Gabriel Medina: “Siento como un hermano a alguien que le gusta mi película”

Con “Los paranoicos” (2008) y “La araña vampiro” (2012), el cineasta argentino ha logrado imponer una marca propia. Cuenta por qué no dirige más seguido, reflexiona sobre lo necesario de enfrentarse a la soledad y admite que existen muchos más Luciano Gauna de los que él creía.

Gabriel Medina: “Siento como un hermano a alguien que le gusta mi película”
"Esta es la era por excelencia de los paranoicos", asegura Gabriel Medina (Gentileza)

Entregarse al cine de Gabriel Medina tiene su recompensa. Es hallar las riendas de la realidad, tomarlas y posibilitar que nuestras vidas dejen de estar en función de los demás. Y no porque en sus películas tomemos prestada -al menos por unos minutos- la batalla de sus personajes, sino más bien porque la transformación es como si la hubiésemos realizado nosotros mismos.

“Uno crece, uno evoluciona, así se hace cine”, define el director y guionista de “Los paranoicos” (2008) -disponible en Cine.ar Play- y “La araña vampiro” (2012), dos películas que suelen picar en punta en la charla del cine nacional y que gozan de un status de culto poco habitual. “Pensaba que Gauna [su alter ego de “Los paranoicos”] éramos pocos y, en realidad, éramos un montón”, advierte.

No hace mucho tiempo, el cineasta tenía casi todo listo para encarar la dirección de un tercer largometraje, quizá empujado por ese ideal de ser prolífico, tan exigido por la industria para medir y acumular títulos, antes que el deseo honesto. “Hice todo mal porque estaba confundido. Sufrí mucho. Tal vez no hay que esperar la plata, sino que aparezca de vuelta esa necesidad y ahí filmar”, reflexiona el también escritor de “La tercera orilla” (2014), “Román” (2018) y “De la noche a la mañana” (2019).

Por estos días, Medina anda inmerso en un guion “extremadamente personal, muy íntimo” y ultima una serie de ocho episodios con la intención de dirigirla en 2022. En paralelo, continúa a lo script doctor de guiones surgidos de un taller propio: “La idea era que los alumnos pudieran encontrarse con sí mismos porque es difícil quitar la mirada que juzga todo, la del público, la del profesor, la de los padres, la del propio juicio sobre la realidad. Entonces es importante que ese proceso de creación sea una búsqueda interior. ¿Por qué querés contar lo que querés contar? ¿Para qué?”.

Los paranoicos (2008)
Los paranoicos (2008)

Del otro lado del teléfono, Medina se toma la libertad de ir y volver en su obra, sin la promoción de un estreno que lo apresure. Dice que está frente a un póster de “Tiburón” (Jaws, 1975), una de las primeras películas que vio a los 8 años, cuando era requisito llevar a mamá de acompañante para ver la reposición en el cine Atalaya, en avenida Córdoba y Scalabrini Ortiz. Sin dudas, la travesía spielbergiana para desafiar al monstruo forma parte de la experiencia recogida y desarrollada en sus dos filmes.

En “Los paranoicos” tenemos a Luciano Gauna (Daniel Hendler), un treintañero que siempre anda escribiendo un guion, pero que pasa más tiempo disfrazado en fiestas infantiles para ganarse unos mangos. Su única libertad se activa en la oscuridad, donde baila de manera hipnótica el rock de Todos tus muertos. Nadie parece registrar su personalidad, excepto el canchero y provocador Manuel (Walter Jakob), un amigo recién llegado de España con su novia Sofía (Jazmín Stuart) y también productor de una serie cuyo protagonista calca cada rasgo de Gauna.

Mientras Gauna enfrenta sus fobias infundadas y el acecho constante de su compañero, el Jerónimo (Martín Piroyansky) de “La araña vampiro” debe adentrarse en las sierras de Córdoba, bajo la guía y la compañía del inestable Ruiz (Jorge Sesán), para encontrar la criatura que le da título a la historia: una que es capaz tanto de matarlo como salvarle la vida.

