El personaje del espía inescrupuloso Remil logró lo que no imaginaba Jorge Fernández Díaz: un récord de ventas de su última novela, “La Traición”, que en dos meses lleva más de 50 mil copias vendidas.
Números que se suman al éxito de sus dos antecesoras: “El puñal” (2014) y “La herida” (2017), con 200 mil ejemplares vendidos, y la transforma en la serie policial más exitosa de la historia de la literatura argentina.
“Es un policial muy particular, porque hay una vieja creencia de que el policial no es exitoso en Argentina. Y creo que Remil es exitoso por varias razones. Una de ellas es que es un criminal de Estado. No es un héroe, es un canalla. Quizás adorable para algunas personas, pero no deja de ser un espía, operador, guardaespaldas y criminal de Estado. No son novelas de buenos contra malos, sino de malos contra peores”, sentencia el escritor y periodista sobre su último thriller político publicado por editorial Planeta.
Escrita durante la cuarentena, la novela de Fernández Díaz presenta un Remil que vuelve recargado, en un pasado inmediato (los años ’70) a la nueva “resistencia peronista” y a la revolución contra una dictadura imaginaria. Hasta que, de pronto, alguien se toma la ficción demasiado en serio y está a punto de desatar una tragedia sin retorno.
La traición es una novela de espionaje político que pone en evidencia los vínculos secretos entre el falso progresismo, el populismo venal y la Iglesia. Una trama con mujeres inquietantes y vueltas de tuerca inesperadas, por la que desfilan una clase política tomada por la corrupción, dirigentes de una izquierda con doble moral, obispos “non sanctos”, exguerrilleros alucinados que buscan revivir el pasado y operaciones de inteligencia que devastan la reputación de los “enemigos”. Así, poner en juego desde la ficción algunas preguntas de la realidad.
-¿Te has involucrado con el mundo de los espías para llegar a esta precisión en la literatura?
-En lo literario, como en lo periodístico he tratado de no frecuentar el mundo de la AFI. No recrimino a los colegas que hacen investigación periodística, si volviera hacerlo, hablaría con el diablo si fuera necesario. Pero trato de que no me intoxique. Así que mi contacto con ese mundo del espionaje tiene que ver con intelectuales de la inteligencia criminal, profesores universitarios, especialistas en defensa y de seguridad. Gente que ha trabajado en esas áreas, pero con más cabeza que operatividad.
-¿Cómo definís el género?
-Esto es un thriller político, que tiene muy poca tradición en nuestro país, pero sí en el mundo anglosajón. Y utilizo el espionaje político como género. Aquí no hay Guerra Fría: el espionaje desde hace décadas es político. Y ese género me permite contar lo que conozco no tanto de los servicios de inteligencia, sino de la parte oscura de la política, en sentido amplio: políticos, empresarios, sindicalistas. Esa parte de atrás después que uno conoce después de haberse dedicado muchos años a la política, como periodista, toda esa experiencia forma parte de la mochila de uno. Remil y la Casita, el otro personaje, me permiten poner en escena lo que sé que ocurre, por supuesto dramatizado, de un modo lo más realista posible, sin abandonar el suspenso, la intriga, las vueltas de tuerca, los misterios del género.
-¿Cómo surgió la historia?
-Salvando las distancias con “La Caza del Octubre Rojo” de Tom Clancy, yo comienzo con la pregunta: Qué pasaría si un ex guerrillero, devenido en dirigente social, vive en una especie ficción prerrevolucionaria, confraterniza mucho con el Papa Francisco y la ficción se la toma en serio. Entonces, un colaborador del Papa contrata a un servicio de inteligencia paralelo para detenerlo. Hoy sigue siendo una hipótesis de conflicto, porque hay un estado de alienación y de glorificación de los ’70 bastante irresponsable y peligroso. A mí me permitía escribir un thriller que se pudiera leer en dos o tres días. Tuve que cambiar el formato de las otras novelas por otro más concentrado, más intenso.
