Lidiar con “The Murricane” es para valientes. O talentosos, según la perspectiva que adoptemos. Bill Murray es uno de esos actores que solamente necesitan hacer la misma mueca cual bartiano “Yo no fui” para ganarse la ovación del público. Todo un mérito a los 70 años, tal como demostró en “On the Rocks” (2020), donde volvió a estar bajo las directrices de Sofia Coppola. Pero detrás de la risa, también hay una fuerte personalidad, capaz de arruinar la amistad creativa que marcó el rumbo de la comedia en el cine.
La ruptura de Murray y Harold Ramis, imprescindible director, guionista y actor, estalló durante la producción de “El día de la marmota” (Groundhog Day, 1993), una de las comedias más alabadas e influyentes. Tanto protagonista como director, más que quedar atrapados en el loop insoportable de ese pueblito optimista, terminaron en un ciclo de tensiones personales. Apenas la muerte, aunque recién 20 años después, pudo salvar el vínculo. ¿Los motivos? Nada que no se haya visto antes: lucha de egos, temperamentos opuestos, quién le debe más a quién…
Este par de compinches se conocían desde la década de 70 por National Lampoon. Pero la primera unión artística quedó sellada en “Meatballs” (1979), dirigida por Ivan Reitman, otra figura clave en la carrera de estos próceres de la comedia. Una seguidilla de tres excelentes comedias, “Los locos del golf” (Caddyshack, 1980), “El pelotón chiflado” (Stripes, 1981) y “National Lampoon’s Vacation” (1983), marcó la previa para el hitazo “Los cazafantasmas” (Ghostbusters, 1984), que consagró a Murray como estrella y le otorgó mayor visibilidad a Ramis.
En el plano personal, además, Ramis se había convertido en papá. Sin muchas vueltas, le pidió a Murray que fuera el padrino de su hija Violet, algo que el actor no dudó en aceptar. La relación iba perfecta para ambos artistas, incluso a la hora de sortear el fracaso de la olvidable secuela de “Los cazafantasmas” de 1989, realizada más por condescendencia que deseo. Pero todo lo que sube...
Algunos dicen que la cosa venía caldeada desde que Ramis contactó a otras estrellas antes que a Murray para el protagónico de “El día de la marmota”. Tom Hanks fue uno de los primeros en ser convocados, pero rechazó la oferta porque sentía que darle su toque redentor a otro personaje sería descortés para el público. Mientras que Michael Keaton se negó: dijo que el periodista malhumorado era un rol muy típico para él, aunque en realidad nunca entendió de qué iba el guion.
Finalmente, Murray aceptó la propuesta, dándole el toque huraño y, a la vez, enternecedor que necesitaba la película. Rápido de reflejos, el actor se involucró dando sugerencias en los libretos firmados por su amigo Ramis y el ignoto Danny Rubin. Mientras el protagonista quería más predominancia del mambo filosófico, Ramis se inclinaba por más risas para contentar a Columbia Pictures y sus expectativas de mercado. Como congeniar era imposible, Ramis le encargó a Rubin que trabajara junto a Murray en algunas reescrituras. La histeria del asunto era tan exagerada que si Ramis llamaba a Rubin para verificar el progreso, Murray le pedía a su nuevo compañero que le dijera que no estaba allí presente.
“Eran como dos hermanos que no se llevaban bien. Y estaban bastante separados sobre el tema de la película: Bill quería que fuera más filosófico, y Harold seguía recordándole que era una comedia”, reveló Rubin en una entrevista con Variety.
Durante el rodaje, la escasa (nula) paciencia de Murray fue puesta a prueba varias veces. El frío extremo en Woodstock, Illinois (-7°C), una mordida de marmota y la improvisación que acostumbraba el actor poco alentaban a la convivencia pacífica. Además, su estado de ánimo era complejo: Murray justo estaba divorciándose de su pareja y mamá de dos de sus hijos, Margaret Kelly.
Al ser estrenada, “El día de la marmota” fue adorada por todo el mundo y trascendió bastante más de lo que su director y protagonista imaginaron. Murray supo apreciarla con cariño mucho tiempo después, seguramente al darse cuenta de que un sector del público empezaba a interesarse por otra faceta suya, no tan ligada a la comedia física. De todos modos, la revelación no era suficiente para arreglar la relación entre Murray y Ramis: habían dejado de hablarse.
Según los reportes de la época, a Murray le había molestado el papel que tuvo el director y guionista en la reputación de su personalidad. Lo mismo que ciertas afirmaciones de la crítica acerca de que su mejor trabajo solo había sido posible bajo la guía de Ramis. Así que el Bob Harris desinspirado de “Perdidos en Tokio” (Lost in Translation, 2003) era más una catarsis de su intérprete que otra cosa.
Como si fuera algo propio del humor de Murray, recién la muerte de Ramis permitió hacer las paces. La salud del director de “Analízame” (Analyze This, 1999) se había deteriorado desde 2010 tras desarrollar una vasculitis, que lo dejó postrado en una silla de ruedas y alejado del cine.
En 2014, días antes del fallecimiento, el actor se presentó en la casa de Ramis, aunque con custodia policial. El director prácticamente había perdido la capacidad de hablar en ese momento, por lo que fue Murray quien lideró la reconciliación: una caja de donas. Atrás quedaron los berrinches del set de “El día de la marmota”.
En la entrega de los premios Óscar de 2014, Murray rindió tributo a su colega a la altura. Al dar la lista de nominados, el actor sumó el nombre de Harold Ramis, uno de los grandes hacedores ignorados por décadas por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Sin dudas, un acto de justicia entre tanto panfleto y moralina.
Mientras tanto, a “The Murricane” dejó de desvelarlo su fama de complicado: “Solo obtuve esa reputación de personas con las que no me gustaba trabajar, o personas que no sabían cómo trabajar o qué es el trabajo. Jim (Jarmusch), Wes (Anderson) y Sofia (Coppola) saben lo que es trabajar y entienden cómo se supone que debes tratar a la gente”.