La araña vampiro (2012)
La araña vampiro (2012)

Medina filma con una belleza pocas veces ejecutada con tanta honestidad: primeros planos magnéticos, un puntilloso trabajo de sonido -a la par de la mejor curaduría de rock- y una fotografía, cortesía de su socio Lucio Bonelli, que convierte a las espejadas cuevas de Gauna y Jerónimo en escenarios icónicos. Junto al guionista Nicolás Gueilburt, el director moldea la improvisación (“quiero que el espectador esté cerca de lo que sienten los personajes”), afina las aristas de sus actores a lo John Cassavetes y consigue traducir en imágenes lo que John Fante plasmaba en palabras.

Si bien defiende la experiencia cinematográfica en la sala, Medina es consciente de que la gente, más temprano que tarde, verá la película en una pantalla hogareña. Como pasó con los trasnochados que descubrieron sus largometrajes en I.Sat o aquellos que los consiguieron digitalizados en la bahía del torrent. Frente a la pérdida de la contemplación, Medina confía en el cambio cultural, en el impulso a la educación audiovisual y en la importancia de saber leer las imágenes: “No hay nada más hermoso que sentirse libre, descreer de todo”.

—¿Qué sentís cuando una película que gira hace 13 años significa tanto para el público?

—Lo que últimamente siento es que me ratifica el rumbo. Yo no busqué éxito con “Los paranoicos”. Simplemente sentía la necesidad de hacer una película que hasta ese momento no había visto en el cine. Y deseaba hacer una película para mí y para mis amigos. Todo es producto de una honestidad brutal. Nunca imaginé que a “Los paranoicos” le iba a ir cómo le fue, sobre todo en el circuito de festivales. Ni tampoco después la trascendencia que hasta hoy tiene.

A mí me hace reafirmar que si tengo que volver a filmar una película, debe ser algo como me surgió “Los paranoicos”. Me cuesta creérmela, no sé si me juega a favor o en contra. Me considero una suerte de médium, que fui atravesado por un montón de circunstancias. Hay algo que tiene que ver con cierta pregunta existencial, cierta movilización espiritual en mí que hizo que eso siga vivo. Cuando la filmaba, la pensaba, la escribía, la terminaba, la editaba, siempre era consciente de ser fiel a lo que quería contar, a lo que quería transmitir. Respetar esa movilización interior que uno siente al querer transmitir algo.

—¿Por qué no tenemos más seguido películas de Gabriel Medina?

—Durante mucho tiempo pensé que tenía que volver a filmar, pero mi cabeza, mi espíritu… Me sentía muy confundido. No entendía si tenía que filmar porque se me pasaba la hora. Después me di cuenta que el tiempo no existe. En mi caso, encarar una batalla con la realidad para hacer una película solo puede estar sostenido por un acto de fe, de amor, de necesidad, por esa energía que surge de adentro. Iba a encarar una tercera película pero hice todo mal porque estaba confundido. Sufrí mucho. Tal vez no hay que esperar la plata, sino que aparezca de vuelta esa necesidad y ahí filmar.

Daniel Hendler en "Los paranoicos" (2008)
Daniel Hendler en "Los paranoicos" (2008)

—Con el confinamiento, esa necesidad de enfrentarnos a la soledad, a nuestros temores, hizo volver a reflejarnos en ese Gauna…

—En la pandemia resurgieron las dos películas por una cuestión de necesidad de la gente. De alguna manera se terminaron los estrenos. El concepto de lo nuevo, de lo viejo... Y la gente se puso a ver cine. Ahora hay tantos cines para ver que ya no sé qué es lo nuevo y qué es lo viejo.

Cuando a alguien le gusta la película, siento que no estoy tan solo. Es como si alguien me dijera que también ve el mundo como lo veo yo. Como una hermandad. Siento como un hermano a alguien que le gusta mi película. En el fondo siento que compartimos algo de lo lindo y de lo feo de estar vivo. Pero sobre todo lo lindo, lo luminoso. La posibilidad de cambio. Siento: “ah, ¿vos también?”. Lo que yo hago con el cine es compartir algo que experimenté y transmitirlo. Cuando alguien lo recibe, es porque coincide, se ve identificado y ha experimentado lo mismo. Yo pensaba que Gauna éramos pocos y, en realidad, éramos un montón.

—En tus películas existe esa magia de mirar lo cotidiano, de tomarle valor a lo pequeño, al encendedor, el mono, el sillón, el vino, la consola... ¿Cómo se hace en la vida?

