“Rompan todo: la historia del rock en América Latina”, el documental que exhibe Netflix; creado por Nico Entel, producido por Gustavo Santaolalla y dirigido por Picky Talarico, se ha convertido en uno de los contenidos más vistos en la plataforma.
También ha despertado la ira y la adhesión de los melómanos y amantes del rock del continente por cómo este documental de música enfoca temas, presenta referentes y deja otros afuera.
Esas son las consideraciones que vale hacer para el contenido. Pero este documental de Netflix tiene también un aspecto que nadie referencia, y que bien vale analizar: su calidad como producto audiovisual. Porque, veamos, “Rompan todo” no es solamente un paseo por el rock latinoamericano sino también una narración en lenguaje fílmico y, en estos asuntos, también hace agua.
Es que este documental de Netflix, como productor de la industria del entretenimiento enfocada en el audiovisual, comete uno de los mayores pecados: es aburrido.
El material de archivo con que se compone el guión es interesante. Ahí hay un valor; aún sin entrar en las consideraciones respecto a que se ha hecho un mapeo que abarca a los artistas y músicos con los que Gustavo Santaolalla está relacionado (el corte de un universo casi infinito es necesario y siendo ésta una producción de Santaolalla es bastante lógico); la inclusión de bandas de Argentina, México, Colombia, Uruguay, Chile y Perú para dejar afuera el campo inmenso y fundamental que es Brasil. Pensemos que este país es el que tiene la industria discográfica más importante del continente (más que la de Argentina).
Que se deje afuera lo que Los Redondos ha significado un pecado difícil de perdonar pues más allá de los gustos, esta banda es mito popular puro en el universo del rock de Latinoamérica y por eso mismo es imprescindible su mención. También hay otros ausentes pero para ese análisis, Los Andes ya hizo su aporte.
Vamos a decir, entonces, retomando nuestro hilo de análisis que la historia y el recorrido elegido con perspectiva editorial y discursiva es sólida y llena de datos en este documental de rock que ofrece Netlix.
Si datos, material de archivo y protagonistas del documental rockero son asuntos presentes y bien trazados, ¿cuál es el problema entonces? Dos decisiones que son de base para el lenguaje audiovisual: el guión y el montaje.
Es que cada uno de los capítulos de esta miniserie rockera (que cuenta con seis envíos) es tan esquemático, reiterativo en su forma narrativa, sin sorpresas al nivel del montaje, que se vuelve monótono, sin atmósferas y con un ritmo de escasas variaciones. Algo casi imperdonable para un documental de rock, repleto de música para que lo auxilie en sus picos de tensión. Justamente esos picos son pocos, son repetidos y se vuelve reiteración pura.
Un aire de didáctico del que no puede zafar este documental de Netflix lo convierte en un apunte correctísimo pero sin alma, sin esa fuerza narrativa que requiere un producto audiovisual que tiene a la música en primer plano. Es apenas repaso monótono (invariable receta estructural: entrevista, material de archivo con voz en off, entrevista, material de archivo con voz en off,...) por una historia copiosa en datos, nombres, fechas y sucesos. Y, en un documental de tanta información, si no se busca una forma o recurso visual sorpresivo, con montajes, planos y escenas que repiensen la progresión de la narración, es imposible retener informaciones, disfrutar de ellas; al tiempo que nos entretenemos.
También en Netflix hay otro documental sobre historia de la música que sirve de ejemplo, para la comparativa, de cómo narrar esa trama informativa con buen pulso estructural; con fuerza que mueva la espectador de su butaca y lo invite a bailar al ritmo de esa música. Se llama “Hip hop evolution” (de Darby Wheeler y Rodrigo Bascuñán); que tiene toda esa sal y buen ritmo que le falta a “Rompan todo” que, de tan prolijo, no rompe nada.