El centenario de Vitillo Ábalos: el último caballero del folclore

El último de los Hermanos Ábalos falleció en 2019, pero hoy es un día especial porque hubiera cumplido un siglo de vida. Retazos de una biografía plena, consagrada a la música y a la tradición.

Vitillo Ábalos, una figura imprescindible de la cultura argentina. Foto: Eduardo Fisicaro.
Vitillo Ábalos, una figura imprescindible de la cultura argentina. Foto: Eduardo Fisicaro.

Hoy es un día que a muchos les hubiera gustado ver: Vitillo Ábalos, quien cumplía estoicamente años desde 1922, hubiera llegado a la cumbre de la longevidad, su centenario.

Pero no pudo ser: el gran folclorista falleció el 19 de octubre de 2019, a causa de una neumonía y después de afrontar una dura operación de cadera. Ese día se fue, como muchos periodistas apuntaron certeramente, el último caballero del folclore.

Víctor Manuel, o “Vitillo”, era el último sobreviviente de los Hermanos Ábalos: Machingo, Adolfo, Roberto y Machaco. Una verdadera leyenda viva, que había aprendido los secretos de la música criolla nada menos que de la voz de Andrés Chazarreta, considerado el Patriarca del Folclore Argentino. Y ellos también podrían tener calificativos parecidos: aunque ellos ya no gozan de la popularidad atronadora que tuvieron en los ‘50, ni se reediten sus discos, su herencia en el folclore es incuestionable.

“Nuestras danzas” Vol. 1 y Vol. 2, de 1952, son hoy álbumes emblemáticos. En su momento, fueron los caballos de Troya que ayudaron a difundir la música santiagueña en Buenos Aires, y el folclore argentino en el mundo. Lo atestiguan algunas canciones que hoy son clásicos como la “Chacarera del rancho”, “Nostalgias santiagueñas”, “Agitando pañuelos” y “Carnavalito quebradeño”. El piano, la guitarra, el bombo y el zapateo configuraron el sonido característico del grupo.

Fueron seis décadas ininterrumpidas de recitales y peñas: desde 1937 y hasta 1997, cuando se retiraron. A esos años, hay que sumarle los que siguieron hasta 2019, puesto que Vitillo se mantuvo activo casi hasta el final. Desde 1998 presidió El patio de Vitillo Ábalos, un espectáculo con el que recorrió todo el país, abrazándose con las nuevas generaciones.

Pero también fueron años de protagonizar entrevistas, homenajes, documentales, y de ser el invitado ilustre de infinidad de peñas. Por ejemplo, es recordado cuando el bombisto subió al escenario del Festival de Cosquín en 2011 como invitado de Raly Barrionuevo, otro santiagueño. Fueron momentos muy emotivos porque, a la gratitud del Raly, se sumaron los recuerdos del lúcido Vitillo, quien debutó en el mismo lugar con sus hermanos en 1966 (solo cinco años después de la inauguración del festival).

El leño que no se apaga

En 97 años, Vitillo Ábalos juntó memorias como para escribir varios libros. Pero en lugar de eso, se animó a plasmarlos en “Ábalos, cinco hermanos, una historia, diez canciones”, estrenado en 2013 por Canal Encuentro y disponible en Cine.ar Play. Se trata de una serie de 10 microdocumentales, ideado y producido junto a sus sobrinos-nietos Juan Gigena Ábalos, Josefina Zavalía Ábalos, junto al director Pablo Noé.

Cuando sus hermanos fallecieron, él siguió manteniendo la llama, al punto de que en 2018, poco antes de su partida, aseguraba que seguía “haciendo planes para seguir difundiendo el arte popular argentino y poner leños para que no se apague nunca ese fogón”.

Ya podríamos imaginar su sonrisa si hubiera conocido la noticia que se difundió en los últimos días: que el Consejo Federal de Educación estableció que será obligatoria la enseñanza de folclore en los niveles Inicial y Primario. Una batalla ganada para quien aseguró alguna vez que “no se puede amar lo que no se conoce”.

El que borró los límites

Pero quizás el punto más curioso de su trayectoria es haber podido conectar los sonidos de nuestra tierra con los más ajenos a ella: el último caso fue en 2016, cuando participó de la canción “Canto eterno” junto a Attaque 77, en su disco “Triángulo de Fuerza Volumen 1″.

Antes, llegó a participar de un videoclip junto a Roger Waters, cantó frente a dos papas, llegó a viajar a Japón y participar allí de un programa televisivo junto al pianista clásico Arthur Rubinstein y Los Beatles (era el año del furor: 1966). En la Gran Manzana, en 1951, coincidió en una gira del grupo con Louis Armstrong en algún café suburbano, y zapó con su bombo junto a la célebre trompeta del jazz.

Lo contaba así: “A dos cuadras del hotel había un barcito. Tomábamos café con leche con tostadas. Había un piano vertical y Machaco se puso a tocar. Yo lo acompañaba con mi bombito. En otra mesa había tres muchachos de raza negra y uno saca una trompeta y empieza a tocar a su manera. Era Louis Armstrong. Lástima que no había celulares para sacarnos una foto”.

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