No todo es “El juego del calamar” en Netflix. Emotiva, angustiante y en algún punto poderosamente noble, “Las cosas por limpiar” se ha convertido en una de las ficciones más vistas, comentadas y recomendadas de esa plataforma.
Estrenó a principios de este mes y su crecimiento en la plataforma ha sido por el boca en boca más que por algún componente espectacular: en esta miniserie de diez episodios no hay superproducción, pero sí un importante espesor humano. Más que suficiente para sobresalir del montón.
Está basada en la historia real de una joven mujer estadounidense que se encuentra en el desamparo y atravesará varias situaciones límites que la llevarán a la violencia, que tiene muchas caras, y a la pobreza.
Ella es Alex (Margaret Qualley): una madre soltera de 25 años que un día escapa, con su pequeña Maddy de casi tres años, de la casa de una pareja alcohólica y violenta. Buscará contención en sus amigos y no la tendrá; después en su familia y tampoco la hallará realmente; y se verá obligada a trabajar de empleada doméstica (el título original es “Maid”; es decir, “Mucama”) para mantener a Maddy. Ahí su triste odisea recién empezará.
La historia, que podría ser una imagen estereotipada de la superación norteamericana, fue en su lugar delineada con sutileza y sin golpes bajos. En realidad, resplandece por su nobleza. Rechaza lo crudo de la desgracia (aunque eventualmente exista) y se enfoca más en los sentimientos y la calidez de los vínculos que Alex va logrando: su lucha por tener la custodia de su hija, el proceso de reconstruir su autoestima, la fe que -aunque cueste mantenerla- sigue dándole confianza a sus acciones.
La fascinación por esta serie es algo extraña, ya que no es una historia nueva, y ni siquiera es una historia fuera de lo común: digámoslo claramente, es la de muchas mujeres a lo largo y ancho del mundo. Algunos críticos incluso se arriesgaron a decir que es la historia “de una mujer común”.
Su valor acaso sea el poner a la luz pública y en los ojos de los “netflixespectadores” de todo el mundo un cúmulo de vivencias invisibilizadas o, en todo caso, representadas en las ficciones como una épica de la pobreza y el dolor (recordemos nomás “Hillbilly, una elegía rural”, en la misma plataforma, también basada en un best seller de superación personal).
En este primer protagónico, Margaret Qualley logra una actuación conmovedora. Su personaje, pese a vivir en el desamparo y las carencias, también logra encontrar destellos de buen humor, bondad y esperanza. Sus gestos son mínimos pero elocuentes.
Molly Smith Metzler, la creadora de la miniserie, adaptó el libro sumando otras temáticas como las adicciones y la salud mental, personificada en la bella Andie MacDowell (“Cuatro bodas y un funeral”), quien es la madre de Qualley en la vida real, al igual que en la serie. Para componer su personaje, Paula, se inspiró en su propia madre, quien fue diagnosticada con esquizofrenia poco después de que ella naciera.
Realidad y ficción
“Las cosas por limpiar”, interesante resignificación del título original (mucho más acertado que “La asistenta”, como se tradujo en otras partes), está basada en las memorias de la escritora Stephanie Land, “Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive” (“Mucama: Trabajo duro, salario bajo y la voluntad de una madre de sobrevivir”), donde recuerda todo lo que tuvo que pasar después de decidir salir del círculo violento de un marido abusador.
Publicado en enero de 2019, rápidamente pasó a la lista de best sellers y a las páginas del New York Times: toda la Gran Manzana se conmovió ante la historia de Land, que no es estrictamente igual a la adaptación.
A los 28 años quedó embarazada accidentalmente de su pareja de entonces, con la que llevaba no más de cuatro meses. El sujeto, un cocinero de Port Townsend (Washington), ejerció regularmente violencia psicológica contra ella. Un día durante una pelea llegó a romper una pared, lo que la alertó y decidió cargar sus cosas, su pequeña hija de siete meses, y se fue a buscar ayuda.
En la casa de su padre encontró la misma violencia y terminó pidiendo lugar en un refugio para personas en situación de calle y, cuenta con cierta vergüenza en el libro, se vio obligada a pedir vales de vivienda, cupones de alimentos y subsidios estatales. Como madre soltera, le costó encontrar trabajo y estabilizarse.
Poco tiempo después conoce a un joven granjero, se enamoran y ella empieza a limpiar casas por nueve dólares la hora: aunque, recuerda horrorizada, no tenía ni seguro social, ni posibilidad de licencia por enfermedad, de vacaciones y posibilidad de un aumento de sueldo. Es decir, estaba en negro.
Así trabajó durante años y limpiar casas se convirtió en su principal fuente de ingresos. “Mi trabajo no ofrecía pago por enfermedad, ni días de vacaciones, ni un aumento previsible en el salario; sin embargo, a pesar de todo, rogué para trabajar más ... Rara vez se recuperaron los salarios perdidos por las horas de trabajo perdidas, y si faltaba demasiado, corría el riesgo de ser despedida. La confiabilidad de mi auto era vital, ya que una manguera rota, un termostato defectuoso o incluso una llanta desinflada podrían llevarnos hasta a perder la casa”, escribió.
“Fue increíblemente difícil dar la espalda al trabajo remunerado y tener fe en que mi sueño valdría la pena”, aseguró también en una entrevista a la CNN. Hoy Stephanie, la “Alex verdadera”, tiene 43 años, está casada y tiene cuatro hijos.