Desde que “Emily in Paris” llegó a Netflix, el 2 de octubre, no ha bajado del top 10 de los contenidos más vistos en el mundo. Amada, odiada, discutida, y sin dudas polémica, esta serie de diez episodios ha hecho soñar a millones de usuarios con la Torre Eiffel y el “pain au chocolat”.
Es la historia de Emily (Lily Collins, la hija de Phil), una ejecutiva junior de marketing que vive en Chicago, y que un día -por esas magias de los guionistas- es destinada a un trabajo soñado en París, que consiste en manejar las redes sociales de una exclusiva agencia de publicidad. A lo largo de esta experiencia, que en principio dura un año, tiene varios romances, se hace amiga de gente rica y se convierte en una influencer.
El éxito viene dado, desde un principio, porque cuenta el sueño de muchos millennials: facturar a través de las redes y viajar. Y ahora, cuando un avión es casi una mitología, gana todavía más fuerza. Llegó en el momento justo.
Pero si ha logrado tanta popularidad de repente es también por el buen marketing que la precede: especialmente esa muletilla de quienes la llaman “la nueva ‘Sex & the City’”. Fue el gancho para que generaciones más grandes se acercaran a estos breves episodios (que sí, tendrán una segunda temporada), aunque hay algo de realidad también.
De Carrie a Emily
Hay muchos puntos de contacto entre la serie emitida entre 1998 y 2004 y “Emily in Paris”. El más notorio es que tienen el mismo creador, Darren Star, quien dijo en una entrevista que para esta nueva serie se había inspirado en el viaje que él mismo hizo mochileando Europa, con apenas 19 años. El segundo punto de contacto es Patricia Field, la vestuarista de la ficción que protagonizó Sarah Jessica Parker.
Y con el nombre de Field viene otra coincidencia: en la historia de Emily la moda es un elemento muy importante, al igual que en la de Carrie Bradshaw. Una transcurre en una ciudad fashionista y cosmopolita como Nueva York; la otra en la capital de la alta costura, París. Los últimos capítulos, de hecho, tienen como trasfondo la famosa Semana de la Moda de esa ciudad, lo que dará a la protagonista la oportunidad de codearse con diseñadores inalcanzables, empresarios ricos y todo tipo de lujos, como relojes y perfumes caros.
La propia Emily ya marca tendencia, pues después del boom de la serie, la funda de su celular -que simula la carcasa de una cámara analógica vintage- se agotó en todas las tiendas virtuales del mundo.
Pero bueno, ¿quién puede quejarse de la frivolidad? “Sex & the City” lo era: era una hermosa frivolidad. Pero los tiempos también cambian: si en esta serie el trabajo soñado de Carrie Bradshaw era contar su vida a través de una columna semanal, ahora -que las revistas parecen papeles jurásicos- el equivalente de éxito es ser influencer en Instagram. Esto Emily lo logrará con una inverosímil facilidad.
Para preparar el rol, Collins pensó que Emily era “una fan de ‘Sex & the City’”. Según dijo en una entrevista con E!, al pensar en la historia de fondo, la imaginó como “una chica que había crecido viendo esa ficción y que se inspiraba mucho en Carrie Bradshaw”.
Pero aunque pasen los años, notaremos también retrocesos, porque si el Me Too y el Ni Una Menos han servido para empoderar a las mujeres del mundo, esta serie malinterpreta el contexto y cae en una corrección política paradójica.
Carrie era una mujer que hablaba sin tabúes de sexo y experimentaba sin culpa; Emily, en cambio, está siempre a un paso de escandalizarse por las malas palabras, la obscenidad y las diferentes formas de ejercer la sexualidad. Confunde empoderamiento con pacatería y por momentos se muestra llena de prejuicios.
Darren Star supo unir dos universos muy astutamente, y darle al mismo tiempo condimentos que permitieran pasar las barreras del tiempo y las distintas generaciones.
De hecho, los fanáticos de “Sex & the City” recordarán que los últimos capítulos de la serie (temporada 6, emitida en 2004) contaban el viaje de Carrie a la “ciudad del amor”. París es el puente que unió una de las series más famosas de los 90′ con este capricho instagrameable. Al igual que la otra, ya nos imaginamos que acaba de inaugurarse una marca, que tendrá varias temporadas y hasta quizás alguna película.
Un homenaje ¿fallido?
Un punto discutido de la serie fue el abordaje que hace del choque cultural entre Emily y los franceses. Una verdadera paradoja, si se piensa que lo que movió a Star fue el gran amor que siente por esa ciudad: “Emily”, tal cual reveló, tiene una fonética similar a “Amélie”, la recordada mesera del Café de Los Dos Molinos. Todo un homenaje.
Pero pese a todo el derroche de cultura y sofisticación, que incluye hasta un paseo por un “château” productor de champaña, la serie aborda a los personajes de una forma simplista y hasta peligrosa.
Muchos espectadores se sintieron insultados, de hecho, y medios de ese país llegaron hasta repudiar la ficción: “La serie podría haber sido genial de no haber sido por la caricatura de los franceses -escribieron en AlloCiné-. (...) son descriptos como arrogantes, sucios, vagos, desagradables, amargados... pero afortunadamente esta joven americana llega para explicarnos cómo funciona la vida”. “Es simplemente deplorable, me pregunto por qué actores franceses aceptaron participar en la serie”, sentenciaron.