En la nueva película de Guillermo del Toro no hay monstruos; o, mejor dicho, los monstruos pasan a ser los propios seres humanos, quienes dan rienda suelta a sus impulsos y emociones más oscuras en esta cinta, que estrena hoy en los cines del país.
Hablamos de “El callejón de las almas perdidas” (“Nightmare Alley”), basado en el libro homónimo (en inglés) de William Lindsay Gresham, publicado en 1946. A Del Toro, ganador del Oscar por “La forma del agua” y cineasta de culto por las inefables criaturas que ha llevado a la pantalla, le gustó que la novela se moviera todo el tiempo en un terreno onírico, donde lo real y lo ilusorio conviven en similares dosis.
Stanton Carlisle es un empleado de feria ambicioso, con un talento especial para manipular a la gente con sólo unas pocas palabras. Se vuelve estafador, por supuesto. Pero un día se unirá con la doctora Lilith Ritter, una psiquiatra que resulta incluso más peligrosa que él.
Así está planteada la sinopsis. Para ambientar esta historia, protagonizada por Cate Blanchett, Rooney Mara, Bradley Cooper y Toni Collette, del Toro acude al tugurioso y nebuloso mundo de las ferias ambulantes de los ‘30 y ‘40, lo que le permite diseñar a su vez el otro propósito del proyecto: esbozar una carta de amor al filme noir, ese género que mezclaba lo suburbano, la violencia, la corrupción y el relato policial, y que tuvo su edad de oro también por esas décadas.
“Es una película que habla de cosas que vivimos diariamente, la angustia, esa ansiedad que tenemos por perderlo todo, por algún desastre ecológico, sociológico, personal. Esta línea borrosa entre la verdad y la mentira, el populismo que miente y nos gusta que nos mientan”, se explayaba en dicha entrevista a Infobae.
Es Blanchett la que personifica a la “femme fatale” de la historia y trae así al siglo XXI uno de los elementos característicos del “noir”. Guillermo del Toro la eligió porque le recordaba, por su esbelta presencia, el poder que estrellas como Bette Davis y Joan Crawford insuflaban en la pantalla.
A nivel estético, el director de “El laberinto del fauno” y “La cumbre escarlata” introdujo el elemento fantástico en el tratamiento de las atmósferas, con opacidades, claroscuros y nieblas que no nos dejan ver claramente lo que sucede.
Después de su estreno en Estados Unidos y decepcionante debut en la taquilla, Guillermo del Toro evitó ser alarmista: “La escala más cinematográfica de una película la da la ambición de las imágenes, la ambición de la temática, el tamaño de la ambición de la película, no el tamaño de la pantalla”, dijo con una tangencial respuesta al avance de las plataformas de streaming.
Se entiende su ecuanimidad, pues pronto estrenará su versión de “Pinocho” para Netflix (será su primera película original para este servicio y podría llegar en diciembre de este año) y prepara otra película basada en el universo de Lovecraft.
Quien fue más tajante, tal cual es su costumbre, fue Martin Scorsese, un acérrimo defensor de la experiencia cinematográfica en la sala de cine y detractor de los que miran grandes películas en pequeñas pantallas. Se hacía eco de los fracasos en taquilla que vienen teniendo algunos célebres directores, quienes persisten en una industria que solo ve redituables películas de superhéroes o infantiles: el caso paradigmático fue Steven Spielberg y su versión de “West Side Story”.
“Si decidiste archivar ‘El callejón de las almas perdidas’ como cine negro u otra categoría, te pido que lo pienses mejor -escribió el director de ‘El irlandés’ en Los Angeles Times-. Y si decidiste pasar de ella, por el motivo que sea, por favor, reconsidéralo. En esencia lo que quiero decir es que un cineasta como Guillermo, que nos da películas creadas con tanto amor y pasión, no sólo necesita nuestro apoyo: lo merece”.
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“Licorice Pizza”: La nueva película del siempre sorprendente Paul Thomas Anderson, que esta vez se mete en la historia de los estudiantes Alana Kane (Alana Haim) y Gary Valentine (Cooper Hoffman), mientras crecen, exploran y atraviesan el camino del primer amor en el Valle de San Fernando en 1973. Gary sueña con conquistar el amor de Alana, aunque ella sea unos años mayor. Todo cambiará cuando, a raíz de tener un aplaudido papel en el teatro, se convierta en un actor famoso. Su vida parece fácil, pero tiene que hacer lo imposible para llevar una vida equilibrada entre la fama y la vida de niño normal que no quiere abandonar.