“Me siento en plenitud en el silencio, al sol, viendo, los pájaros que sobrevuelan mi jardín, viviendo el amor de los míos o contemplando los cipreses que planté con mis manos. […] Amo la Edad Media. Amo la poesía”. Luis Ricardo Casnati. “Reseña autobiográfica”, octubre 2000.
Luis Ricardo Casnati (1926 – 2017) es figura consular de la poesía mendocina en la segunda mitad del siglo XX. Su trayectoria literaria se inicia con De avena o pájaros (1965), libro de poemas al que se siguen Aquel San Rafael de los álamos (1975); La batalla del oro (1975); Cantata a dos voces (1975); Balanzas, cabras y gemelos (1984); La hilandera (1987); La luna en el agua (1993) y otros, hasta completar más de diez libros de poesía de los cuales ocho han merecido distintos premios. Editó también varias obras en prosa, también premiadas.
Casnati nació en San Rafael, en el seno de una familia que supo generar en sus descendientes el gusto exquisito por el arte en todas sus expresiones; su padre fue concejal y luego Intendente municipal de San Rafael. Cursó estudios primarios y secundarios en la Escuela Normal y luego asistió al Colegio Nacional para cursar el bachillerato, porque en la Universidad le pedían ese título para ingresar en la Facultad de Arquitectura donde se recibió.
Mientras desarrollaba su profesión se dedicó también a escribir y a partir de 1958 se radicó en Mendoza, cuando el gobernador sanrafaelino Ernesto Ueltschi decidió llevar como Ministro de Obras Públicas a otro coterráneo, el ingeniero Santiago Isern, quien a su vez convocó a Casnati para ocupar el cargo de titular de la Dirección de Arquitectura.
Fue también Presidente de la Sociedad de Arquitectos de la Provincia, Presidente del Colegio de Arquitectos y Presidente de la Sociedad de Escritores de Mendoza, entre otros cargos.
En él se da la plural aptitud de transitar distintas temáticas y registros con pareja maestría: cada uno de sus libros es un descubrimiento y un deleite distinto, sin desmentir -empero- su común origen: un insobornable amor por la poesía en su más prístina expresión. Uno y diverso, entonces, Casnati aparece como ejemplo de esta “tierra de poetas” como ha sido considerada Mendoza.
Ya desde el comienzo de su producción artística se advierten una serie de constantes, que atañen tanto a la forma como al contenido: en primer lugar, la presencia en cada libro de un “Colofón” que es una suerte de biografía íntima del texto, así como el cuidado en la selección de las tipografías, para conseguir un producto acabado también desde lo visual. También como paratexto significativo pueden mencionarse los epígrafes que abren los distintos poemarios, en estrecha relación con el contenido de cada libro.
¿Qué otras claves de la poesía de Casnati se pueden mencionar? En primer lugar, la delicada musicalidad de los versos: ya sea que el poeta se sujete a rima y medida o transite libremente el verso, nunca renuncia al ritmo que es por sobre todo interno, música de ideas. También la tendencia levemente arcaizante del vocabulario, castizo y rico, pero que no carece del acento regional, la dulzura coloquial del habla mendocina.
En cuanto a la temática, uno de sus cardinales es el sentimiento amoroso, en toda su contradictoria esencia, expresada a través de la antítesis, la paradoja o el oxímoron: “el cielo de tu infierno”; “luz oscura”... Se trata de un canto al amor pleno, pero también con la angustia de la no correspondencia: “Te me pones oscura de repente / te me quedas ajena y extranjera”, vivencia plasmada con toda una constelación de símbolos, algunos tomados de la tradición y otros propios: flor, lanza, puente… más un repertorio de colores emblemáticos: azul, oro… también el blanco, el negro y el rojo en diversas alusiones.
Igualmente se advierte la conciencia aguda del paso del tiempo, amenaza permanente de caducidad. Y en relación con esto, la vivencia de la infancia como una suerte de paraíso perdido y recobrado por la gracia de la memoria, ámbito querido donde reinan las presencias familiares tutelares. Así, el talante espiritual el poeta se muestra como traspasado de un aura melancólica, un sentimiento de carencia que se expresa igualmente en el canto a los “hermanos espirituales” -poetas y artistas ellos también- ya desaparecidos pero vivos en el arte: Juan Solano Luis, Alfredo Bufano, Fausto Burgos… sanrafaelinos por nacimiento o por adopción, como nuestro autor.
Junto con esta evocación es visible la estilizada captación del paisaje circundante predominantemente rural (“aquel San Rafael de los álamos” nativo): “Serranías violetas y celestes. / La tierra verde ondula su colina. / Lirizan la mañana campesina / los molinos eglógicos y agrestes”. Se trata de un paisaje bucólico, imposible de atrapar en su infinita belleza, y sobre esa imagen arcádica pesa como una velada amenaza, la sombra del tiempo, el presentimiento o la certeza de la muerte. Es de notar asimismo que en esta poesía, nunca completamente paisajista, el poeta apenas recurre al término regionalista (por ejemplo, en algunas menciones de flora y fauna) sino que apunta a la universalidad y a la intemporalidad del entorno cuyano.
Otro núcleo temático destacable es la reflexión sobre la poesía: la pregunta por su perduración: “Y no saber si seguirán sonando / ni en qué boca dirán su cómo y cuándo / sol y sal de mi voz, palabras mías!” y, sobre todo, una profesión de fe afirmada en lo clásico, entendido en el sentido de lo perdurable, lo ajeno a modas pasajeras.
En cuanto al estilo, la contención expresiva puede dar paso también, según la índole del tema, a la barroca acumulación de recursos en perfecta adecuación de fondo y forma. Igualmente advertimos el juego con los metros españoles tradicionales, por ejemplo el soneto, abrevado en los más puros maestros de la lítica hispánica y ejecutado con consumada maestría. Y en relación con ella, el avezado dominio de la rima, la búsqueda de consonancias poco usuales, de las denominadas “difíciles o raras”, que sin embargo no resultan violentas por la inteligente “necesidad” de su empleo.
Y, finalmente, la genuina recepción y metabolización de influencias, entre las que se cuenta lo más granado de la tradición poética universal, comenzando por los maestros grecolatinos que le enseñaron el arte bucólico, el “dulce hábito virgiliano” que tañe en ocasiones en su verso. Y entre los contemporáneos, Junto al magisterio de Jorge Luis Borges, podemos percibir el eco lorquiano que resuena en la colorida invención metafórica y en ciertas alusiones, como ese “Fauno del viento / que te levanta la falda”, todo lo cual termina de dar cuerpo a una poesía a la vez muy clásica y muy renovadora y original.