“Yo soy la Mercedes de ‘Los caminos’, ese cuento que apareció publicado en El Diario de Mendoza mucho antes de lo que dicen los críticos”, nos dijo Mercedes Fernández, escritora y periodista mendocina, el último 24 de marzo.
La memoria tiene sus pliegues y en el presente resuenan los ecos del pasado. Quienes firmamos esta nota asistimos con asombro a los entreveros de unos recuerdos que unen a Mercedes -la Mercedes del Carmen Thierry del relato- y al también escritor Antonio Di Benedetto (1922-1986), entonces sub-director del diario Los Andes, con Haroldo Conti (1925-1976). Este autor que nos habló de Chacabuco y del Delta del Tigre mantuvo un vínculo estrecho y poco conocido con Mendoza en los años sesenta que cristalizó en algunas visitas y en un puñado de amistades memorables. La prensa local, especialmente el diario Los Andes, registró las huellas de esa relación.
El 30 de septiembre de 1969, en la columna “Opinión propia” del periódico mendocino El Diario se publicó por primera vez, bajo el título “Cómo entender qué es eso que yo llamo la Gran Cosa”, el texto que conocemos como “Los caminos”, de acuerdo con la versión aparecida en el número 16 de la revista Crisis en 1974 y luego en “La balada del álamo Carolina” (1975). Esta primera versión no ha sido advertida por la crítica especializada, de ahí la importancia de recuperarla.
El Diario nace en agosto de 1969 bajo la dirección de Jacobo Timerman, un periodista de Buenos Aires entonces muy reconocido. El empresario de la construcción Alberto Kolton era el dueño, junto a otros empresarios inversores, entre ellos, Enrique Pérez Cuesta y Mario Goldstein.
El periódico mantuvo durante su casi año de vida una corresponsalía en Buenos Aires que estaba a cargo de periodistas como Carlos Ulanovsky y Francisco “Paco” Urondo. Como nos cuenta Conti, este último le solicitó el texto para la mencionada columna, la cual reunió las voces de diversas personalidades que escribieron sobre variados temas culturales, políticos y sociales del momento.
El relato menciona a tres personas de Mendoza con quien Conti estrechó lazos amistosos. Antonio Di Benedetto es una de ellas. El 6 de septiembre de 1968 ambos coincidieron en un acontecimiento llevado a cabo en el Centro Internacional del Libro, ubicado en la Galería Tonsa y, por esos años, epicentro de la vida intelectual mendocina.
Una comitiva del sello Centro Editor de América Latina, en la que se encontraba el mismo Conti, visitó la ciudad para lanzar desde Cuyo la colección didáctica “Mi país, tu país”, dirigida por Susana Zanetti.
Al día siguiente, Conti y Di Benedetto se sumaron al grupo que viajó a San Juan para continuar con la gira de presentación. El protagonismo de Haroldo, quien había sido recientemente premiado por la novela “Alrededor de la jaula” (1966), quedó evidenciado en la extensa cobertura que se le dio a su presencia en dicho evento.
Conti y Di Benedetto habían ya compartido espacio editorial en la “Serie del Encuentro” de la misma firma, en la cual Conti había editado la antología de cuentos “Con otra gente” y Di Benedetto, la segunda edición de su celebrada novela “Zama”, ambas en 1967.
Otra muestra de esta relación es la participación de Conti en la redacción del guion cinematográfico basado en esa novela, junto con el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos. La película iba a ser dirigida por Nicolás Sarquis, pero el proyecto quedó trunco.
A través de Mercedes Fernández supimos un poco más sobre la huella de Haroldo Conti en el ámbito cultural local. Ella recuerda haberlo conocido en 1969, durante una posterior visita del autor a la provincia, invitado por Di Benedetto, con quien Fernández también mantenía amistad, para presentar en el Centro Internacional del Libro la novela “Alrededor de la jaula”, publicada en Sudamericana en 1967.
