Mariana Travacio: “La migración, y los desarraigos que conllevan, son un tema bastante ancestral”

La escritora rosarina publicó “Quebrada” (Tusquets, 2022), su segunda novela, sobre una pareja que busca un nuevo destino fuera del desierto y la escasez de agua.

Mariana Travacio: “La migración, y los desarraigos que conllevan, son un tema bastante ancestral”
Mariana Travacio, escritora rosarina.

Quebrada” (Tusquets, 2022) es un relato desolador, atemporal y con una atmósfera alegórica misteriosa. Su autora, la rosarina Mariana Travacio, concibió esta novela de una manera que recuerda a otra época: leyendo el diario. La historia de una maestra tucumana que vivía la pobreza, la (vana) esperanza y los embates de un paisaje árido y hostil fue lo que motivó que, a partir de su forma de hablar, la autora expandiera su voz.

La voz la fue llevando, como un hilo de Ariadna, a través de un laberinto de rastros coloquiales e intuiciones. Finalmente, se transformó en la historia de Lina Ramos, una mujer que abandona su rancho, donde ya no hay agua ni crece nada, para ir a conocer el mar. Después de que ella se vaya, la sigue su esposo Relicario Cruz, porque no puede vivir tan solo y se lleva hasta sus muertos, a quienes desentierra y los carga en una carreta que intercambió por su propia casa y las escasas pertenencias que tenía.

Esta segunda novela de Travacio (la primera fue “Como si existiese el perdón”, de 2018) se conforma en torno al tópico del viaje. Un doble viaje, en realidad: uno en busca de un lugar donde haya agua y otra vida posible; otro en busca de una mujer. El camino de ambos es accidentado, solitario, incierto y silencioso: hablan, sí, mucho con sus recuerdos y sus muertos. La curiosa unión entre un “bildungsroman” con la mística fantasmal de las novelas latinoamericanas ambientadas en el calor del desierto.

La autora, mediante una comunicación por e-mail, nos explica cómo fue el proceso de escritura y el trasfondo biográfico que la influyó.

- ¿Dónde surge esta historia y tu necesidad de narrarla?

-La historia surge de una nota que leí en el diario. La nota se refería a una maestra rural que había tenido un accidente, con su mula, camino a la escuela en la que daba clases. Me atrajo profundamente la voz de esa mujer, la cadencia de su voz, su fraseo. Tomé notas, de esa cadencia. Y un día me acordé de ella y empecé a escribir, tirando del hilo de esa voz. Y fíjate qué alquimia: hace unos pocos días me escribe una lectora de “Quebrada”. Ella vive en Tucumán. Me manda una foto y me dice: “Leí ‘Quebrada’. Me acordé de la gente que cruzo a mi paso. La ficción encarna realidades”. La foto era de una carreta, había dos hombres, dos bueyes, un camino pedregoso. Y agrega: “la fotografía es por la zona de Nogalito, camino a Mala Mala, donde hay un caserío”. Te juro que casi se me para el corazón: la maestra rural que había tenido ese accidente, esa voz desde la que había nacido esta novela, era la maestra de la escuelita de Mala Mala. Me quedé, desde entonces, abrazada a la vida. Finalmente, la cadencia de una voz puede pintar un paisaje entero, una vida, un mundo. De hecho, entre las frases que había anotado, había una que decía: “toda la zona de Mala Mala es muy quebrada. Difícilmente encuentre allí llanuras o mesetas”. O, también, “cuando la mula me tiró, recé y recé. Yo, que me andaba llevando a las patadas con Dios últimamente, y me ayudó tanto”. Me resultó absolutamente inverosímil y, al mismo tiempo, profundamente alquímico haber partido de la voz de una maestra de Mala Mala y que, tiempo después, una lectora que habita la zona, apasionada del montañismo, me diga que “Quebrada” le recuerda el paisaje que encuentra a su paso. La literatura también es magia.

Tapa del libro, editado por Tusquets.
Tapa del libro, editado por Tusquets.

- En relación al proceso de escritura, me da la sensación de que lo más difícil fue plasmar el lenguaje coloquial. ¿Cómo trabajaste ese punto?

