Hace apenas cinco años, en 2017, llegó a la pantalla grande un prodigio visual, con buenas actuaciones y un guion simplón y esquemático que se ceñía demasiado literalmente a los guiños propios del género. Eso sucedió con la transposición de “Asesinato en el Orient Express”, un clásico de la escritora británica de misterio Agatha Christie, que Kenneth Branagh se puso al hombro como actor y director. La película no complació demasiado a la crítica, ni a las taquillas, al momento del estreno; pero cuando pasó a las plataformas comenzó a instalarse con comodidad como un amable producto del mainstream para pasar un rato entretenido.
Ahora, cuando hace apenas unas horas el británico recibió las cinco nominaciones por su película “Belfast” para los premios Oscar, se estrena en las salas mendocinas otro intento de Branagh por ahondar en los vericuetos del suspenso elegante y climático de Christie. Esta vez la película es “Muerte en el Nilo”; que ya tuvo también una versión anterior en el ‘78.
El resultado no es muy diferente a “Asesinato en el Orient Express” respecto a la búsqueda cinematográfica: Branagh no pretende volver a este film una obra única que capture el universo del suspense de la novela, sino convertirla en una entretenida aventura en barco que funciona, y bien.
La trama nos instala en las vacaciones del célebre investigador belga Hércules Poirot. El hombre, un bacanazo de aquellos, decide pasar sus días de ocio en un elegantísimo barco que va rumbo a Egipto. Pero, claro, así como en el Orient Express los pasajeros tienen sus misterios en esta embarcación de lujo.
Por eso el placer se vuelve trabajo minucioso para Poirot cuando tiene que buscar a un asesino, mientras una pareja enamorada ve interrumpida de forma violenta su luna de miel a bordo.
A diferencia de “Asesinato en el Orient Express”, que transcurría casi en su totalidad en el ambiente cerrado del tren en movimiento, “Muerte en el Nilo” se despliega en la belleza de los paisajes desérticos y arenosos de las pirámides de Giza y el exotismo del Egipto de principios del siglo XX.
Así, el menú de esta película es gustoso para transitar: escenarios deliciosos, un diseño de puesta y vestuario bañado en satín y terciopelo glamoroso, pasión, intriga y celos desenfrenados.
En los roles protagónicos se lucen nombres altísimos del mainstream estadounidense; como Gal Gadot, Armie Hammer o Annette Bening (gran actriz que podría haber pesado más en esta cinta). Además, el propio Branagh que se vuelve a probar el traje de Poirot. Es difícil comparar su composición de personaje con otras tan poderosas como la de Peter Ustinov (en el 78), Albert Finney (en el ‘74) o el increíble David Suchet de la serie televisiva “Poirot”. Pero Branagh es un intérprete de fuste y sabe cómo impregnar gestualidades a esta criatura que ya encarnó para las dos versiones cinematográficas (colabora también en su trabajo actoral la retrospectiva sobre la vida del personaje a la que se juega la película).
Y aunque la acecha el fantasma de la anterior y la gran versión cinematográfica de 1978 que protagonizó Ustinov junto a tremendos artistas (Bette Davis, Mia Farrow, David Niven, Angela Langsbury y Maggie Smith), esta nueva mirada de Branagh sobre la novela “Muerte en el Nilo” tiene lo necesario para animar a todas las plateas que gustan del cine bien visual.