“¿A usted le gusta Bob Dylan?”, le preguntó Conti mientras caminaban hacia el Círculo de Periodistas. El diálogo posterior, en guiño directo al epígrafe del cuento que se publicaría meses más tarde, fue el puntapié inicial de un vínculo que se sostuvo por lo menos dos años a través de cartas y viajes entre Buenos Aires y Mendoza.
Si bien esas cartas se perdieron, la memoria de Mercedes es pródiga en detalles minuciosos. Lo define como “un hombre altísimo” con quien compartió largas conversaciones sobre literatura y escritura. Junto a otras escritoras y escritores locales, Mercedes había publicado en 1968 el libro de poemas “Ocho expresiones poéticas”, que también fue objeto de charlas e intercambio. Para Mercedes, la relación con Conti fue “nutritiva” porque no solo hablaban de literatura, sino también “de los viajes y de la vida”.
El relato menciona amigos provenientes de diversos ámbitos, no solo del intelectual. Por ejemplo, a Florencio Giacobone, quien vivía en Rivadavia y, según pudimos confirmar con su familia, mantuvo amistad con el escritor.
Giacobone viajaba seguido a Buenos Aires porque era el padre de Teresa, vecina de Conti en el Tigre y casada con Nene Bruzzone, quien también es nombrado en el texto. La versión del relato publicada en Crisis en 1974 está dedicada a Teresa Bruzzone, lo cual estrecha esa red entre el delta y el paraje mendocino.
Para leer “Los caminos”
Como señala la presentación de la columna en El Diario, Conti era ya reconocido como “uno de los más firmes valores de las letras argentinas”. Texto a pedido, que surge como “Exclusivo para El Diario”, “Cómo entender qué es eso que yo llamo la Gran Cosa” rápidamente traiciona lo encomendado.
No estamos ante una nota de opinión, sino frente a un relato que se enfila por el devenir poético. Se convierte en búsqueda de una definición de literatura a la vez que en una evocación y en una celebración de esos amigos que viven en el Delta o frente al mar, personas “sencillas” que están en “la Gran Cosa, esto es, en la vida”.
Finalmente, el sentido de esa escritura está allí, en cada nombre grabado para siempre, y literatura es eso: una “gran mesa del recuerdo que tiendo y sirvo para mis amigos”. Entonces, en pleno “boom” de la literatura latinoamericana, eran muy comunes las “encuestas” sobre la “misión” del escritor. Conti juega con esa forma para finalmente subvertirla en un tono íntimo.
Hay una constante, entre otras, que atraviesa gran parte de sus obras: la despedida. Conti parece escribir siempre desde quien se está yendo o desde quien se ha ido y recuerda. Allí, el epígrafe de Dylan merece más atención ya que la canción se citada se llama, justamente, “Resteless Farewell” -”Despedida inquieta”- (1964). No obstante, de esa larga despedida que es la canción, Conti elige la posibilidad del rencuentro.
Esa contradicción tan vital del movimiento, se convirtió en un estilo, que es también una forma de vida. Su tía Haydée Lombardi lo definió precisa: “Tenía una melancolía que no le impedía festejar la vida, y también mucha inquietud, inquietud en el sentido de no estar fijo en un lugar: andar, andar, andar... eso le gustaba”.
En “Los caminos”, ronda la inquietud de que la literatura no tenga sentido. Pero, por sobre eso, existe un peligro mayor: el olvido y su correlato, la muerte. “No me gusta morir, por eso Haroldo me dedica ‘Perfumada Noche’ diciendo: «A mí tía Haydée, para que nunca se muera»”, cuenta Haydée.
A 45 años de su secuestro y desaparición, vale prolongar su gesto y sostener esa gran mesa del recuerdo en la que están Antonio, Paco, don Florencio, el flaco Bataglia, los Bruzzone, Lirio, Alfonso, nuestra querida Mercedes y Haroldo.
Para eso, para que nunca se mueran.