-¿Hiciste un guion previo para escribir la novela?
-Estas novelas se hacen con guiones previos. Pero estos libros que tienen doble fondo, varias veces tuve que cambiar el guion de la novela. Porque al sacarle esa espectacularidad del thriller no me lo creía. Pero a la vez que te mantuviera tenso.
-¿Habrá una nueva historia de Remil?
-Habrá próxima solo si lo requiere una pregunta inquietante. La primera novela yo no esperaba hacer una serie; la segunda me parece que fue un apéndice de la primera. En la tercera apareció el nuevo formato y pienso que puede seguir, porque la realidad argentina trabaja para Remil.
-Con la pregunta que comienza la novela, ¿hoy tiene alguna respuesta?
-Con estas novelas, a veces suceden cosas en tiempo real. Trata sobre este mundo tan argentino. Lo interesante es que Remil tiene muchos fans en España, pero hay personas que lo consideran excesivo. ¿Cómo puede ser que se compren jueces o que sindicalistas sean multimillonarios, o que se manejen con tanta impunidad en el mundo de la política? Les digo: “Es que no vivís en la Argentina”. En Europa eso parece una exageración del autor.
-¿Los personajes tienen alguna relación con la realidad?
-Sí. Remil escenifica lo que todos imaginan que ocurre. Por supuesto que los personajes están inventados, y las circunstancias. Todo está hecho en un mundo equivalente al que vivimos. Todo huele a realidad. Pero no es una novela en clave, no son personajes reales, pero todos nos recuerdan un mundo. Trato de que haya algo equivalente en la realidad. Y esta novela tiene algo de sarcástico acerca de una Santa Alianza formada por pobristas eclesiásticos, neosetentistas glorificados y alucinados y por progresistas que han dejado de serlo, progresistas que critican la corrupción hasta que la cometen ellos. Yo creo que alguien que hace eso deja de ser progresista inmediatamente, alguien que se alía con un populismo autoritario también.
-¿Podés poner uno como ejemplo?
-El personaje más impactante es la juventud maravillosa de los ’70, reivindicada por Néstor Kirchner y que luego es enseñada en los colegios, las facultades, en los libros, en las películas, en los medios públicos, como si fueran héroes que luchaban por la Democracia, cuando luchaban por la dictadura del proletariado o una dictadura popular, como decían los nacionalistas. Para mí fue muy inspirador ese momento, donde un gobierno constitucional lo caracterizaban como una dictadura. Un juego muy dañino para la Democracia y casi sin consecuencias para nadie: esa alucinación de un Estado revolucionario contra una dictadura fue muy inspirador para la novela.
-Lo que sucedió con los jueces Pertuzzi, Bruglia y Castelli no hubiese ocurrido en este esquema.
-Antes no les hubieran dado pelota. Hoy hay un gran miedo a un país decadente. Hay un gran ataque a la clase media, a sus valores, al progreso, al mérito. Yo me crié en una Argentina con 3% de pobreza, había dramas en las cúpulas, pero la sociedad cumplía la ley, creía en el progreso, yo jugaba a la pelota en la calle y no pasaba nada. No había miedo a la decadencia, a la perversión del narco. Era otro país.
-¿A qué lo atribuís?
-Creo que Perón fue un gran escritor de conciencias del siglo XX, pero los reescribieron los marxistas y los nacionalistas. Eso derivó en el setentismo, en la tragedia. Después se han creado nuevos relatos en la post dictadura que quiere progresar es de la clase mierda, el que quiere la iniciativa privada es un capitalista asqueroso y salvaje. Y desde que se empezó a escribir este relato, perdió la sociedad. Nos llevó de aquel país bueno a esta decadencia completa, en la que no encontramos un piso. Por eso esta novela escribe contra eso. Porque en la literatura argentina los progresistas son intocables, son siempre los buenos, son las vacas sagradas.