sistema y en este poemario lo cristaliza y entrega maduro y pulido.
El poemario está concebido como un homenaje en sí mismo; de allí los epígrafes de autores locales (Esther Trozzo, Humberto Crimi, Ada Barceló de Castro, Eduardo Platero, Vicente Nacarato, Américo Calí, Mónica Oliva Serpez, Guillermo Kaul Grunwald, Beatriz Menges Francois, Alfonso Sola González, Jorge Enrique Ramponi, Angélica Pouget); de allí también el texto ensayístico de Ricardo Tudela: “La poesía y su centro de fuego” (extraído de El pensamiento perenne. Ensayos y escritos 1940-1970, 1989), que funciona a modo de pórtico metapoético, al anticiparnos algunas claves de lectura para la poesía de Mario; o la carta y el poema de Roberto Brillaud, autor también del “Estudio preliminar”; o la nómina de todas aquellas personas a quienes el poeta dedica la obra al expresarles su gratitud. El diálogo que el poeta entabla imaginariamente con otras voces amigas se completa con la carta que Rosa Antonietti Filippini le escribiera en 1994 y que Mario define como “una invitación a la ternura, un canto a la amistad, un acto de amor, escrita a la hora exacta de tener una mano amiga”.
De este modo, Los espejos no tienen memoria se configura como una obra polifónica: pluralidad de voces que dialogan con un objetivo común: el de dibujar la silueta entrañable de un poeta en la, por momentos dura, tarea de vivirse y de plasmar lo vivido en palabras, Y también varios plásticos mendocinos se suman a esta búsqueda de la belleza: Rosa Antonietti Filippini, Roberto Barroso, José Bermúdez, Alfredo Ceverino, Beatriz De Lucía, Ángel Gil, Sara Rosales y Antonio Sarelli, entre muchos otros, contribuyen al logro de este libro como objeto artístico total, palabra e imagen ofrecidas como invitación al goce y a la reflexión.
Esta obra unitaria, con un sentido evidente, se organiza en tres secciones: “… en el hombre”, “… en el amor”, “… en la vida”, de doce, diez y catorce poemas, respectivamente. En cada una de ellas se expresa y se modula una intuición esencial: la del ser en el mundo, concebido como una entidad agónica, con una peripecia trágica.
Decíamos que el texto liminar de Tudela nos suministra algunas claves para el desciframiento: una de ellas es la aproximación poesía / vida; en efecto –sin desconocer la distancia que media entre el autor real y el poeta que trasmuta en materia artística sus vivencias y las ofrece en la realidad inasible del poema- es indudable que las composiciones de Mario Ballario brotan de lo más íntimo de su ser.
Por su parte, Roberto Brillaud anticipa como clave para el cabal entendimiento del poemario, que su idea generatriz es la búsqueda del Hombre, en la que el poeta “va descubriendo el secreto de la vida verdadera”; aparece así la “capacidad del ser humano para relacionarse con el Universo, el don de establecer una relación cósmica con los seres y el planeta”. Ahora bien, esa intuición primordial comporta tanto una temática como un lenguaje poético capaz de evocarlo. Así, las tres secciones se entrelazan en torno a una serie de sentimientos dominantes:
- Lo incierto de la existencia que no termina de rendirse ni a la sospecha de la nada ni a la promesa de la esperanza. Duda existencial, enigma que se expresa estilísticamente a través de los puntos suspensivos, o el vocabulario que hace referencia a lo oscuro, lo ignoto, lo incomprensible (tinieblas, ciego, telarañas, incierto…).
- La obsesión de lo mudable: Los espejos… plantea el eterno problema, la dialéctica entre el cambio y la permanencia: el río de Heráclito. Asistimos aquí a nuevas formas del viejo pero siempre eficaz símil de la vida como viaje: “Volverme viejo a pie, / inmerso en el ovillo del tiempo, / desandando el pasado”. Es que, al contrario de lo que afirma Jorge Luis Borges, la memoria sí acuña su moneda: “antiguo reloj de arena y recuerdos”.
- En relación con lo anterior, conciencia del ser poeta, habitante y dueño de un mundo de papel, de un “pentagrama musical”. Crear es, entonces, una necesidad vital, el ejercicio del alto oficio de darse a los demás, una experiencia mística.
- En cuanto al modo en que el poeta concreta su alquimia, el sueño es el medio privilegiado para que brote el poema. En efecto, son constantes las referencias a lo onírico como materia de la vida, en relación con un solipsismo, con la idea de lo inefable, de lo incomunicable, pero a la vez como meta de la poesía.
- Búsqueda de lo trascendente: Cristo ausente pero paradójicamente presente en esos “Cristos cotidianos / que de rodillas, suplican esperanzados / y arrastran penitentes sus pesares y su cruz”. Visión trágica, la de ese hombre “ciego barco en el vaivén del tumulto; / indefenso, pavorosamente solo. / Aferrado a sus sueños inconclusos”.
Quizás los poemas más fuertemente conmovedores sean los que dan cuenta de ese hombre perdido “en el traficante caos / de esas mundanales calles / transgresoras y renegadas por Dios”; condición trágica del hombre que deambula en un mundo mecanizado, deshumanizado, regido por relojes e invisibles hilos, visión apocalíptica que corona el “Poema en negro y la hora final”, uno de los textos inolvidables que nos ofrece la poesía de Mario Ballario. Tan entrañable visión de la condición humana se expresa en un lenguaje poético rico, pleno de imágenes fuertes, cargadas de sentido, en el límite justo de la sugerencia develadora de aspectos inéditos de la realidad y el hermetismo de la vivencia incomunicable; un lenguaje poético en el que las enumeraciones sólo en apariencia caóticas permiten dar cuenta de un mundo que se ha vuelto incomprensible para el poeta, y resumen de todo un pentagrama de notas de angustia: “Propaganda, caos, confusión, / hombre, engranajes, tiempo, / cosmos, destrucción, Dios…”.