Si bien en las primeras décadas del siglo XX en Mendoza es quizás más abundante la producción la lírica, hay algunos narradores destacados que continúan la tradición iniciada por un texto del que muchos hablan, pero que muy pocos han visto (quizás porque se publicó en forma incompleta y como folletín que no ha llegado hasta nosotros, ya sea porque se anunció su publicación y nunca llegó a concretarse). En efecto, La noche del terremoto, de Máximo Cubillos (la obra en cuestión) apareció mencionada en el diario El Constitucional en 1867. Si debemos guiarnos por las palabras de Abelardo Arias (1974), se trataría de un relato “débil y retórico”, en que ya despuntan, empero, dos rasgos de interés: la plasmación de un imaginario novelesco que coincide con el mundo real de sus lectores al tematizar un hecho contemporáneo (el terremoto del 2 de marzo de 1861), y también la presencia de un elemento telúrico con valor protagónico dentro de la obra. De todos modos, hasta la actualidad, no ha podido hallarse este texto, a pesar de todas las pesquisas que diferentes investigadores han realizado.
En orden a constituir un panorama completo del devenir de la narrativa mendocina, en el curso del siglo XIX debe citarse como prosista destacado al Coronel Manuel J. Olascoaga (1835 - 1911), “cuyo coraje legendario hizo de su propia vida la mejor novela que nunca fue escrita” (Arias, 1974). Olascoaga, además de destacarse en la milicia, fue un verdadero polígrafo a cuya pluma se deben, junto a numerosas obras teatrales, descripciones históricas, narraciones, novelas y cuentos. Además, el fin de su vida significó el cierre de una etapa dentro de la cultura mendocina, coincidente con el Romanticismo. Dentro de su abundantísima producción merecen destacarse la novela El Club de las damas (1903); la crónica El brujo de las Cordilleras (1895), aparecida con el seudónimo de Mapuche, y el drama histórico El huinca blanco (1899). Además, su drama gauchesco en verso, Juan Cuello (1873), aparecido como folletín en Buenos Aires, habría inspirado –al decir de Fernando Morales Guiñazú- el drama homónimo de Eduardo Gutiérrez.
Llegamos así a las primeras décadas del siglo XX, en que surgieron diversas tendencias y propuestas literarias, para cubrir los espacios que el Modernismo empezaba a dejar vacíos por su propio agotamiento y decadencia. En coincidencia, señala Arias, la apertura de diversas líneas narrativas que resultan de interés, en primer lugar, las pervivencias románticas representadas por algunos escritores y escritoras como Rosario Puebla de Godoy (1862 - 1924) y Esther Monasterio (1868-1956), quien con ¿Volverá? (1925), escrita bajo la influencia de César Duayén (Emma de la Barra) inaugura la “novela rosa” mendocina, si bien esta atribución es –cuanto menos- discutible por dos razones.
En este cauce de la novela sentimental puede inscribirse también la novelita de Maximiliano Escobar, Evangelina o la flor del Moyano (1923), al igual que la ingente producción de folletines aparecidos en publicaciones periódicas tales como La Novela Andina o La Novela de Cuyo, fenómeno muy característico de las primeras décadas del siglo XX. Lamentablemente el corpus conservado de este tipo de narraciones no es muy representativo, si bien en él se destacan algunas composiciones en prosa de Alfredo Bufano (1895 – 1950) que nos permiten conocer otra faceta de su talento.
Carlos Ponce (1863-1903) publica en 1909 El Dr. Teodoro Silva; Cuentos mendocinos, a los que seguirán, en 1924 y 1927, los Cuentos mendocinos; antaño y hogaño y, también en 1927, la novela costumbrista Termalia. En estas obras, al decir de Graciela de Sola (1966), “dentro de lineamientos expresivos más o menos tradicionales que excluyen cierta preocupación técnica, Ponce hace un registro del paisaje y la vida mendocina con inclusión de sus leyendas y de cierta tipificación psicológica local”.
Por su parte, J. Alberto Castro (1883-1938) da a conocer primeramente Carne con cuero (1916), escritos de índole política y sociológica, que registran variadas impresiones de sus años como periodista, y luego provoca escándalo con Ranita (1922) y Alita quebrada (1930), exponentes de las tendencias realistas y naturalistas, con insistencia particular en el tema ciudadano y aguda visión de los personajes y acontecimientos de la época.
También de contenido político y tesis social es la obra de Benito Marianetti (1903-1976) Cuando la penumbra llega, de 1920. En estos relatos –escritos en su primera juventud- refleja no obstante sus dotes. Marianetti publicó al año siguiente otra novela corta, El diario de una colegiala; en 1922, El huérfano del Volga y El amor que vence, entre otros trabajos de índole diversa.
Carlos Arroyo (1902-¿?) inicia en 1927, con Barbarie, una serie de novelas de enfoque costumbrista y aguda intención política; este “vasto friso histórico político que documenta las luchas institucionales de Mendoza” (Borello, 1962) en las primeras décadas del siglo XX se completará tardíamente con otros textos escritos en las décadas del 50 y 60.
Otra figura destacada de esta etapa es Laurentino Olascoaga (1874-1947) que, además de obras de índole filosófico-moral o histórico-política, publicó cuatro novelas de temática variada, en las que incursiona en la novela histórica y de tesis o, en la última de ellas, La desconocida (1933), en el realismo costumbrista, ya que su trama se desarrolla en Mendoza “y en la que la sobriedad de sus descripciones, de un vigor inusitado, pintan una gran variedad de interesantes cuadros de costumbres” (Morales Guñazú, 1943: 376). Cabe acotar que en su primera obra, El castillo de Skokloster (1926), además de la reconstrucción histórica y de las reflexiones éticas que prodiga el narrador, despuntan elementos que abren nuevos cauces en la narrativa mendocina, como el relato fantástico legendario.
La narrativa histórica es cultivada por Julio Olivencia Fernández (s/d), quien con su novela Gloria cuyana, de 1927, continúa una línea temática de celebración de la gesta sanmartiniana, ya iniciada por Rosario Puebla de Godoy a fines del siglo anterior, con La ciudad heroica (1904). Había publicado también, en 1910, unos Apuntes históricos.
Diverso es el caso de René Zapata Quesada (1892 - ¿?), conocido como poeta, y que con La infidelidad de Penélope se inscribe en una línea que la crítica ha calificado como “decadente”, entendiendo por tal un estilo literario cosmopolita, en el que campea “una sensualidad triste y un pesimismo sin horizontes que les hace llamarse a sí mismos ‘poetas malditos’” (Roig, 1966: 43). Esta su única novela gana el Premio Municipal y se constituye en el primer best seller de la literatura mendocina; a la luz de los años transcurridos, aquilata su valor como testimonio de un momento determinado en la historia cultural y nos permite reflexionar sobre el complejo entramado de relaciones que unen lo propiamente regional con lo universal.
En notas sucesivas ampliaremos el comentario de algunas de las obras y autores mencionados aquí a modo de panorama.