—Soy una persona muy curiosa desde chiquito; que siempre está cuestionando la realidad, que es relativa. Siempre estoy en una búsqueda. No soy una persona conformista que crea en una verdad absoluta en este plano. La verdad puede ser una flor y ahí puede estar la maravilla. Pero eso es nada sin la experiencia de la contemplación: es como una película sin el espectador. Hay que aprender a mirar. A mí me emociona una flor, una hormiguita que camina, me fijo en las pequeñas cosas y me gusta mucho el mundo cotidiano, lo particular.

Quizá sea esa personalidad introspectiva, de ser un hijo de los 90, que compartimos el encierro, el aburrimiento, el agobio. No teníamos todavía el entretenimiento de hoy que anula la contemplación, como son los teléfonos y las redes sociales. Tuve la suerte de vivir en un mundo donde no existía la posibilidad de estar en contacto con otra persona todo el tiempo. Te enfrentabas más a la soledad. Hoy es más difícil, pero enfrentarse a la soledad es sumamente necesario. No creo en ningún tipo de cambio colectivo, social, a nivel humanidad, si no hay primero un cambio interno en el ser humano. Esa mirada interior hace que veas al mundo de otra manera. Y tal vez le prestes atención a pequeños detalles.

—¿Por qué nos cuenta tanto la soledad? Lo traslado a ir al cine solo, por ejemplo.

—Uno tiene que enfrentar la soledad y enfrentarse a las tinieblas, a uno mismo. “Los paranoicos” habla de un personaje que está en ese proceso. Se da cuenta que lo único que tiene que hacer es dar el paso para concretar su deseo. Por eso siento a tanta gente identificada. Evidentemente no era el único pasando por esa enfermedad del miedo. Hoy estamos más encerrados que nunca y dominados por un discurso absolutista del terror y del control. Esta es la era por excelencia de los paranoicos.

Hay que aprender a enfrentarse a la soledad, sino vivís anestesiado esperando que alguien te entretenga con un sonajero. Eso pasa hoy. Basta mirar alrededor.

Uno se enfrenta en la soledad a un dilema existencial y a vos mismo. Es necesario para aprender a discernir entre los pensamientos y la mente y lo que realmente sos vos. Uno tiene que convivir con lo misterioso. Si no siento que mi película vaya a participar de ese movimiento, no salgo a la cancha. Lo que me ayudó a crecer siempre fue la introspección y el placer de estudiar, leer, saber, escuchar a gente que sabía más que yo. Y sobre todo experimentar. Vos podés ser un disco rígido, pero si no experimentás, no aprendés.

"Siempre siento como que me querés decir una cosa y no me la terminás de decir" (Los paranoicos, 2008)
"Siempre siento como que me querés decir una cosa y no me la terminás de decir" (Los paranoicos, 2008)

—La directora Clarisa Navas dijo que en la idea de “vivir del cine” hay lugares de frustración muy fuertes y que te llevan a hacer un cine menos libre. ¿Coincidís?

—Esta cuestión de que tenés que vivir y trabajar de lo que te gusta es difícil de sostener y puede generar mucha frustración. Uno tiene que ser feliz todos los días y ganarse el dinero de manera digna y honesta y de la manera que te haga más feliz. Eso te da libertad.

Conozco a muchos productores y directores que han vivido exclusivamente haciendo sus películas y no los critico por eso. Está buenísimo. Me encantaría tener una idea y filmar cada dos años. Pero no me gustaría depender de que si no hago una película, no como. Una película tiene que madurar. Estaría buenísimo el Hollywood de los 50 donde pudiera rechazar 50 guiones y elegir uno y hacerme cargo de ese guion.

Tuve muchas oportunidades de filmar después de “Los paranoicos”, pero me iba frustrando. No puedo ir a filmar si no lo disfruto, si no puedo convencer que alguien ponga la plata. El cine que me sale hoy es el que hice y supongo que el que vendrá será una evolución. Lo mejor que puedo dar todavía no llegó. Tal vez sean películas por fuera del sistema o tal vez ganen el premio Óscar. Hablaría mal, porque ganar ahora el Óscar sería que algo está fallando (risas).

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