- La escritura se me da de un modo muy auditivo. Si encuentro la gramática de una voz, puedo seguir desde ese lugar, tirando de ese hilo, de esa música. Borges decía que “saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino”. Y esto, de hecho, funciona así, en la escritura. Creo que el trabajo, en esta novela, fue ese: escuchar esa voz y seguirle el rastro, a ver dónde me llevaba. Y seguirle la mirada, también. Toda voz encarna una cosmovisión sobre el mundo que la rodea.

- Cuando leí la contratapa, que aludía a los desarraigos y migraciones que se leen en el libro, me imaginé una novela principalmente de temáticas sociales. Pero a medida que avanzaba en las páginas me fue pareciendo cada vez menos un relato situado y cada vez más un viaje atemporal, de geografías difusas y hasta metafísico. ¿Qué pensás de la construcción del espacio en tu libro?

- Sí, esa fue una decisión narrativa: que no hubiera marcas temporales, ni geográficas, en el texto. Me gusta que la cartografía del espacio quede libre: sin marcas que circunscriban los territorios que se narran. Me da mucha libertad, eso, al escribir. Me permite centrarme exclusivamente en el devenir que se narra, en los personajes, esas tierras, esas vidas: como si fueran tierras míticas que pudieran abrazar varias historias, sin circunscribirse a un tiempo específico. De hecho, las historias de las migraciones -y de los desarraigos que conllevan- acompañan a la humanidad desde siempre. Es un tema bastante ancestral. No sentí necesidad de circunscribirlo a un tiempo histórico determinado o un territorio en particular.

- Las reiteradas presencias fantasmales me remitieron inmediatamente a “Pedro Páramo”. Encontré algunas frases claramente inspiradas en Rulfo y después el personaje de Rulfino me terminó de convencer que todo eso no era una casualidad. ¿Qué relación tienen “Quebrada” y “Pedro Páramo”? ¿Quisiste hacer un “Pedro Páramo” “argentino”?

- Qué belleza, tu pregunta. Admiro profundamente la escritura de Rulfo. Recuerdo que la primera vez que lo leí quedé como estaqueada en el medio del patio, completamente extasiada con la sintaxis de su escritura. Es fascinante lo que hace Rulfo con la lengua. Muchas veces me dieron ganas de resucitarlo para preguntarle por qué nos dejó con tan pocos textos: Rulfo es deseo de seguir leyéndolo toda la vida. Siempre vuelvo a Rulfo. Quizás por eso te agradezco tanto la pregunta y la mención: de hecho, que el personaje del segundo relato se llame Rulfino es mi humilde homenaje a su legado.

- No dejó de llamarme la atención también el hecho de que, pese a todo lo que te comento en las preguntas anteriores, el libro tiene una actualidad social incuestionable, y sobre un tema del que (peligrosamente) no se habla demasiado: los refugiados climáticos. La pérdida del agua en el lugar donde vivían los obliga a moverse, al igual que en otros lugares del mundo sucede lo contrario (la subida del nivel del mar obliga migraciones masivas). ¿Tuviste en cuenta este tema? ¿Crees que el libro esboza también una alerta del cambio climático en estas regiones sin agua?

- Bueno, yo me crié en Brasil, en la década del setenta. Más específicamente, en San Pablo, que estaba en pleno desarrollo industrial. En mi infancia, se hablaba mucho de la sequía del Sertão, y había mucha migración interna, de personas que emigraban, de norte a sur, en búsqueda de trabajo, de alguna oportunidad, de una subsistencia posible. Y eso implicaba el desmembramiento familiar, el cambio de hábitos, la adaptación a otra cultura y un largo sinfín de asuntos asociados a las migraciones y los desarraigos. Yo creo que el tema no se detiene: sigue vigente y, sin dudas, se agudiza por el cambio climático. Las migraciones humanas obligadas -por guerras, por hambre, por sed, por persecuciones políticas, por las miles de necedades que nos rodean- nunca se han detenido. Y se suele tener muy poca conciencia de los dolores que implican.

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