Liviano, amable, fresco, casi didáctico es Luisgé Martín al momento de explicarnos cómo gestó ese bombazo literario que es su novela “Cien noches”, editada por Anagrama. Con ella se adueñó, en 2020, del Olimpo de los escritores: el Premio Herralde.
El madrileño tiene créditos para la hazaña porque su obra es prolífica e importante. Entre sus títulos hay lugar para la maestría como en “La mujer de sombra” y también para reconocimiento: el Ramón Gómez de la Serna de narrativa o el Vargas Llosa de relatos.
Una actividad tangencial de este escritor indiscutido de las letras españolas es la política: desde 2018 trabaja en el gabinete del presidente Pedro Sánchez como uno de los creadores de sus discursos.
Liviano, amable, fresco, casi lo opuesto a esta obra suya que nos convoca. O no; según como se interprete a su novela. Es que “Cien noches” es lo uno y lo otro: engarza, en su espíritu voyeurista, tres hilos de indagación y escritura. Uno ligado a la ciencia y la antropología, otro que cuela el suspenso y el thriller y uno más que se explaya en las reflexiones filosóficas. Así, su lectura es amable, liviana y fresca pero también oscura e inquietante.
“Cien noches” sigue los pasos y las provocativas indagaciones de Irene, una chica madrileña que viaja a Chicago para estudiar Psicología y en esa ruta -que es también investigación práctica sobre las relaciones y el sexo- se enamora de Claudio y conoce a Adam: su amante.
El erotismo, la fidelidad, la monogamia, los apuntes morales que imprime en nuestras sociedades la religión, la muerte y sus rasgos escabrosos. Todo esto es materia de “Cien noches” que, como decíamos, Luisgé nos devela amablemente en esta entrevista.
-Es interesante y poderoso cómo abordás en tu libro esta idea del cuerpo como territorio de conocimiento, exploración y comunicación; especialmente en estos tiempos (de tecnologías, a las que se sumó eventualmente la pandemia) en que esa materialidad se diluye entre conexiones virtuales. ¿Pensaste en esto al momento de la escritura?
- No pensé en eso expresamente, tal y como lo planteas, pero es evidente que en toda mi literatura está presente esa idea de la sexualidad como pilar central de nuestra personalidad, del cuerpo (y de la belleza física) como única manera real de relacionarnos con el mundo. Creo que, entre otras cosas, esa es la razón por la que la pandemia nos va a pasar una factura tan grande, porque hemos vivido sin tocarnos, sin rozarnos y casi sin vernos en tres dimensiones.
- En algunos momentos, mientras leía “Cien noches”, recordé a Houllebecq y esos encuentros sexuales sórdidos, violentos y totalmente escindidos de lo humano o afectivo que él describe. ¿Algo de esa intención subversiva hay en tu literatura?
- Siempre me da un poco de miedo hablar de literatura subversiva, pero es evidente que me gusta alborotar y ser alborotado a través de la literatura. Me parece que hay muchos asuntos de nuestra vida cotidiana en los que vivimos llenos de prejuicios y de inercias, y que necesitan que alguien nos sacuda un poquito. Es un poco inverosímil, por ejemplo, que sigamos teniendo esa idea ñoña de la fidelidad sexual y del erotismo encerrado. Por eso necesitaba escribir esta novela, para discutir conmigo de algunas cosas y por supuesto para poner al lector delante de un espejo. Yo siempre repito eso que ya han dicho antes muchos escritores de que el autor solo pone una parte del libro: la otra parte la pone el lector con su propia vida. En cuanto le pones a alguien un espejo delante, ve su propio rostro.
- El concepto de infidelidad que navega en tu novela tiene relación con lo institucional respecto de las relaciones amorosas. ¿Qué relación que no hay a simple vista subyace entre la religión y el sexo en tu literatura?
- La religión se ha apoderado de los cuerpos y de la sexualidad porque sabe que son herramientas magníficas de sumisión. Todas las religiones, no solo la cristiana. Yo tuve una adolescencia y una primera juventud bastante torturadas por las ideas que el catolicismo me había inculcado sobre la homosexualidad, sobre el cuerpo y sobre mi propia vida. Quizá las heridas que eso deja no desaparecen nunca, ni siquiera cuando esas ideas han desaparecido de la cabeza. Todo eso está en mis novelas, por supuesto. A veces explícitamente, como se ve en la educación religiosa de Irene en “Cien noches”. Pero incluso cuando no es explícito está detrás.
- En tu libro otro de los asuntos latentes, además del “deber ser” respecto a nuestras relaciones, nuestra idea de amor, pareja, familia y sexualidad, hay un nexo directo con la mentira...
- La mentira es un asunto literario fascinante, de primera magnitud, sobre todo cuando se quieren tratar temas como el de la infidelidad. Porque además llamamos mentira a muchas cosas distintas. Llamamos mentira también al silencio en algunos casos. Llamamos mentira a la verdad dudosa. Y llamamos mentira a la mentira deliberada. Pero entre una cosa y otra hay mucha tierra de nadie. Hay mentiras con las que queremos hacer daño, pero hay mentiras con las que queremos justo lo contrario: evitar el daño. En el amor y en las relaciones de pareja, la mentira es a mi juicio imprescindible. Si no, nada sobreviviría. Nadie aguanta 24 horas diarias de verdad, necesitamos matices y literatura.
- ¿Cómo fue el proceso y el surgimiento de la idea de esta novela?
- La novela nació concretamente de la lectura en un periódico de uno de esos resúmenes que de vez en cuando aparecen sobre estudios de sexualidad que se hacen en alguna Universidad. En ese estudio se daban los datos de las personas que se reconocían a sí mismas como infieles, aunque solo hubiera sido una vez. Y esos datos no coincidían con mi percepción de la realidad, con mi experiencia, con las noticias que yo he ido teniendo de conocidos, de amigos o de personas públicas sobre su fidelidad. En España, por ejemplo, hemos sabido en los últimos años el alcance real de las infidelidades del Rey Juan Carlos, de quien ya se sabía que era mujeriego pero que mantenía todavía una imagen familiar ejemplar. Desde el rey hasta el mendigo, las alcobas han sido siempre un campo de libertad.
- ¿Cómo fue la experiencia de recibir nada menos que el Herralde?
- El Herralde es un premio con una historia y una nómina de ganadores increíble, de modo que es fácil entender la felicidad que supone recibirlo. Creo que para cualquier escritor es un reconocimiento y una posibilidad de ganar lectores maravillosa. Pero más allá de cualquier otro tipo de consideración, es un honor. Para la mayoría de la gente, el 2020 será un año de la pandemia, un año de mierda sin ninguna compensación. Para mí, será el año en el que gané el premio Herralde.