En el pueblo de Piplantri, en la región de Rajastán, en India, cuando una niña nace, las mujeres de la comunidad plantan 111 árboles. Es la forma (fascinante, sorora, heroica) que encontraron para ir en contra de un verdadero flagelo de ese país: el menosprecio a las hijas mujeres, que tradicionalmente significaron un problema económico para las familias que no podían pagar la dote y que hoy a veces llega al infanticidio o el aborto.
“Hermanas de los árboles”, un documental que estrena el próximo jueves por Cine.ar, cuenta cómo Piplantri logró torcer su propia cultura y lograr, en un mismo método, un círculo virtuoso de educación, reforestación y cuidado del agua. Algo que a nosotros nos toca muy de cerca.
No fue quizás casual que tres mendocinos asumieran la tarea de contarle al mundo esta historia: ellos fueron Camila Menéndez y Lucas Peñafort en dirección y Victoria Chales en producción, quienes tuvieron la colaboración de Sintagma Cine, El descanso del oso y Kahini Media (productora asociada en India) para motorizar el proyecto.
En su paso por algunos festivales, enamoró al público no solo por su temática, de ecos tan actuales, sino también por su mensaje de esperanza. Es que lejos del tono apocalíptico que suele teñir este tipo de documentales, “Hermanas de los árboles” es el caso de cómo un grupo de mujeres, en un entorno bastante hostil para el género, pueden cambiar su propia cultura. En el Festival de Málaga (España) fue el Premio del Público 2020 y en DOCSMX (México) tuvo el Premio Especial de la Crítica, entre otros reconocimientos.
Pero hoy hay una misma inquietud: ¿cómo fue que un grupo de amigos realizadores mendocinos se encontraron con una historia que está literalmente al otro lado del mundo? “Es una nota de color, verdaderamente”, dice Chales sobre la idea original. “Lucas tuvo un sueño de que iba a filmar a India, entonces se lo contó a una amiga, que por otro proyecto había estado trabajando por 40 países, y ella le dijo que de todo lo que había visto alrededor del mundo la historia de este pueblo era lo que más le había llamado la atención. Lo googleó, me pasó la página a mí, y quedamos maravillados”. La semilla había germinado.
Pero lo más increíble no fue eso, sino cómo, derribando barreras idiomáticas, lograron contactarse con Shyam Sunder Paliwal, quien creó la iniciativa y, al saber del proyecto, les ofreció alojamiento, comida y traducción, entre otros recursos, para cuando pudieran ir a filmar. “Nosotros compramos por nuestros propios medios el pasaje y nos presentamos durante 2017 a fondos que no salieron en esa instancia, así que gran parte del presupuesto lo pusimos nosotros de nuestros bolsillos”, acota Victoria sobre las dificultades que supuso filmar.
Fueron 60 jornadas de filmación, en las que vivieron en la plantación de árboles. Después viajaron a Bombay, donde subtitularon, ordenaron los crudos y empezaron la posproducción.
El “método Piplantri” lo creó Shyam Sunder Paliwal después de perder a su hija de 16 años. Su iniciativa fue plantar un árbol en su memoria. Entonces no pudo creer que muchas personas decidieran matar a sus hijas por razones económicas, por lo que se convenció de que, en lugar de plantar un árbol en la memoria de alguien, era mejor plantarlo para celebrar la vida. Siendo intendente, convenció a los aldeanos de que el futuro era cultivar árboles, cuidar el agua y educar a las niñas.
Además, en el contexto de Rajastán, rodeado de desierto y yacimientos marmolíferos, esa reforestación cobra un sentido ecologista y de defensa del agua, puesto que los árboles elevan los niveles de las napas a través de sus raíces.
-¿Cómo fue el proceso de producción a nivel artístico? ¿Qué quisieron decir?
-La construcción que nosotros hicimos tuvo la dificultad de que, por supuesto, era una cultura que nos quedaba sumamente lejana, y que se trataba de algo que ni nosotros entendíamos muy bien al principio. La barrera idiomática fue un gran tema a resolver, porque no tuvimos traductor de manera permanente, por lo que eso significó toda una logística aparte. Pero en lo creativo precisamente tratamos de cuidar mucho que las mujeres fueran las protagonistas de la historia. La figura de él es muy carismática y suele ocuparlo todo, por lo que en algún punto a la hora de construir la voz de esas mujeres hubo que armar un tejido de confianza con ellas, porque nunca nadie les preguntó su opinión: no habían contado nunca con sus voces sus propias historias. Entonces el documental está liderado por las voces de estas mujeres y por la construcción coral sobre la historia de un pueblo que con este modelo ha avanzado sobre el matrimonio infantil y el infanticidio de mujeres.
-Otra cuestión que intriga es el choque cultural. Porque ustedes van, cruzan el mundo e intentan contar lo que pasa en una cultura muy distinta a la nuestra. ¿Qué crees que aporta una mirada argentina a un tema como este?
-Una de las cosas que evaluamos a la hora de cruzar el mundo para contar esta historia fue que aquí nosotros también venimos de un desierto, los tres conocemos la minería y los estragos que hacen, los tres conocemos la falta de agua, la imposibilidad de forestar; los tres sabemos lo que es haber convertido esto en un oasis. Y también sabemos, por ser argentinos, lo que es que se mate una mujer todos los días. Entonces son elementos que para nosotros son absolutamente familiares. Lo que nos movilizó mucho es haber visto que en ese lugar, en donde se suman muchos otros elementos incluso más complicados, le habían encontrado una vuelta para cambiar. Para convencer a las empresas mineras para que plantes árboles en las montañas de escombros que dejan. Y en lo que supone esto en materia de género: empoderamiento de mujeres, educación para las niñas, pero también de independencia económica de las mujeres adultas.
-Y además, ustedes parten desde un posicionamiento político y no de esa objetividad que suele buscar un tipo de documentalismo.
-Nosotros no buscamos la objetividad. Hay algo del documental de observación, de buscar que esto ocurra frente a cámara. Creemos que está nuestra mirada allí, que está la puesta en valor de lo que hicieron. Y lo logramos hacer sin el romanticismo de que “todos unidos como hermanos salvaremos el mundo”. Mostramos el hecho con sus limitaciones y con sus enormes beneficios. Creo que el posicionamiento político tiene que ver con poder trasladar conciencia sobre estos temas, que nos parecen tan universales, pero que aquí tuvieron una solución local.
-Aquí queda en evidencia que el feminismo y el ecologismo son luchas sociales que pueden acompañarse, ¿lo crees así?
-Esa es una recepción nuestra, porque en la vida de ellos esto no es ni feminismo ni ambientalismo. Era recuperar el agua. De hecho no es que ellos estén en contra de la minería: de más está decir que gran parte de ese pueblo vive y trabaja en la minera de mármol. Tampoco perciben que salvar a las niñas sea feminismo, esa visión es nuestra. Ahora, sí entiendo que feminismo y ecologismo tienen mucho que brindarse.
Comparto el eje de que a la naturaleza y a la mujer se las entiende como un espacio de dominación, donde el hombre ejerce su poder en detrimento de un otre. Creo que podrían ser aliadas, porque entendiendo que obedecen a un problema estructural. No es un hecho aislado, sino sistémico. Destruimos el medioambiente con un sistema de explotación animal y matamos a las mujeres por un sistema patriarcal, me parece que allí hay un factor común, de explotación, de dominación, pero sobre todo por su carácter estructural.