La obra de Manuel J. Lugones

En esta columna, la especialista recorre la literatura del escritor de filiación modernista, sensibilidad y encanto.

La obra de Manuel J. Lugones
El judío errante, uno de los personajes que desarrolló Manuel Lugones en su literatura.

Manuel Lugones (1889 – 1954), escritor e historiador mendocino, compartió activamente la vida cultural de Mendoza con Evar Méndez, durante la etapa de residencia de este en nuestra provincia: conjuntamente editaron los periódicos Nuevos ideales y Hojas al viento. Por su parte, Lugones colaboró también en otras publicaciones, como la revista quincenal Horizontes (1918), donde apareció un cuento suyo y algunos poemas; la revista Égloga (1924); Vida en Mendoza (1929) y La Semana (1931). Asimismo el diario Los Andes transcribió discursos y conferencias suyas, sobre temas generalmente históricos.

Además de su obra poética, Poemas medioevales (1924), publicó en 1945 un relato titulado Un atardecer de 1830. Según Fernando Morales Guiñazú, su poesía podría encuadrarse en los cánones señalados por Darío, Lugones y Julio Herrera y Reissig y contiene “versos de belleza y corrección suma” (403). Lo escaso de su obra publicada puede explicarse por la diversidad de sus intereses. De todos modos, sus Poemas medioevales (1924), que incluyen romances y romancillos evocadores de antiguas leyendas, motivos literarios y aun formas poéticas de la lírica española tradicional, fue acogido favorablemente por la crítica y constituye un conjunto original y meritorio dentro de la poesía mendocina.

En cuanto a su filiación modernista, puede señalarse el gusto, como fuente de inspiración, por las épocas pretéritas y lejanas, sobre todo aquellas que para la sensibilidad de los poetas encierran un aura de sugestión y misterio (Oriente, Escandinavia) o un encanto y prestigio particular (el mundo clásico). En cuanto a la literatura española precedente, es la Edad Media la que capta la atención del poeta modernista, irresistiblemente atraído por lo primitivo e ingenuo de autores como Berceo, el Arcipreste de Hita, el Marqués de Santillana y, en general, por la lírica hispánica de tipo popular (romances, romancillos, canciones, etc.).

Como notas fundamentales de la poesía medieval de corte popular, Menéndez Pidal señala las siguientes: sobriedad y sencillez, improvisación, pragmatismo, popularismo (obras especialmente aptas para ser captadas por el pueblo), anonimia, contenido y fondo ético, realismo (ausencia o, por lo menos, escasez de elementos maravillosos) y tradicionalismo (los temas se perpetúan no sólo en obras dispersas, sino formando ciclos enteros, como el relacionado con la figura del Cid, por ejemplo).

Otro aspecto digno de ser tenido en cuenta, y que veremos reaparecer asimismo en la obra del poeta mendocino es la condición particular, única, de la literatura española gracias a la multiplicidad de tradiciones culturales que aglutina. Ello se debe a la particular situación geográfica de España y a las encrucijadas de su historia. Así, la relación con el mundo árabe y con otros pueblos de cultura más antigua, como el judío, o más refinada, como el francés o el italiano, va modelando una fisonomía rica y particular, que avala la designación de “cultura de fronteras.

Como temáticas predominantes del período medieval, pueden mencionarse los motivos religiosos, especialmente el tema mariano, pero también la hagiografía, las relaciones con el mundo musulmán, que da origen a toda una línea, la poesía morisca, y los debates o “disputas” entre distintos estados (el religioso y el seglar, el religioso y el caballero) o elementos (las armas y las letras, el alma y el cuerpo, el agua y el vino…).

Este largo exordio nos permitirá situar la obra de Lugones en su contexto literario, tanto en lo formal, como en lo temático y en lo estilístico. En cuanto al primer aspecto, las formas poéticas predominantes son los romances (versos octosílabos) y romancillos (hexasílabos), con predominio de la asonancia en los versos pares. Algunas composiciones son designadas “baladas” por el autor. También aparece otra denominación interesante, la de dezir, que evoca el mundo de los cancioneros hispánicos del período medieval o renacentista.

La literatura medieval, además de una serie de formas poéticas, se nos presenta como un repertorio de temas y motivos; por ejemplo, la convivencia entre árabes y cristianos dio origen a una línea de poemas denominados “moriscos”, si se privilegia la descripción de la vida en el mundo árabe o “fronterizos” si el foco poético se centra más bien en las escaramuzas y contiendas que tal contacto generaba. Esta temática es desarrollada por Lugones en dos poemas: “Romance de morería” y “El romancillo del renegado” que, si bien no están uno a continuación del otro en el libro, pueden ser leídos como dos capítulos de una misma historia y reflejo de un hecho no extraño en cualquier frontera: el cambio de bandos, por motivos varios, en este caso, una pena de amor.

En la antigua lírica peninsular también hay romances novelescos, legendarios y religiosos, ingenuas hagiografías –al modo de los Flos Sanctorum o de la Leyenda Áurea- escritas para edificación popular, como el de “San Lupo” en el que, a partir de la violación y embarazo de una doncella, se desarrolla una historia con valor moralizante, que contrasta la crueldad humana con la protección que brinda la naturaleza: “Ríen de sus cuitas / Hombres y comadres. / Sólo entre los bosques / Halla quien la ampare: / Lobos carniceros, /Lirios de los valles…” (17-8).

Otro motivo legendario que desarrolla Manuel Lugones es del Judío Errante, Ashaverus, en el poema homónimo. Esta figura mítica, de gran difusión en la literatura de todos los tiempos, tiene como sustrato simbólico la idea del hombre que no puede morir, o que –tras su falsa muerte- (rey don Rodrigo, rey Arturo, etc.)- ha de retornar. La utilización que el poeta mendocino hace de este motivo mítico parece asimilarlo más bien a una figura ominosa; coadyuvan a esta impresión la atmósfera que se instala desde el comienzo del poema: “Nubes tormentosas / navegando vienen / desde el horizonte, / misteriosas, leves” (35) y sobre todo, el estribillo, que tiene toda la fuerza de una sentencia apocalíptica: “Fue una tarde clara / que llegó la peste” y el efecto que causa a su paso: “Por el pueblo pasa / un temblor de muerte” (38).

Otra figura de resonancias míticas es la del alquimista, y en el despliegue de prácticas mágicas e invocaciones demoníacas que describe, puede verse en nuestro poeta esa fascinación por el ocultismo que constituye otra faceta del movimiento modernista.

Innegablemente, el tema de la muerte, en sus diversas modulaciones, es una constante de toda literatura. Por ejemplo esta temática cuajó en el romancero medieval en un motivo que nuestro poeta recrea: el del encuentro del caballero y la muerte, en el romancillo que lleva por título “El doncel enamorado”

Estos de Manuel Lugones podrían pasar, gracias a su aparente sencillez y espontaneidad, por auténticos “poemas medievales”. Sin embargo, hay en ellos un delicado trabajo de elaboración poética que utiliza los mismos recursos de esa lírica popular pero los potencia y enriquece, dotándolos de un plus de sentido.

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