“Me enamoré de un animé, porque no me animé”. Es un chiste que hizo un amigo al enterarse de qué iría esta nota; pero no tanto.
La frase es el remate reflexivo, y con humor, que le surgió a este hombre cuando escuchó la historia real que los noticieros del mundo presentaron en noviembre de 2018: el japonés Akihiko Kondo se casó ese año en Tokyo, con un holograma.
Fue una boda formal y con 40 invitados, muchos con parejas similares. La novia de Akihiko es una cantante de realidad virtual que se llama Hatsune Miku.
Como no podía asistir a su propia boda, Hatsune tomó la forma de una muñeca de peluche que Akihiko escoltó al altar y se sentó a su lado durante toda la noche. Muchos de sus amigos también tenían en la silla de al lado a una muñeca compañera para celebrar el acontecimiento.
Kondo vive con su esposa holograma que lo despierta cada mañana cuando se va a su trabajo como consejero en una escuela. Pero también toma otras formas: para acompañarlo en la cama se vuelve de peluche. “Lo bueno de los personajes virtuales es que ni mueren, ni envejecen”, alega Akihiko para explicar por qué “ama” a Hatsune. Ella jamás va abandonarlo, a fallarle, o aburrirlo con sus arrugas y sus citas del pasado.
La historia real de Kondo que podría ser trama de novela
El tema se vuelve asunto a considerar, más allá de la noticia loca que no es inusual en Japón, cuando leemos la extraordinaria novela que publicó Kazuo Ishiguro en marzo de este año.
“Klara y el sol” (Anagrama) no solo es la primera novela que Ishiguro presenta luego de recibir su premio Nobel en 2017 sino un alegato implacable: Klara no es Hatsune, pero casi.
En esta historia, narrada por ella, Klara es un robot, una Amiga Artificial que se especializa en cuidar niños. Y, mientras espera en el escaparate a que alguien la compre, disfruta de la luz del sol que le permite recargar sus baterías y observa a los humanos que van y vienen por la vereda.
“Klara, la protagonista de esta historia, tiene una sensibilidad especial, una preocupación filosófica en un cuerpo de máquina”. Klara se vuelve testigo y reflexión sobre múltiples situaciones que mira desde atrás del vidrio y que no son otra cosa que las conductas, los gestos, las reacciones de los humanos. Klara observa y aprende.
“-Siempre hacen lo mismo. Jugar con tus sentimientos (...). Tienen que aprender que nosotros también tenemos sentimientos. -Y, tras un silencio-: ¿Se cree que me gusta estar lejos de ella, un puto día tras otro? (...). A veces debe estar bien no tener sentimientos. Te envidio”. Esto escucha Klara que le dice la madre que la compró, mientras viaja en un auto hacia una travesía. Esto escribió Katsuo.
Cuando Ishiguro presentó esta novela, explicó en una conferencia de prensa: “Mi interés real radicaba en los seres humanos: mirar a los seres humanos a través de los ojos de esta máquina... Lo que me interesa es la falta de perspectiva de las personas”, dijo el japonés nacido en Nagasaki -ciudad icónica de la violenta historia de este mundo, si las hay- que está radicado en Inglaterra desde los ’60.
Y completó que si bien este libro podría considerarse ciencia ficción, en verdad “vino de las historias georgianas, en particular historias para niños pequeños. Klara es una criatura que está en el centro de esta historia infantil. Puede ser como un oso de peluche”.
Un peluche, como Hatsune, la esposa “real” de Akihiko Kondo. Vuelve el chiste del amigo a volverse síntesis de las problemáticas que atraviesan al ser contemporáneo en estos mundos híper tecnologizados. Es que al fin de cuentas el problema parece ser el amor, el afecto, el encuentro humano, el vacío íntimo, la imposible elusión de la muerte.
Todos estos asuntos navegan en la trama de “Klara y el sol” con la esgrima narrativa sorprendente de este maestro de la “subversión discreta” que es Ishiguro. Todos estos mismos temas laten en la fría noticia de la boda de Kondo, en su sonrisa en apariencia alegre pero que aturde de soledad y miedo.
La mirada cinematográfica como espejo de lo real
No solo el gran Ishiguro se sintió impelido a escribir sobre esto de máquinas y humanos en relación. O, mejor, de carencias y terrores ocultos. También en el cine otro artista inmenso, Werner Herzog, vio en Japón el germen de lo que esboza la noticia de Kondo.
En verdad más que germen, realidad que crece y se agiganta.
En su última película, “Family Romance LLC” (2019), Herzog patea el tablero de la realización cinematográfica con una impronta tan fuerte de realismo en su ficción que adquiere el tono de un documental.
El cineasta persigue la pregunta: ¿qué es realidad y qué ficción?, para plantear toda la narración de su film; un eterno cuestionamiento que las teorías cinematográficas han buscado responder de distintos modos.
Y en “Family Romance LLC” Herzog logra darle un nuevo estímulo al interrogante a partir de toda la hechura de su película.
La trama es una cruza muy osada de ficción y realidad. Una empresa japonesa que alquila afectos, y que existe en Tokyo, es la base del guión también escrito por Herzog.
Los actores reales que trabajan en esa empresa, y su director, se ponen en la piel de los artistas que encarnarán las historias de ficción que inventó el realizador; pero que podrían haber pasado por el fichero de pedidos del negocio.
Una nena que se reencuentra con su padre, al que perdió cuando era bebé, sin saber que es un hombre contratado por su madre para fingir ese rol; una mujer que desea experimentar la felicidad de ganar la lotería y, mes a mes, recibe de sorpresa a un hombre que viene a darle el anuncio -ella misma paga por el servicio, a condición de que todo suceda de improviso-. Otras historias más se cruzan por esta pantalla con un magnetismo que asombra.
La gran película de Herzog, como la formidable novela de Ishiguro -y también la noticia bizarra de Kondo-, son ensayos reales y ficticios, inquietantes y movilizadores.
Nos invitan a pensar sobre estos tiempos de soledad, narcisismo, incomunicación, angustia, artificios tecnológicos y consumo. Nos instan a revolver en lo que nos queda de humanidad para encontrar allí la única forma de completud posible. “Me enamoré de un animé, porque no me animé”, diría el amigo.