Ver una película de Fernando Salem es una experiencia transformadora. Indagás en tu historia personal, allanás el camino para canalizar lo que te aqueja o, simplemente, te llevás la sonrisa que no sabías que necesitabas. Al apagarse el proyector (o cerrar el reproductor en la era del confinamiento), seguramente no vas a ser el mismo. Más allá de su personalísimo estilo para hacer cine, la obra del director argentino simboliza un cálido abrazo tanto para el espectador que puede asumirse como protagonista, como para aquel que se siente un extra en su propia vida.
Así se lo hicieron saber las más de 2 mil personas que el fin de semana pasado vieron “Cómo funcionan casi todas las cosas” (2015), la ópera prima de Salem. Disponible por 24 horas en el ciclo de streaming del Malba, fue la excusa perfecta para evocar el encanto del estreno como terapia colectiva en las redes sociales. Y si bien podría ser un fenómeno más del mundillo virtual, también es la consolidación de una de las rutas a seguir por el cine nacional, una que sea “popular y profunda” a la vez, como medita el director en esta entrevista con Los Andes.
Cómo sobrevivir en el desierto
Es extraño encontrar quieto a Fernando Salem. Cuando no está inmerso en algún proyecto, la agenda lo encuentra promocionando alguno de sus trabajos. Sin ir más lejos, aquel sábado, hizo una transmisión en vivo por Instagram, donde agradeció los mensajes recibidos por “Cómo funcionan…” y contestó cada pregunta digna de otra enciclopedia para sobrevivir en el desierto. O a la pandemia, por qué no.
Es una labor que la tiene aceitada. En la vieja normalidad, era común que visitara el cine del Abasto un sábado a las 22. Salem es de los que se rehúsa a quedarse en el sillón de casa y pedirle a la gente, tanto la más erudita como la que ahorró cada centavo para ver la última de Marvel, que su salida al cine sea una cruzada heroica para salvar una semana más en cartelera. Prefiere dialogar con los espectadores, observar cómo reaccionan al punto de giro en la narración y tomar nota para la siguiente ocasión que lo encuentre detrás de cámaras.
“Si bien el pedido de ir al cine es válido, también lo es ponerse en el lugar del público que tiene ganas de ver una película que lo conmueva y no cumplir con un mandato de apoyo. Debería ver la película porque le gusta y le va a dedicar 90 minutos a una experiencia”, reflexiona el cineasta.
Sin gozar del tour por festivales europeos ni colmar de laureles sus afiches, la estrategia le ha dado resultado. En 2016, “Cómo funcionan…” superó los 12 mil espectadores tras 14 meses de proyección en el Malba, mientras que su segundo largometraje, “La muerte no existe y el amor tampoco”, estrenado en enero de este año, alcanzó los 16 mil. Una auténtica revelación para el circuito independiente nacional.
“Es como parir un hijo y no estar atento a los primeros pasos. Me encanta que el boletero me conozca, que el que corte tickets me diga ‘che, venimos bien hoy, metimos un montón de gente’. Hablo con el proyectorista del Gaumont y me da cinco minutos para hablar. Y el público lo agradece. Se trata de humanizar la tarea de quien hizo una película, dejar de pensar que es alguien que está en un limbo ajeno a lo terrenal”, explica Salem.
Experiencia persuasiva le sobra. Antes de elegir la realización audiovisual como vocación y oficio, estudió Comunicación Social. Pero Fernando no viene de una familia de artistas o predestinada a lo cultural. “Tengo la misma fuerza de trabajo que cuando laburaba en un supermercado chino o repartía revistas de Cablevisión en mi barrio”, advierte, al evaluar que un producto cultural no es diferente a otro emprendimiento. “Solo que cualquier emprendimiento me daría guita y esto no”, admite entre risas.
Cómo superar las adversidades
En el cine de Salem prima la melancolía, el desarraigo y la búsqueda de la identidad. “¿Qué raíces vas a echar si acá nada crece?”, se oye en “Cómo funcionan…”, donde una joven llamada Celina (Verónica Gerez) pierde a su papá y atraviesa el desierto de San Juan con unas enciclopedias para vender, juntar plata y reunirse con su mamá.
