Cuando firmó su primer contrato, a los 17 años, Sophia Loren no sabía escribir. Garabateó su nombre, poniendo ahí todas sus esperanzas: hasta ese entonces, solo había conocido los estragos de la guerra, que la había dejado -entre muchas otras carencias- sin educación. Y quien la descubrió fue Vittorio de Sica, su mentor y el director de sus mejores películas, tal cual recordó ella en una reciente conferencia.
Entre esos primeros títulos, como “Luci del varietà” (1950), en las que figuraba como Sofia Scicolone o Sofia Lazzaro alternativamente, hasta “La vita davanti a sé” (“La vida ante sí”), que estrena el próximo viernes, donde Loren ya es un mito, una diva, una de las actrices más bellas e inspiradoras de toda la historia, han pasado 70 años. Sí, toda una vida.
Su última gran incursión en el cine fue “Nine” (2009), de Rob Marshall, un (insuficiente) homenaje a “Otto e mezzo” de Fellini plagado de estrellas. Tanto así que Sofía Loren, quien sin duda magnetizó a muchos de los que quisieron ver el musical, aparecía apenas cinco minutos. Eso bastaba para que se iluminaran los ojos de los cinéfilos del mundo.
Ahora le debemos su regreso, a los 86 años, a su hijo Edoardo Ponti, el director de la película, y a Netflix, quien la produjo. Se verá desde el próximo viernes en esa plataforma y nos mostrará a una Sofía Loren en estado de ebullición: más que esa actriz glamorosa, tal cual se vendía en especial al público de habla inglesa, Ponti nos trae de vuelta a la actriz que se destacó, en lengua italiana, encarnando a algunas de las mujeres más fuertes, sufridas y heroicas que haya dado el Séptimo Arte.
A esa estela realista y cruda de “La ciociara” (“Dos mujeres”, 1960), “I girasoli” (“Los girasoles”, 1970) y “Una giornata particolare” (“Un día muy particular”, 1976) se inscribe la historia de Madame Rosa, una superviviente del holocausto que sobrevive a duras penas en Bari, una ciudad en la costa italiana, y cuyo gesto humanitario, en esta Europa fracturada y multicultural, es cobijar en su casa a niños inmigrantes. Así, un día llega Momo (Ibrahima Gueye), senegalés, y el choque de ambas vidas motiva una de las que, dicen, es una de las películas más sensibles y lacrimógenas de los últimos tiempos. A eso contribuye también la música de Laura Pausini.
Muchos claman que Sofía Loren se lleve con esta película su tercer Oscar. Si sumamos hechos como que es un regreso monumental, en una película con fuerte contenido social, en una de las plataformas que (pese a los constantes ataques) viene sosteniendo producciones y estrenos en un año pandémico que, por otra parte, tendrá escasez de candidatos, la nominación parece cantada. Lograría así un Oscar a Mejor Actriz 60 años después de “La ciociara”, marcando un hito; además, tuvo uno honorífico en 1991.
Parca, alejada de la vida social, envuelta en una aureola de diosa, Loren apareció públicamente hace pocos días para promocionar la película. Fue una conferencia moderada por Isabella Rossellini, quien no contuvo su admiración por esa pareja de madre e hijo, ni tampoco dejó de manifestar su sana envidia, pues ella nunca llegó a trabajar junto a sus padres, Roberto Rossellini e Ingrid Bergman. Loren fue muy clara en sentenciar que, mientras pueda pararse frente a una cámara, seguirá trabajando: “Sí, no creo que vaya a parar. Lo haré siempre. Trabajaré todo lo que pueda, claro que sí”, dijo con firmeza.
Edoardo, nacido de la escandalosa relación de Loren con el productor Carlo Ponti, fue casi un regalo del cielo para ella, quien después de dos abortos ya casi había perdido la esperanza. “Señora, usted tiene unas caderas estupendas, es una mujer muy hermosa, pero nunca tendrá un hijo”, llegó a decirle un médico. Tuvo finalmente dos.
Para él, guionista y realizador, su madre se ha transformado en su propio fetiche. Una relación gloriosa que ha dado títulos como el cortometraje “La voce umana”, enésima adaptación de la obra de Jean Cocteau, de 2014, y que espera con esta película saltar las fronteras italianas.
Ahora, como expresó Ponti, su intención fue que “La vida ante sí” le diera al mundo una versión más espontánea y cotidiana de su madre. “Quería que hiciese cosas que nunca hubiera hecho, espontáneas. Creo que el resultado es que vemos una Sophia Loren familiar, con esa autenticidad y vitalidad que siempre tiene, pero con cosas más profundas de su experiencia en la vida”, dijo.
Y sí. Para Sophia, la película toca fibras muy sensibles: como decíamos, ella misma vivió siendo niña la Segunda Guerra Mundial. Recordó que su madre fue “mi gran ídolo, siempre he intentado ser como mi madre, era una mujer fuerte e increíble”.
Es esa memoria afectiva la que puso al servicio de su interpretación. “Cuando era pequeña, en la guerra, mi madre estaba en casa conmigo y con mi abuela, y vivimos todo tipo de desastres. Ella estaba en contra de entrar en la guerra y, aunque estuviera asustada, siempre estaba con nosotras, durante las bombas, durante la guerra, todas las noches jugábamos y olvidábamos la guerra. No era una vida agradable, pero cuando eres niño, cada caricia, cada sonrisa que te dan, te hace feliz, incluso en medio de una guerra”, dijo.
“Creo que la razón por la que mucha gente empatiza con ella cuando actúa es porque nunca abrazó la etiqueta de ícono: eso es algo que le pusieron pero no algo que venga de ella”, opinó Ponti.
Por eso, el director dedicó gran parte de su labor en “La vida por delante” a que Ibrahima Gueye no se cegara por todo el resplandor que rodea a la estrella italiana. “Era muy importante para nosotros humanizar a mi madre para que él no viera al icono sino a la persona. Así que se nos ocurrió la idea de vivir todos juntos. Durante las más de ocho semanas del rodaje, vivimos todos en la misma casa (...) y así vio a mi madre por la mañana, algunas veces yo les veía juntos en el sofá frente a la televisión... Así se conocieron en un nivel puramente emocional y no conectado a la personalidad que es mi madre”, explicó.
Recordando esa relación a la hora de trabajar con los más pequeños fue inevitable el recuerdo de De Sica, un director que solía trabajar mucho con niños. “A De Sica le gustaba trabajar con actores no profesionales, porque en realidad lo que no le gustaba eran los malos actores”, recordó.
“Cuando me vio, yo tenía 17 años, me preguntó si había ido a la escuela. Le dije que no, porque la guerra nos había tratado fatal. No sabía ni escribir. ¡Y se puso contento! Me dijo, vamos a empezar a rodar mañana, te mandaremos el guion y puedes inventarte y decir lo que quieras, eres bella, eres una chica de la calle, no pasa nada (...) Las mejores cosas que he hecho en el cine han sido con él”, dijo, sensiblemente emocionada.