“[…] todos estamos aquí con la sangre requemada y si hallamos algún gusto en observar las maravillas de este mundo viejo, todo divertimiento es aparente y superficial […] Vida de ociosos poco importa que se pierda”. Carta de Javier Allende (S.J.) a D. Ignacio Godoy. 1786
He elegido esta cita, tomada de una de las cartas de los jesuitas expulsos, porque sintetiza admirablemente toda la melancolía y la desesperanza que es tono dominante en este conjunto de cartas. Y precisamente la carta ha sido definida como “conversación entre ausentes” y también como la “negación de la usencia” y la voluntad de persistir. Por eso aparece como el instrumento más adecuado para configurar precisamente ese sentimiento de dolorosa inercia que sucede a la expulsión de los jesuitas.
Ahora bien ¿por qué ocuparnos de esta cartas? Dentro de la literatura cuyana correspondiente al período hispánico, una de las pocas manifestaciones escriturarias conservadas son estas cartas. Sin bien el epistolar es un género “fronterizo” en lo que a “literariedad” se refiere, me parece oportuno ocuparnos de ellas, como palpitantes testimonios de vida.
Antes de internarnos su contenido, conviene recordar que en 1767 el rey de España destierra de América a más de 5.000 jesuitas por una Pragmática Sanción dada a conocer el 2 de abril, “para el estrañamiento de estos Reynos á los Regulares de la Compañía, ocupacion de sus Temporalidades y prohibición de su restablecimiento en tiempo alguno, con las demás precauciones que expresa”. La prohibición de Carlos III incluía tanto el territorio americano como los reinos de España, Sicilia, Filipinas y todo lo que se hallare bajo la potestad del monarca español, quien movido por “justas, graves y urgentísimas causas” (que empero nunca se explicitan en el documento) y “con el ánimo á proveer á la pública tranquilidad, seguridad, bien y ventajas” de sus “amados súbditos”, dispone la eliminación de lo que fue en su tiempo la más grande empresa de organización de los indígenas americanos en verdaderos “estados dentro del estado” que parecían poner en acto los ideales utópicos.
Indudablemente hubo razones de diversa índole, tanto ideológicas –el pensamiento de la época, influido por filósofos como Voltaire-, como políticas y económicas; entre estas, la apropiación de los ingentes bienes de la Compañía en el Nuevo Mundo ;además, quizás no sea errado suponer que los jesuitas expulsos fueron, tal vez, los más eficaces colaboradores en la búsqueda de una conciencia nacional americana (por lo menos dos: el mendocino Juan José Godoy y el peruano Viscardo fueron partidarios activos de la independencia); y su expulsión, una de las causas que precipitó el hecho histórico de la emancipación , junto con una serie de consecuencias que afectaron la totalidad de la vida americana.
Un aspecto digno de destacar es la repercusión que estas medidas tuvieron en la población: la consternación de los vecinos se trasluce en escenas de llanto, que acompañaban la salida de los religiosos de las diversas ciudades. Pero de nada valieron las súplicas, lágrimas, ayunos y procesiones y toda clase de penitencias: la expulsión se concretó. Comenzó así un largo período de extrañamiento, en el que el único contacto con los seres queridos lejanos fueron las cartas.
El más fecundo venero para la escritura epistolar es un doloroso sentimiento de separación. No es de extrañar, entonces que las cartas de los jesuitas denominados “expulsos” constituyan un corpus relativamente abundante, (dentro de los documentos de los siglos coloniales cercanos a lo literario) puesto a nuestra disposición, en este caso, por Juan Draghi Lucero a partir de textos facilitados por Monseñor José Aníbal Verdaguer, Obispo de Mendoza. Al oficiar de editor, Draghi ordena, anota y colabora a la “legibilidad” de esos documentos, completando en la medida de lo posible los datos biográficos del autor y del destinatario e inscribiendo las misivas en su contexto de producción. Se trata de documentos cuyos originales se encuentran en el Archivo Eclesiástico de esta Ciudad”, dirigidas en su gran mayoría a don Ignacio Godoy por diversos corresponsales y desde diversos puntos de Europa. Constituyen así una fuente muy valiosa para conocer aspectos de la vida cotidiana de Mendoza en los años finales de la Colonia.
Quizás pueda resultar aventurado componer un retrato de cada uno de los emisores a partir del escasísimo material epistolar conservado y de la aún menor cantidad de datos biográficos de que disponemos acera de la mayoría de ellos. Sin embargo, es innegable que la serie de cartas debidas a cada uno, leída en su conjunto nos permite establecer algunos perfiles diferentes: Juan José Godoy, el revolucionario y aventurero, Tadeo Godoy, el administrador y distribuidor de los recursos económicos; Miguel Allende, el anciano higienista... A la vez, la lectura permite advertir la constitución de una tópica común que deriva de la misma situación de extrañamiento.
En las cartas se utilizan determinadas funciones del lenguaje: informativa, apelativa, expresiva. Estas de los expulsos hay, básicamente tres: una, noticiera, las otras, apelativa y expresiva. En relación con la primera, encontramos noticias que se refiere en primer lugar a la propia persona, su salud, necesidades y estado de ánimo, con lo que se asocia con la función expresiva, la confesión de un yo que, a la distancia añora lo pasado y descree del porvenir. Luego, hay referencias al resto de los jesuitas expulsos; finalmente, se apuntan referencias (aunque muy escasas) al contexto histórico tanto en lo civil como en lo eclesiástico.
La función apelativa se relaciona con lo que será el gran tópico de estas cartas: las penurias económicas por las que atravesaban los exiliados. Luego, en cierto modo relacionado con el anterior, aparece el tópico de la Memoria y el olvido, función expresiva de un yo que se construye en la ausencia de la patria.
En el caso de las epístolas estudiadas, es evidente que predominan las que tratan de obtener una respuesta por parte del interlocutor, sea ésta el simple consuelo epistolar, sea el socorro pecuniario del que estaban tan necesitados los expulsos. Además, la exposición de datos se circunscribe al marco del suceso personal; no hay mayores referencias al contexto (se incluyen solo “cuando queda lugar en la hoja”), y mucho menos, descripciones geográficas. Europa, para estos jesuitas expulsos, no es sino un territorio “otro” al que se vieron destinados, pero del que nunca se apropiaron.