“Y ocurrió hace tantas Edades que no queda de ella ni el eco del recuerdo del eco del recuerdo. Ningún vestigio sobre estos sucesos ha conseguido permanecer […]”. Liliana Bodoc. Los días del Venado
Si bien el realismo es el modo predominante en la narrativa mendocina, al menos hasta mediado el siglo XX, también es cierto que dos de sus autores más destacados incursionan más bien en la creación de “mundos literarios extraordinarios” (Zonana, 2009), como lo son el cuento de hadas y la épica mágica.
Centrarnos en estas dos manifestaciones -o, por decirlo con nombres propios, en Juan Draghi Lucero y Liliana Bodoc- implica, en primer lugar, dejar de lado a muchos otros autores, casos particulares y “fronterizos”, como el de Di Benedetto y sus “zonas de contacto” entre lo real y lo onírico; en segundo lugar, la necesidad de definir -siquiera provisoriamente- estas dos manifestaciones no realistas de la ficción narrativa.
Hay palabras que tienen la virtud de proyectarnos hacia atrás en el tiempo: “Había una vez...”. Y si agregamos “en un lejano país...”, el hechizo ya es completo: estamos de lleno en el ámbito de lo maravilloso, en un reino de princesas, hadas, castillos y dragones. Estas palabras son la llave. Muchos, por no decir todos los cuentos infantiles comienzan así, y la distancia, tanto espacial como temporal que imponen, es una de las razones de su encanto. Ese gusto por lo arcaico y por lo lejano es común a todos, grandes y chicos, ya que para los adultos es un pasaje de retorno al mágico país de la infancia. Y allí podemos encontrar una clave: el sentimiento de “lo maravilloso” como una cualidad inherente a cierto tipo de obras literarias, que pueden ser tanto orales como escritas, anónimas o de autores reconocidos, textos que tienen en “lo mágico” su origen.
Lo mágico, en el sentido en que será utilizado aquí, refiere a una forma particular de mirar el mundo, no como lo totalmente conocido, estudiado y racionalizado, sino como un repositorio de misterios, como una realidad rica, cambiante y que puede esconder aún secretos, sucesos extraordinarios que se alejan de nuestra experiencia cotidiana. Se trata entonces de un sentimiento de extrañeza que puede asaltarnos aun en medio de la ciudad, pero que tiene ciertos ámbitos privilegiados de manifestación: el campo, la montaña, el desierto...Y no se trata, de ningún modo, de una práctica más o menos codificada, sino de una suerte de epifanía o percepción individual, una intuición del misterio del mundo.
Hay un tipo de relatos en los cuales ese “misterio del mundo” es aceptado sin ningún cuestionamiento ni discusión, pero también como algo que no contamina ni interfiere nuestra propia realidad; se trata de los denominados “maravillosos”, y entre ellos hay una especie privilegiada, que son los “cuentos de hadas”. En ellos, todos los acontecimientos se dan como naturales, en un mundo donde la magia y el encantamiento son las reglas, no un elemento transgresor, sino la sustancia misma de esa realidad. En eso se diferencian de lo fantástico.
Muchos de esos relatos perduraron anónimos durante siglos en la memoria de las sucesivas generaciones, dando origen a una modalidad particular –el cuento popular maravilloso- hasta que llegó el momento de su formalización escrita. Y ese es el prodigio que en nuestras letras opera Juan Draghi Lucero (1895-1994) cuando en sus Mil y una noches argentinas (1940) pone por escrito los antiguos relatos escuchados en su niñez, junto al fogón, pero dotándolos a la vez de un encanto nuevo: el prodigio de una expresión poética abrevada en lo popular y cuyano, pero imbuida de una gracia poética nueva. Otras tres colecciones del autor continuaron en esa línea: El loro adivino (1963); El pájaro brujo (1972) y una segunda parte de Las mil y una noches argentinas (1987).
En todas ellas se reiteran las pruebas iniciáticas (luchas contra el monstruo, obstáculos aparentemente insuperables, enigmas por resolver, trabajos imposibles de efectuar, etc.), el descenso a los Infiernos o la ascensión al cielo e incluso la muerte y la resurrección, y la boda con la princesa, pero en medio de nuestra realidad cuyana. Además, bajo la aparente ingenuidad de un relato que concluye invariablemente con un final feliz, se esconde una “realidad extremadamente seria: la iniciación, es decir, el tránsito gracias al artificio de una muerte y de una resurrección simbólicas, de la ignorancia y de la inmadurez a la edad espiritual del adulto” (Eliade, 1963), con lo que su significación se proyecta a niveles míticos.
En los albores del siglo XXI adviene una nueva manifestación no realista en las letras mendocinas: en un contexto signado por el auge del fenómeno fantasy (una nueva forma de fantasía, de carácter épico) la obra de Liliana Bodoc (1958-2018) destaca con perfiles propios. Su trilogía constituye una modalidad particular: una épica mágica americana, lo que la singulariza respecto de otras manifestaciones más o menos similares de la fantasía contemporánea.
En la “Saga de los Confines”, integrada por las novelas Los días del Vendado (2000); Los días de la Sombra (2002) y Los días del fuego (2004) se combinan los elementos de la épica clásica (un héroe con una misión que cumplir, una batalla entre el bien y el mal, un viaje con gran desplazamiento territorial y varias comunidades o pueblos involucrados…). Pero la autora mendocina (´por adopción) le agrega una peculiar concepción de la magia. Liliana Bodoc la entiende como una forma amorosa de relacionarse con el entorno. Será entonces una constante en sus novelas y aparecerá como modo de conocimiento, relacionada con la sabiduría, y también como esfuerzo o trabajo para enfrentarse en una lucha por el poder, como puede verse reiteradamente.
Otro rasgo de originalidad es el hecho de que la “Saga”, a diferencia de la épica tradicional y también de otras fantasías épicas contemporáneas, es una “gesta colectiva” –tal como manifiesta la autora- en la que se van entramando distintas historias, cada una de las cuales es, en sí, una aventura épica, vivida por personajes con una profundidad psicológica que los distingue de otros exponentes del género. Además, destaca el hecho de que muchos de ellos son mujeres.
En esta complejidad de planos significativos radica el valor y la originalidad de la obra de Liliana Bodoc, señalada por una síntesis peculiarísima de estímulos y fuentes diversas para la creación de un mundo con una fuerte saturación que remite a la realidad americana, pero artísticamente reelaborada, y una renovación de las convenciones tanto de la épica como de los relatos denominados “maravillosos”.