Justamente reconocido como poeta, Alfredo R. Bufano (1895 - 1950) consolida en la década del 20 una producción narrativa interesante y mucho menos tenida en cuenta por la crítica posterior, pero que contribuyó a cimentar su prestigio en la época: un libro de prosa poética, Aconcagua (1926), que relata sus andanzas por la cordillera mendocina; una colección de cuentos, Open Door (1930), en los que predomina el efecto de “horror” al uso de la época, y una serie de colaboraciones en las publicaciones periódicas de mayor tirada por entonces: La Novela Semanal; La Novela Nacional o La Novela del Día, destinadas -precisamente- a entretener al “gran público” con esas narraciones que -aunque conocidas como “novelas”- oscilan entre la nouvelle y el cuento largo.
Este género de relatos ha sido estudiado por Beatriz Sarlo (1985) en El imperio de los sentimientos; estudio que pone de relieve tanto la temática predominante -el amor- como la finalidad implícita -educativa, moral- que prevalece en este tipo de publicaciones, así como los procedimientos, rutinarios, de que se valen los autores en la construcción del relato (situaciones altamente tipificadas, sentimientos y experiencias comunes y el recurso a una causalidad casi “mágica” en la resolución de los conflictos). Estas publicaciones semanales tuvieron su apogeo, gracias a una serie de factores entre 1917 y 1925, cuando circularon en varios cientos de miles de ejemplares y “a su manera, respondieron a la necesidad de un público al que por otra parte, contribuyeron a formar” (Sarlo: 20).
Este marco de referencia nos permite analizar las colaboraciones de Bufano, principalmente en La Novela del Día, publicación de orientación católica, en orden a destacar, por un lado, la sumisión a las pautas del género, pero, por otro, los rasgos de originalidad del escritor “culto” que supera estereotipos y enriquece una modalidad literaria popular con calidades estéticas similares a las de su obra poética.
La muestra relevada abarca un conjunto de novelas aparecidas entre 1918 y 1922. El poeta se sitúa así en un campo cultural en proceso de expansión y asume, aunque esporádicamente, esa vía de publicación como seguro medio de vida para un escritor cada vez más pretendidamente profesional. Es muy posible que el nombre y el prestigio que supo forjarse el mendocino en los medios porteños se debiera por igual a su poesía “alta” y a su prosa “plebeya”, tipo de escritura no desdeñado por otros reconocidos escritores de la época que también registran participaciones en las publicaciones semanales, como Horacio Quiroga.
Las novelas “sentimentales” de la década del 20 y del 30, al decir de Sarlo, no combinan la peripecia sentimental con otras peripecias, ni tratan otros temas que compitan con el amor; no así Bufano, quien en varios de los textos estudiados subordina el tratamiento del amor al de otros valores como el de la amistad y hasta el “homenaje literario”, en relación con ciertos aspectos de la vida literaria de la época, lo que enriquece y torna más interesante aún su literatura “semanal”.
Ciertamente, dentro de un género tan estructurado y estereotipado no es dable esperar grandes rasgos de originalidad que –por otra parte- hubieran impedido el esperado placer de lo consabido que su lectura proponía. Sin embargo, ya sea por contraposición, ya por acumulación o acentuación del procedimiento común, del tópico o clisé, hay ciertas notas que singularizan este conjunto de obritas de Bufano y que lo hacen, si no memorable, al menos digno.
Es cierto que en ninguno de sus relatos falta la intriga sentimental, aunque mediatizada varias veces, como pasión motora de la trama, como se dijo, pero en ocasiones el centro de gravedad del relato se ubica totalmente en otro lado. En este sentido, quizás la colaboración más interesante del conjunto es la que apareció en Tribuna Libre con el título de “Una odisea de Evaristo Carriego”, que fue republicada años después como “Una extraña aventura”, sin ninguna variante textual, en La Novela del Día (Buenos Aires, 4 de noviembre de 1921).
En cuanto a las peripecias narradas, no son tanto las convenciones o trabas sociales las que dificultan el triunfo del amor, ya que en muchos de estos relatos puede verse una gran amplitud de criterio respecto de la movilidad social, una mirada más comprensiva de las diferencias, sino algo más oscuro y complejo, una suerte de fatalismo que aparece reiteradamente mencionado.
En cuanto a las protagonistas femeninas, las descripciones responden no sólo a modelos literarios sino que también permiten realizar algunas de esas “trasposiciones de arte” caras al modernismo, procedimiento que resulta en cierto modo original frente a la retórica impuesta en las novelas semanales. Los narradores semanales no cultivan esta relación interdiscursiva, “limitándose a confesar que se sienten impotentes para transmitir lo que una mirada, a su vez, les transmite” (Sarlo: 189-90). Nuestro autor, por su parte, acumula en estos relatos una serie de tópicos: la idealización de la mujer, el tópico de la muerte embellecida con cierto aire de necrofilia en algunos relatos, y la ya aludida descripción por modelos pictóricos Sarlo, acerca de lo que llama “los escenarios del amor” en la novela sentimental, declara: “no sólo las familias irregulares, también el espacio rural y el de los bajos fondos son escenarios peligrosos. Como estas narraciones son casi por completo ajenas a cualquier utopía rural, el campo es generalmente donde se despiertan o inducen pasiones brutales, mezcladas muchas veces con la violencia” (142).
Al respecto, y en relación con la narrativa de Bufano, podemos mencionar la adecuadísima asociación espacio / personaje: la naturaleza -ya sea en su versión “amplia”: bosque; o “reducida”: jardín- se condice también con estados de ánimos positivos o al menos de resignada mansedumbre. En sólo uno de los casos (“Un romance en Misiones”. La Novela del Día. Buenos Aires, 11 de agosto de 1922), podemos encontrar la reiteración de un motivo literario largamente difundido desde la Edad Media en diversos géneros literarios: el peligro de que las mujeres anden o queden solas en el campo. Otro tópico literario espacial es el denominado “menosprecio de Corte y alabanza de aldea”; así, en la narrativa de Bufano, la relativa hostilidad del ambiente ciudadano contrastará con la bucólica paz de los ambientes alejados de lo urbano.
En relación con el espacio, otro de los rasgos singularizadores del estilo de Bufano respecto de las narraciones semanales, congruente con su talento de poeta culto, es el gran despliegue de sensaciones en la descripción de los ambientes, en particular los campestres. Igualmente, el diálogo que estas narrativas semanales de Bufano entablan con el mundo literario del Buenos Aires de la década del ’20, se advierte en la recreación de un ambiente que contribuye a cimentar un mérito más perdurable que el de la intriga sentimental.
Constituyen estos textos de Bufano, si bien no alcanzan el relieve de su producción poética, un aporte interesante al desarrollo de la prosa de ficción, en una modalidad fuertemente marcada por el gusto de la época y por lo tanto, de efímero interés, si no es por su valor como testimonio de una época.