Ítalo Albino Burotto: Velas al poniente

Ítalo Burotto inició la edición de su obra de modo tardío, apenas alcanzó a ver publicado su primer poemario unos meses antes de su fallecimiento. Había nacido en Mendoza y dedicó su vida a la docencia.

Ítalo Albino Burotto: Velas al poniente
"Continuará", pieza expuesta de Gabriel Fernández. Crédito: Gentileza del artista.

“Estoy lejano de barcos, de puertos /y gaviotas,/deshabitado de místicas presencias,/de espaldas al azul del horizonte,/ crucificado de olvidos y sentencias”. Ítalo Albino Burotto. Velas al poniente

Cada poeta lleva adelante su proyecto literario de un modo diferente y personal. Algunos, con ímpetu y entusiasmo juvenil, comienzan a publicar muy jóvenes, y pueden ocurrir dos cosas: o bien que renieguen luego de esas “criaturas” primerizas, o bien que toda su obra posterior constituya un ahondamiento y profundización de esas primeras intuiciones.

Otros, por el contrario, inician su camino editorial en la medianía de la edad, cuando ya su voz poética ha adquirido una cierta madurez y afinamiento. Otros, finalmente, retardan mucho ese dar a conocer el fruto de su inspiración de modo que su opera prima editada es también la culminación de una trayectoria. Y este es el caso de Ítalo Burotto, tanto que apenas alcanzó a ver publicado su primer poemario unos meses antes de su fallecimiento. Había nacido en Mendoza y dedicó su vida a la docencia. Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras. Integró el grupo literario Icthios. Publicó, además de Velas al poniente (2005), una plaqueta con once sonetos, titulada Más allá de los espejos.

El título que un autor coloca a su libro contiene generalmente “indicaciones de lectura”; es decir, nos orienta acerca del modo en que el poeta quiere que sea interpretada su creación. Palabras, entonces, prescriptivas o persuasivas, que indican un itinerario... Por cierto que siempre queda a la libertad del lector aceptar esa sugerencia, matizarla con sus propias opiniones o vivencias o, incluso, contravenirla con una lectura divergente.

En tal sentido -el de indicar un camino de lectura- opera la sugerencia de estas Velas al poniente: en primer lugar, sugiere una isotopía marina que se confirma a lo largo del poemario, y que nos habla de un viaje, que es –ni más no menos- el de la vida. El poeta es, en primer lugar y por sobre todo, el homo viator que se afirma en su condición de viajero. Y también de desterrado, peregrino en la fugacidad y la diversidad, a partir de un origen edénico, que se evoca con nostalgia.

Tal el nombre –“Nostalgias”- de una de las etapas o secciones que este viaje nos propone, a partir de unas “Dedicatorias” que, en verso, como corresponde a un auténtico poeta, confiesan aprecios y gratitudes. El itinerario se completa con otros dos apartados: “Íntimas” y “Misterios del vivir”. Pero tal partición de ningún modo contradice la condición de poemario del volumen en su conjunto. Poemario, sí, y no simple ramillete de poemas, por la unidad intrínseca que, a pesar de las diferentes acentuaciones del sentimiento en cada una de las secciones, exhibe la unidad del todo, la seguridad del derrotero que el viaje creador emprende.

Un viaje, por definición, es un traslado en el espacio, pero también en el tiempo y así, la palabra “poniente” opera en un doble campo de sugerencia, porque es tanto un rumbo como un momento. Y aquí nuestra intuición de lectores se permite introducir alguna acotación a la sugerencia del título: en otras palabras, aceptamos la significación del término, a condición de que este no se entienda como un sinónimo de “declinante”, sino de otoñal esplendor: el poniente, en tal sentido, es el momento en que el sol brinda sus mejores galas y suspende el alma en el arrobo de la contemplación.

Y esto, porque no hay nada de “declinante” o de débil en este conjunto de poemas de Ítalo Albino Burotto. Indudablemente, se trata de una poesía de madurez, que adviene luego de varias y merecidas distinciones. En efecto, su autor ha recibido, entre otros, el Diploma de Honor otorgado por el Grupo “Icthios” en 1975, como ganador del 1º Premio Provincial de poesía; una mención en el Concurso Literario “Vendimia” de 1988, todos ellos por poemas, y un galardón muy especial en el género cuento: Mención en el Premio Anual “Atlántida”, otorgado por un jurado compuesto por figuras relevantes de nuestras letras, como Marco Denevi, Beatriz Guido y Adolfo Bioy Casares.

Velas al poniente representa, pues la madurez del artista. Madurez en la que se ha reposado el sentimiento y aquilatado la expresión, llegando al pleno dominio del arte de versificar, junto a la profundidad del contenido. Como obra de madurez, suma y compendia vivencias, ensaya a la vez la métrica regular –sonetos exquisitamente compuestos, versos rítmicos, rimados y medidos- y la libertad formal; conjuga de modo seguro el fondo o contenido del poema con los recursos destinados a formalizar esa profundidad emotiva y existencial que lo nutre. En otras palabras, se escribe porque se tiene algo que decir, cuando hay una vida plenamente vivida desde los afectos, aun con sus dolores y tristezas, y que exige de suyo la comunicación, como toda copa que rebosa. Y esta comunicación se erige plenamente en ejercicio estético por la maestría del poeta: “Presiento que se acerca / por caminos de soles derrumbados, /cubierta de cenizas, silenciosa, / preguntándose el porqué de su destino / tan opuesto a la lluvia y a la rosa”.

Quizás el poeta ya presentía su muerte y por eso quiso ofrendar este fruto maduro de su inspiración, pleno de vivencias entrañables. El sentimiento se trasmuta en verso, se metaforiza en luz, se vuelve faro, lámpara y guía. Es que el viaje, si son dos los que andan, tiene un derrotero cierto: “aunque de barro / haya sido nuestro origen, / tenemos por destino el cielo”. Amor crecido con la vida hasta su madurez de otoño: “Y otra vez como místico oficiante / inmolaré mi corazón de amante / en el fuego otoñal de tu mirada”.

Esta alusión al otoño, al igual que la del poniente ya comentada, tiene una doble connotación; por una parte se asocia el final de un ciclo, pero también, por la sugerencia cromática, relaciona con el fuego, con la intensidad del sentimiento. Y con este fuego y esta luz, el tiempo adquiere una nueva dimensión, a favor de las superposiciones temporales, en las que pasado y presente se unen en la evocación emocionada del yo lírico, en la perenne inmediatez del sentimiento.

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