Y esta relectura de la muerte, que no es un final sino una segunda oportunidad, adquiere madurez en “La muerte no existe y el amor tampoco”. En la película inspirada en la novela “Agosto”, de Romina Paula, Emilia (Antonella Saldicco) regresa de Buenos Aires a su natal Santa Cruz para despedir las cenizas de su amiga Andrea (Justina Bustos), lo que la lleva a reencontrarse con esa vida que no fue, encarnada en Julián (Agustín Sullivan), su primer amor.
Pero el director no se queda en la nostalgia ni tampoco en los clichés de “la vuelta al pueblo”. Tampoco malgasta tiempo en la soberbia filosófica. En ambos filmes alivia la carga dramática con algunos absurdos a lo Paul Thomas Anderson en “Punch-Drunk Love” (2002) o emparentados al ejercicio sociocultural de Martín Rejtman en “Silvia Prieto” (1999) o “Los guantes mágicos” (2003).
Equipo que gana no se toca: los dos guiones llevan la firma de Salem y Esteban Garelli, así como la preciosa fotografía de Georgina Pretto y el sonido a cargo de Juan Bernardis (en la segunda película, potenciado por la música de Santiago Motorizado). Amén de actrices maravillosas, como Pilar Gamboa, Marilú Marini y Miriam Odorico en “Cómo funcionan…” o la enorme Susana Pampín en “La muerte no existe…”.
Por estas semanas, Salem esboza un guion sobre una historia de amor. Lo imagina anclado espacialmente a Malvinas, donde ya estuvo para grabar el documental “La ola sin fronteras” (2019), disponible para ver en Vimeo. Pero el cocreador de Zamba no está apurado: “Es importante que uno tenga algo para decir”.
- Tu cine es uno de los tantos ejemplos para enarbolar cada vez que se critica, de manera muy superficial, la producción nacional.
- Hay algo que se conoce como formación de audiencias. Yo me crié en una familia de clase media. No teníamos mucha guita. Ir al cine era que mi abuela me llevara a ver las películas de Olmedo y Porcel o los grandes tanques. Uno acostumbra el ojo y el ritmo narrativo a determinados estímulos o historias. Y después esa película que no calza con esa formación, produce un pequeño divorcio entre la expectativa de la audiencia y lo que vos como realizador querés decir o tenés ganas de contar. Yo creo, como Leonardo Favio, Lucho Bender, Eduardo Mignogna o Bruno Stagnaro, que podés llegar a contar historias que sean universales. El desafío está en no necesariamente cumplir la expectativa de hacer cine-arte sino pensar en el cine como dispositivo masivo. Después hay películas que no son para el público masivo e igualmente son grandes películas y encuentran su circuito. No me parece un mal camino pensar, como Favio, en un cine popular y que, al mismo tiempo, sea profundo. Es un lindo intento o camino a seguir.
- ¿Qué patrones reconocés en tu cine?
- Hay algo de melancolía, de que los personajes están un poco a la intemperie, desamparados, sin terminar de creer en nada, pero al mismo tiempo necesitando un dios, un amparo, un refugio de ese tipo, buscando respuestas sobre la muerte y el amor. Me gustaría que me saliera una complicidad con el espectador en términos de no subestimarlo, de no darle todas las escenas cerradas y completas. Un espectador activo que saque sus propias conclusiones. Que la película te deje pensando en tu propia vida, en tus decisiones, sin convertirse en una cosa solemne y filosófica. A mí eso es lo que me gusta del cine, que una película me deje movilizado y haya vivido una experiencia. Sentir que me pasó algo en el cine que en el orden de mi vida normal no me pasa. Vamos al cine a comprar experiencias prestadas que queremos incorporar en nuestras vidas.
- Y como se extraña el cine ahora, ¿no?
- Sí, la verdad que sí. Puedo ver la película en cualquier lado, pero sí es cierto que se extraña ir al cine y compartir con la gente. Se hace una especie de sincronía. Nos une de una forma muy especial.
- ¿Te costó construir el vínculo entre las dos amigas de “La muerte no existe…”?
- Me sentí absolutamente analfabeto con el vínculo de amistad entre mujeres. Fue delegarlo completamente. Fui a un colegio de curas, todos varones, a pesar de que me crié en mi casa con mis dos hermanas y mi mamá. Para mí era más fácil ver un astronauta. Lo que hice fue pedirles a ellas [Saldicco y Bustos] que construyan ese vínculo, que lo laburen en base a sus experiencias personales y que lo propongan. Muchas veces dirigir es no decirle a los demás lo que tienen que hacer, sino asumir las limitaciones y crear las condiciones para que el resto haga lo mejor que sabe hacer.
