Enrique Lanak Miller y su amistad con Juan Draghi Lucero

Enrique Miller vino a Argentina y en 1910 se radicó en Mendoza donde trabajó como ingeniero en el aprovechamiento de los ríos Atuel y Diamante. Fue quien le enseñó a Draghi muchos de los secretos del campo y el paisaje. Fue también escritor y ensayista.

Enrique Lanak Miller y su amistad con Juan Draghi Lucero
Actual plaza de Real del Padre, localidad donde se afincó Enrique Miller para dejar su impronta ensayística y literaria.

“Estos huesos dejaré en Real del Padre /que los planten en algún rincón/ donde azoten los solazos de verano y en invierno/ sople el ventarrón”. Enrique Miller

¿Quién fue este Ingeniero, escritor, poeta y compositor de música nativa, que compartió con Juan Draghi Lucero la pasión por la apicultura?

Ante todo, debo reconocer mi deuda con Omar Alonso Camacho, profesor de historia y apasionado estudioso del pasado mendocino, en especial de la zona sur, su Real del Padre natal, quien me suministró los datos sobre este personaje que transcribo a continuación (parte de ellos figuran en notas aparecidas en el diario Los Andes).

Miller nació en Chicago, EEUU, el 10 de diciembre de 1881. Sus padres fueron Juan Alberto Miller y Ana Josefa Brown, pero puesto que los perdió a temprana edad fue educado por su abuela materna. Estudió en la ciudad de Scranton (Pensilvania) donde se recibió de ingeniero civil. Por razones que desconocemos se trasladó a la Argentina en 1904. En nuestro país trabajó como ingeniero en distintas empresas ferroviarias y en 1910 se radicó en la ciudad de Mendoza donde trabajó con Carlos Wauters para hacer los estudios del aprovechamiento de los ríos Atuel y Diamante.

Al finalizar dicha labor fue designado por el gobernador Rufino Ortega en la sección de Arquitectura y luego en la sección de Puentes y Caminos, lugar donde conoció a don Draghi Lucero con quien iniciará una amistad de por vida. Amistad que creció en las largas marchas a Costa de Araujo en una chatita tirada por caballos donde se encontraban las colmenas de Miller. Draghi Lucero contaba años después que en el trayecto a Lavalle, Miller lo fue enseñando todos los secretos de las abejas y la miel, a tal punto que el mismo que el mismo Draghi Lucero lo llegó a considerar “un pionero de la apicultura científica” en la región. El esmero y la calidad de su producción quedaron ratificadas luego en las distintas exposiciones nacionales donde E. Miller ganó diversos premios (Córdoba, 1925; Rosario y Buenos Aires (1928).

De esa amistad con Draghi Lucero da testimonio la carta que Rosa Guaycochea de Onofri transcribe parcialmente en nota aparecida el 25/11/21 en diario Los Andes, en la que se lee la admiración del mendocino por quien supo acriollarse de tal manera que él mismo cortaba la leña, amasaba su pan, caldeaba el horno y luego tomaba uso mates “en familia con el bíblico pan recién sacado del horno” (Draghi en Guaycochea de Onofri, 25/11/21).Al quedar cesante en su cargo, Miller se radicó en Real del Padre, donde compró una pequeña finca, construyó una vivienda e instaló las colmenas traídas de Costa de Araujo.

Allí continuó con esta actividad y se dedicó a la música y a la escritura de cuentos y poesías, en su mayoría con un fuerte sentido regionalista. “Sus canciones para piano estaban dedicadas a las montañas, a los ríos, a las plantaciones, al campo salvaje, a todo lo argentino”, escribió su hijo Carlos y luego lo reafirmó Draghi Lucero: “Algo que resultará novedoso para los que no lo conocieron era su fuerte y sostenido sentido de la argentinidad… lo atestiguan sus músicas, letras, cuentos, narraciones… su apego a la Argentina era casi extremo”.

También escribió novelas con un marcado sentido local; la mayoría de ellas, según su hijo Carlos (citado por Alonso Camacho), no se publicaron. Entre otras nombra las siguientes: A lo largo del terraplén, Las cuadrillas de los rayadores, El hijo del país. Entre los ensayos se encuentra uno muy significativo: “La diferencia entre la abeja y las mosca” donde compara el esfuerzo y los valores que se pueden extraer de la abeja frente a la segunda.

”En 1916, la revista porteña Fray Mocho le dio el primer premio por haber escrito el mejor guion de película entre ciento setenta y siete participantes. Luego el director Calatayud utilizó su trabajo para filmar la película muda La última Langosta, sin nombrar al verdadero autor de su argumento” (Alonso Camacho: “Enrique Miller: Un mendocino y el cine de 1916″, en Diario Los Andes, 15 de marzo de 1992).

Falleció el 13 de febrero de 1949. Sus restos descansan en el cementerio local, respetando un viejo deseo del poeta de ser enterrado en la tierra que finalmente lo cobijó durante veintisiete años, según expresa la composición colocada como epígrafe.

Cinco cantos cuyanos (1934) constituye la única obra publicado por Miller. Este volumen poético contiene en rigor seis textos: una “Apología” que oficia de introducción o epígrafe, con citas de Shakespeare y Calderón de la Barca y cinco poemas relativamente extensos (las “cinco canciones” aludidas en el título), en las que prevalece la actitud lírica, que evoca aspectos diversos de la vida comarcana y en los que expresa su profunda compenetración con el entorno: “Paraíso de Cuyo / mi corazón es tuyo” (5).

Aparecen en sus versos visiones típicas del sur mendocino: ante todo, la cordillera enmarcando el paisaje hacia el oeste; luego la flora típica (cortaderas, totora en la orilla del río…) y sobre todo, las aves de la región: gallaretas y garzas presentes a través de imágenes sencillas. El río es presencia axial, que permite articular naturaleza y trabajo, y se visibiliza través del “plácido gemir” de sus aguas que permiten “soñar con un dulce porvenir” (10).

Este que Miller contempla y canta es asimismo un paisaje historizado, que “cuenta una historia”; así por ejemplo, el poema “Atuel”, cuya contemplación permite al poeta evocar la evolución del territorio luego de la conquista “pacífica” (la de los agricultores y colonos), consolidada la paz del territorio en la “brava frontera”: “Corren los años y corren canales, / y en el desierto brotaron parrales” (11). La presencia del progreso se marca a través de la antítesis dada por la mención de “carretas” y “locomotora” como medios de transporte que atraviesan el mismo entorno en etapas distintas de su evolución histórica. Así, a pesar de la sencillez y el despojamiento de la expresión se logra transmitir cabalmente la emoción del hablante lírico.

Es también un paisaje “humanizado”: la figura humana evocada, además de la del colono, es la del “Rastreador” y en ella parece flotar un hálito sarmientino a través del encomio de su destreza, capaz de descifrar “la misteriosa lengua del sendero / que ningún pueblero / puede interpretar” (14) y las virtudes (“saber, paciencia”) de este “gaucho, baqueano y rastreador” (14).

Valga este sencillo recuerdo para un mendocino por adopción que llegó a amar tanto la tierra que lo recibió generosa.

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