“¡Quién pudiera ser bastante hijo tuyo, Padre Ande, para dar a los hombres la medida cabal de tus sentires!”. Juan Draghi Lucero. Las mil y una noches argentinas
El próximo 5 de diciembre se conmemorará un nuevo aniversario del nacimiento de Juan Draghi Lucero (1895 – 1994), auténtico custodio de las raíces culturales de esta tierra. A partir de la exclamación - dedicatoria: “¡Quién pudiera ser bastante hijo tuyo, Padre Ande!” que coloca en la página inicial de la primera edición de Las mil y una noches argentinas (1940), se abren –además de la obvia referencia geográfica- tres posibles ejes de consideración del tema de lo andino: en primer lugar, la idea de filiación, de origen, que en la cosmovisión de Draghi, a través de lo andino se conecta con lo aborigen; en segundo lugar, la necesidad de establecer algún tipo de relación con un contexto más amplio, nacional e incluso universal; finalmente, a través de la personificación, la posibilidad de pensar lo inerte en términos vivientes, lo que de suyo alude a una forma de pensamiento diversa del científico, que percibe algo así como una dimensión mágica de las cosas.
Cuando en 1938 Juan Draghi Lucero publicó su recopilación monumental del folclore lugareño, titulada Cancionero popular cuyano y cuando, muy poco tiempo después, dio a conocer su reelaboración de cuentos tradicionales, Las mil y una noches argentinas, puede decirse que se producen dos hitos en la cultura mendocina, a favor de estos dos hechos, quizás no resonantes, pero sí trascendentes.
La afirmación de Borges acerca de que con cada anciano que muere, desaparece una Biblioteca de Alejandría, parece oportuna a propósito de Juan Draghi Lucero, en un doble sentido. Por un lado, en alusión a su tarea de folclorólogo y recopilador del “cancionero” cuyano, empeñado en rescatar de la memoria de sus depositarios de siglos esas reliquias de la lírica popular en trance ya de desaparición; por otro, en relación con su propio atesorar vivencias de una Mendoza que iba perdiéndose, de la que fue amoroso testigo y notario.
En efecto, desde los tempranos días de su niñez, en que diversos avatares lo acostumbraron a dormir al raso y a descubrir, alrededor del fogón, la magia de los relatos y cantares campesinos, hasta los largos años en que recorrió, ya hombre hecho y derecho, alejados “puestos” lugareños, el folclore se constituyó en norte y pasión de su vida. De esa búsqueda de caudales folclóricos resultó su Cancionero popular cuyano, en el que no sólo reúne gran cantidad de composiciones de la tradición lírica cuyana –romances, coplas, tonadas...- sino que también teoriza y opina acerca del folclore cuyano, destacando sus rasgos distintivos. De este modo, logra salvar del olvido un caudal poético –ínfimo quizás en relación con lo perdido- pero fundamental. Y en cuanto al folclore narrativo, en sus “mil y una noches argentinas” recrea y dota de un nuevo sentido –mágico, mítico- esos mismos relatos que encantaron o atemorizaron su niñez a través de una delicada alquimia poética que reúne en dosis justas la ilusión de oralidad del relato tradicional con la estilización propia del lenguaje literario.
Parejo con su vocación de folclorólogo corre su interés por la historia de esta tierra, que rastreó desde sus remotos orígenes a través de documentos coloniales tanto en nuestra provincia como en Chile. También en su haber de historiador se cuentan otros trabajos, en especial los que dedicó al general José de San Martín. A su intuición se deben asimismo algunas precisiones sobre la ubicación exacta del campo histórico de El Plumerillo, desmantelado luego de la partida del Ejército de los Andes, y luego reconstruido en su emplazamiento actual.
Y en una comunidad como la mendocina, en la que sucesivos “quiebres” (la preparación del Ejército de los Andes, el terremoto de 1861, el impacto del aluvión inmigratorio de fines del siglo XIX) hacían aún más urgente y difícil la conservación de la memoria cultural, la figura de Juan Draghi se destaca con perfiles nítidos, a través de la reconstrucción que realiza, en su obra de ficción, de la vida cotidiana de la Mendoza del siglo XIX y principios del XX; historia menuda, “intrahistoria” que revive en páginas memorables como las de Cuentos mendocinos (1964), Andanzas cuyanas (1968) o El tres patas (1968). Así, conocemos usos, costumbres y leyendas tradicionales, hoy ya olvidadas (como la de La Pericana) junto al relevamiento casi topográfico de una ciudad aún aldeana, que recuesta junto al Zanjón su “Pueblo Viejo”, recuerdo de la primitiva fundación.
Como reconstrucción minuciosa de toda una forma de vida tradicional, pero no ya de un ámbito urbano sino rural, puede mencionarse la colección de cuentos El hachador de Altos Limpios (1966) y, especialmente, la novela La cabra de plata (1978), que expresa la pasión que en el autor despierta la zona del desierto lavallino, plena de resonancias tanto históricas como legendarias: Huanacache, Los Bosques Teltecas, Los Altos Limpios... Este “desierto” no sólo tiene una flora y una fauna que el autor describe con minuciosa y amorosa atención, sino que también esconde, en la sugestión del vacío, algo así como la esencia huidiza de la tierra, ese misterio nativo que el escritor nos deja entrever a través de su obra.
Así, historia, folklore y mito se entretejen en una cosmovisión muy particular y trazan las pautas rectoras de su quehacer estético: una escritura destinada a erigirse en instrumento de conocimiento de la realidad comarcana, concebida esta como una entidad compleja, que trasciende lo puramente apariencial para integrar elementos imaginativos, mágicos, oníricos...
Es que una intuición certera de lo americano exige un conocimiento del pasado, a veces imposible de lograr por los medios científicos habituales; una captación del presente en función de un dato considerado clave en la constitución del ser americano cual es el paisaje, y una inevitable proyección al futuro de los elementos obtenidos, configurados en un nuevo humanismo capaz de dar razón de esta original entidad histórica-geográfica-social, que denominamos América. Y en ese proceso de conformación de un sistema unitario, coherente, la palabra escrita asume un papel fundante, ya se exprese por vía del ensayo filosófico, ya por la vía de la poesía.