- Cuando leías “Agosto”, ¿te sentiste identificado con alguna situación que hayas vivido?
- El libro tiene un humor, una sordidez y una neurosis con las que me sentí muy identificado. Romina Paula tiene una forma de escribir muy generosa. Me reconozco como una persona que quizá no termina los vínculos y los revisita todo el tiempo. Volver a ese bar y asistir a ese encuentro que ya no es o volver a la casa vacía donde te criaste, nos pone en un lugar de fantasmas. Es presenciar algo que ya no está. Es duro y triste eso de no poder frenar el tiempo. No está mal, en caso de que existiera una vida posterior, ir entrenando esa posibilidad porque vamos a estar más tiempo como fantasmas que personas.
- En tus películas, la muerte siempre es una nueva oportunidad, no finita y triste.
- Hay muertes que aparecen al principio: una sucede en los primeros minutos y la otra ya estaba. Tiene que ver con la muerte de mi viejo a los 42 años, cuando yo tenía 15. En esa adolescencia, me estaba formando como hombre y me transformó. Por un lado, es una tristeza terrible porque es una pérdida muy fuerte; pero también es matar al padre literalmente. Ya no tenés esa figura que no te aconseja y tampoco te va a exigir. Hay algo en relación a lo doloroso y la posibilidad a la que se accede a través de un trauma. Tiene que ver con qué podemos hacer con ese dolor, no con una cuestión de capacidad, sino si ese dolor se transforma en algo. Me resulta interesante ver estas transformaciones.
- ¿Tenés una pregunta favorita de “Cómo funcionan…”?
- Yo pregunto mucho a la gente si es feliz. Y nunca respondés que sí. Tenés miedo, porque es raro que te encuentren siendo feliz. Hay como un mandato de ser felices, pero no necesariamente la vida es feliz todo el tiempo. No sé si somos capaces de hacer tanto, de gobernarnos, ser felices, reproducirnos... Es mucho. Me parece que somos mamíferos que andamos sueltos y que por suerte no nos andamos matando tanto. Nunca dejo de vernos como bichos sofisticados que pueden ser muy buenos, pero también terribles. Somos capaces de hacer los crímenes más espantosos y, al mismo tiempo, sacar la sinfonía más bella con las mismas manos.
- Al final todos vamos a morir y tenemos que hacer algo...
- Esa escena [N. de la R. es un diálogo entre Celina y su pareja en “Cómo funcionan…”] nació en una charla con mi hermana mayor. Era muy chiquito, tenía 5 años. Estaba en la cama de arriba y le pregunté. Fue la vez que me di cuenta que nos vamos a morir. Y ella me dijo que falta mucho. Yo le contesté que si bajo y me pisa un colectivo, me muero y soy chiquito. Y no me lo pudo responder, se quedó callada.
- Otra escena icónica es la del monólogo del personaje de Pilar Gamboa sobre los extras, ¿cómo se te ocurrió? Pasás de la risa a la lágrima en pocos segundos.
- Cuando tengo la posibilidad de trabajar con extras, los trato como cualquier actor o actriz porque sé perfectamente que en muchos existe esa vocación y quizá a veces se los ningunea. Me parece que tiene que ver con el sistema, con que de repente hay alguien que sobresale y todos los demás estamos en una masa amorfa de extras que no tenemos sentimientos, que no tenemos cara, que estamos de adorno. Si vos caminás por la calle, todos piensan que son el protagonista y que vos sos un extra en la vida de los demás. Tiene que ver con la empatía.
- En tu vivo de Instagram dijiste que la enciclopedia de nuestra vida está siempre incompleta, como que nadie tiene la respuesta perfecta.
- Todos cursamos un desierto de alguna forma, con una enciclopedia bajo el brazo. Las enciclopedias no sirven para nada. Todas están incompletas. La religión, la astrología, el psicoanálisis, los mandatos… Son pequeñas reglas que nos ayudan a vivir una vida que no es otra cosa más que cruzar un desierto. Y cada uno se abraza a su librito. Por más enciclopedias que leamos, qué pasa cuando te morís y cómo se ama son dos agujeros negros que no tienen respuesta.
“Cómo funcionan casi todas las cosas” volverá a Cine.ar y Flow en noviembre, mientras que “La muerte no existe y el amor tampoco” está disponible para ver en Flow.