“El amor y los campos/ son parecidos,/ faltándoles el riego/ mi vida,/ se ven perdidos./ El amor y los campos/ son casi iguales/ faltándoles el riego/ mi vida,/ son secadales”. Alberto Rodríguez (Cancionero Cuyano: 125).
Cuando hablamos de “lírica tradicional”, nos referimos a la ingente cantidad de romances y coplas octosílabas , décimas, octavillas y cuartetas anónimas, que evolucionaron en estas tierras hacia otras formas ya particulares -”fruto del aporte español, la raíz indígena y la influencia geográfica que aporta el medio para la vida del hombre” (Rodríguez y Moreno de Macía, 1991: 15)- pero que revelan, empero, la pervivencia de ciertas formas de expresión: coincidencias textuales, analogías temáticas, comunidad de recursos poéticos, recurrencia de formas métricas... que se vinculan con la lírica peninsular de las épocas de la Conquista.
Adscribir la lírica popular tradicional a un período determinado de la historia cultural mendocina, en cierto modo implica desconocer la esencia misma de esas creaciones que viven en sus variantes en la tradición oral, que atraviesan los tiempos y que aún en la actualidad brotan, aquí y allá, como tesoro inesperado de la memoria.
Pero si nos remitimos -en lo que a nuestro ámbito se refiere- al momento en que este folklore poético fue reunido –siquiera parcialmente- gracias a la tarea de dos eminentes investigadores mendocinos como fueron Alberto Rodríguez y Juan Draghi Lucero, entonces sí tenemos una fecha de “cristalización” en que estas creaciones anónimas cuajan en cancionero y devienen obra literaria escrita, fija e inmutable.
En efecto, dos obras monumentales aparecieron en la década del 30 en Mendoza, en 1938, el Cancionero Popular Cuyano de Draghi Lucero y el Cancionero Cuyano de Rodríguez, pero el trabajo de recopilación realizado puede retrotraerse al menos una década, tal como afirma Marina Carrara, nieta de Rodríguez, a propósito de su abuelo: “su labor de rastreo se remonta hacia el año 1920, y la realizó aproximadamente hasta el año 1936. Recopiló alrededor de mil melodías entre danzas y canciones. Muchas de ellas están consignadas en su libro Cancionero Cuyano, publicado en 1938 y prologado por el musicólogo Carlos Vega”.
Rodríguez (1900-1997) nació en la zona de la Media Luna (actual Pedro Molina), en el departamento Guaymallén, y recorrió diversas zonas de la provincia en pos de recuperar esos tesoros folklóricos en trance de desaparición. Acerca de esta tarea, subrayaba Rodríguez en 1995: “mi labor de investigación se remonta a 1922, cuando a mi provincia no habían llegado ni la radio ni otros medios masivos de comunicación”. Este material proviene de toda la región cuyana y Fernando Addario (2000) detalla el modo de trabajo del recopilador folklórico: “los baqueanos cantores, los curas de pueblitos perdidos en la cordillera, ancianos descendientes de soldados que formaron parte de la campaña libertadora del general San Martín, fueron sus aliados anónimos, y él, con su libretita de apuntes como todo adelanto tecnológico (no existían los grabadores, claro), recogió canciones como ‘Quien te amaba ya se va’, ‘Dichoso de aquel que vive’ y ‘Adiós prenda idolatrada’, entre muchísimas otras”.
También Draghi Lucero (1895-1994), nacido fortuitamente en la provincia de Santa Fe, pero anotado en el registro civil de Luján de Cuyo, a través de su propio testimonio, y también del de su esposa, en sendas entrevistas, manifiesta haber recorrido por alrededor de quince años los más apartados rincones de la provincia, con el loable propósito de “evitar que se perdieran esos caudales folklóricos” a través de la compilación de su riquísimo “cancionero”.
De este modo Draghi y Rodríguez se incorporaban a un vasto movimiento de rescate de nuestro folklore literario común a las distintas regiones argentinas, que se desarrolló activamente en las décadas del 20 y del 30. En efecto, en 1921, Juan P. Ramos crea un cuestionario para que los maestros de la provincia de Buenos Aires recolectaran datos folklóricos, lo que dio como resultado la elaboración de varios catálogos. Poco después, Jorge Furst (1902-1971), publica en Buenos Aires los dos tomos del Cancionero popular rioplatense (1923), en el que estudia los orígenes indígena y español de la lírica gauchesca. En 1924 el Consejo Nacional de Educación ordena que todos los maestros del territorio argentino recojan material folklórico y envía una serie de cuestionarios e instrucciones. Esto produjo como fruto cerca de cuatro mil paquetes de manuscritos, si bien de relativo valor por la forma de recolección de datos, carente de uniformidad y método.
En 1923, Ricardo Rojas fundó el Instituto de Literatura Argentina y como parte de él, una Sección de Folklore, con el propósito de centralizar todos los estudios que sobre esa materia se estaban llevando a cabo en la Argentina. Así, el Instituto se convirtió en depositario de los manuscritos de los maestros, que Rojas ordenó. En 1925 el autor de la Historia de la literatura argentina publicó su Catálogo de la Colección de folklore y a partir de allí, propició la realización de estudios sobre el material recolectado para la colección “Estudios sobre materiales de la Colección catálogos de Folklore”.
Por su parte, Juan Alfonso Carrizo (1885-1957) comienza su tarea de recopilador folklórico en 1912 y en 1926 produce la primera obra sistemática sobre lírica popular: Antiguos cantos populares argentinos, colección a la que seguirán el Cancionero popular de Salta (1933); el Cancionero popular de Tucumán (1937, dos tomos), Cantares tradicionales del Tucumán (Antología), de 1939 y el Cancionero popular de La Rioja (1942).
Por esos años se sucede la publicación de una serie de volúmenes de distintos especialistas que recogen el folklore de las distintas regiones argentinas, entre las que figuran los Cancioneros de Draghi y Rodríguez, ya mencionados, que vienen a completar ese mapa, ya que –como en mismo Rodríguez manifiesta- “Faltaba una verdadera colección documental de la región de Cuyo” (1938: 7). En una nota posterior nos referiremos a las características de este material reunido por los dos insignes folklorólogos mendocinos.
Una última aclaración que conviene hacer al referirnos a la poesía de los cancioneros mendocinos tiene que ver con los posibles cruces e interferencias entre esta lírica popular y una que podríamos denominar “culta”, o al menos letrada: concretamente, con la obra de Juan Gualberto Godoy y Leopoldo Zuloaga. Con esto se hace patente la gran difusión que algunas de sus creaciones alcanzaron, tanto que, como en alguna ocasión señalara Draghi, de la pluma genial de Godoy podría haberse originado gran parte del cancionero por él recopilado como anónimo . Y también en el caso de Zuloaga se presenta una interesante cuestión, ya que el mismo Draghi consigna en su Cancionero popular cuyano una composición, “La Logia Civitista”, acerca de la cual anota: “atribuida a muchas personas. Se citan como autores a D. Carlos Villanueva, D. Exequiel García y Leopoldo Zuloaga” (CPC: 168). De hecho, en las ediciones de obras de Zuloaga se la atribuyen sin más a este poeta.