Leopoldo Marechal: en el hombre un símbolo

A 120 años de su nacimiento, y 50 de su muerte, rescatamos, en el Día del Escritor, a la figura de un autor fundamental de nuestra lengua. Símbolo de vanguardia y poesía.

Leopoldo Marechal: en el hombre un símbolo

La mirada estrábica, decía Ricardo Piglia. Nuestra cultura nacional está definida por ese ojo que mira a Europa, en búsqueda de la tradición y la universalidad, y ese ojo que mira y expresa nuestra identidad criolla. Ese estrabismo es el que ha mandado, y muchas veces de manera inconsciente, a nuestra cultura. Y pocos lo han cumplido con tanta perfección como Leopoldo Marechal.

En sus obras, lo nacional y lo universal se abrazan, estrechándose con una fuerza que, a la larga, fue fortaleza. Desde hace algunos años, después del injusto olvido motivado sobre todo por mezquindades (su adhesión al peronismo), Marechal es parte del canon, y conviene recordarlo en un mes de doble aniversario: el 11 de junio fueron 120 años desde su nacimiento y el 26 serán 50 años de su muerte, a causa de un síncope.

Vivió y murió en cifras redondas y en distintos años. Al otoño le debe algunos de sus mejores versos: “En tu caballo de color de trigo / vuelves, Otoño, el de la mano llena”, escribió alguna vez; o “Reverdecían las palabras / en el otoño de un idioma / ya cosechado por los muertos”, en su célebre poema “Niña de encabritado corazón”.

Marechal es universal. Tomó motivos literarios y algunos de los mitos más famosos de nuestra cultura y los tradujo a nuestra propia cultura. Iluminaban lo inmediato, hacía reverdecer la Pampa con mitos muy lejanos: su “Antígona Vélez” es, por ejemplo, eso, pero en la Conquista del Desierto; y no es menos que genial su parodia de “La divina comedia” en “Adán Buenosayres”.

Mezcló con tal audacia y fue tan original que muchas veces desconcertó a sus colegas contemporáneos, que eran vanguardistas y, pese a ello, no supieron leerlo. “´(Su obra) es como una gran torta alquímica donde todo eso se va a transformar en algo original, diferente y único, que es nuestro país”, dijo alguna vez María Rosa Lojo, explicitando el gran legado de Marechal.

Además de maestro, fue bibliotecario y profesor de enseñanza secundaria. Fue Primer Premio Nacional de Poesía en 1940, año en que publica “El centauro” y “Sonetos a Sophia”. Se enroló en el naciente peronismo y llegó a participar del 17 de octubre. En 1944 Marechal era director de Cultura Estética en la recién creada Subsecretaría Nacional de Cultura.

Y aunque nunca vivió el peronismo como un estigma, después del 55′ sufriría rechazos de una y otra parte: “Se produjo un hecho muy curioso -escribió- : la intelectualidad argentina, antiperonista en su mayoría, y que me conocía bien, personalmente, me excluyó de su seno. Por otro lado, los peronistas prácticamente ignoraron mi existencia... Así, produjeron factores irritantes que había que evitar. Yo no creo, por ejemplo, que la orquesta del Colón debió emplearse para tocar tango; o el escenario del Colón para representar ‘El conventillo de la Paloma’”, ironizaba.

Valorado tardíamente, llegó a convertirse, en los tumultuosos 60′, en una inspiración para la militancia justicialista. Algunas de sus máximas se repiten con fervor: “El peronismo es como el otoño, que aún envuelto en hojas secas viene cargado de semillas”, se le atribuye. Y otra vez el otoño.

O estas otras: ““La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”, “La Patria es un dolor que aun no sabe su nombre”, “La Patria es un dolor clavado en el costado”, fuertes metáforas extraídas de “Descubrimiento de la Patria”. Escritas por alguien que, con 12 años, inició una revuelta en una fábrica en la que trabajaba, exigiendo mejores condiciones laborales y mejor salario.

Escribió drama, narrativa y poesía. Pero sobre todo poesía. “Adán Buenosayres” fue la forma que encontró de hacer una epopeya moderna y criolla. Y las epopeyas, sabemos, se narran y se recitan. “Al escribir mi Adán Buenosayres no entendí salirme de la poesía. Desde muy temprano, y basándome en la Poética de Aristóteles, me pareció que todos los géneros literarios eran y deben ser géneros de la poesía, tanto en lo épico, lo dramático y lo lírico”, dijo alguna vez.

Era un hombre que entendía de símbolos, como se lee en las últimas páginas de " El banquete de Severo Arcángelo": “Hay símbolos que ríen y símbolos que lloran. Hay símbolos que muerden como perros furiosos o patean como redomones, y símbolos que se abren como frutas y destilan leche y miel”.

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