En el ranking de las películas más celebradas de Woody Allen suele quedar relegada su obra más honesta. Debido a la época de su estreno, muchos espectadores la adoptaron como una reacción del cineasta frente a los escándalos familiares que abastecieron a la prensa y a los (auto) proclamados paladines de la moral. Sin embargo, el director y guionista nunca ha trazado sus obras en clave autobiográfica. Sí, por supuesto, tanto neurosis como experiencias suyas abundan en sus múltiples personajes, ya sea en aquellos de propia carne como ajena. Pero Allen, en realidad, ha desarmado su persona en fílmico, revelando su identidad a partir del proceso del artista.
La comedia negra que lo demuestra es “Deconstructing Harry” (1997), también distribuida por estas latitudes como “Los secretos de Harry” o “Desmontando a Harry”. Su protagonista es Harry Block (Allen), un afamado escritor al que le cuesta manejar las relaciones humanas. Mediante sus novelas, el personaje ha logrado exorcizar a sus amores y a sus fracasos, aunque ganándose el odio de sus parejas, familiares y amigos ante semejante exposición. Solo y poco respetado, Harry rebota en la búsqueda de alguien que lo acompañe a un acto en su honor, realizado por la universidad que años atrás había decidido expulsarlo.
Tal como acostumbró por décadas, Allen rinde otra vez tributo a sus ídolos. La referencia más obvia es el bloqueo creativo y la ensoñación del director que interpreta Marcello Mastroianni en “8½” (1963) de Federico Fellini. Pero es del sueco Ingmar Bergman, amo y señor de los tormentos, de donde el estadounidense toma la inspiración para su reflejo fílmico.
El neurótico y depresivo Harry Block comparte apellido con el caballero de Max von Sydow en “El séptimo sello” (Det sjunde inseglet o The Seventh Seal, 1957), mientras que su viaje de redención a la universidad -ese que dispara la reconfiguración de su vida- es similar al del profesor de Victor Sjöström en “Cuando huye el día” (Smultronstället o Wild Strawberries, 1957). De esta última, además, Allen calca el rol de La Muerte, quien llama a la puerta de una versión “deseable” del protagonista, un tal Harvey Stern en la piel de un joven -e ignoto por entonces- Tobey Maguire.
Pero la intertextualidad, la reciprocidad entre obras que provoca que cada uno reaccione a otra precedente porque absorbe y transforma, también explora la propia filmografía de Allen. El protagonista visita a su hermana como en “Stardust Memories” (1980), mantiene un vínculo especial con una prostituta como en “Poderosa afrodita” (Mighty Aphrodite, 1995) y hasta recicla bastante del inicio y final del camino del escritor que Allen encaró en “Manhattan” (1979).
Del filme antes mencionado, Mariel Hemingway repite actuación en “Deconstructing Harry”, aunque en un papel secundario. Ella es una de las tantas estrellas reconocibles: asoman Richard Benjamin, Billy Cristal, Elisabeth Shue, Julia Louis-Dreyfus, Judy Davis, Stanley Tucci, Jennifer Garner, Paul Giamatti… La mayoría cruza entre lo real y lo inventado por Block en sus escritos. En el caso de Billy Cristal, por ejemplo, en doble rol de amigo y Diablo bizarrísimo.
Por su parte, Robin Williams, quien condensa la tribulación que padecía el director, hace de un actor ficticio que está fuera de foco literalmente. Nadie entiende qué le ocurre porque está completamente sano, así que la receta es que la familia use lentes para verlo bien. La misma afección tiene más tarde el propio Block, desbordado por la serie de eventos desafortunados antes de su tan ansiada condecoración (“¡Me van a honrar y soy una mancha!”).
Esta confusión está absorbida por el montaje, a cargo de la socia insigne de Allen, Susan E. Morse. Hay tomas repetitivas, cortes desprolijos, fallos en la continuidad y hasta superposición de planos, además de flashbacks y secuencias oníricas que van cobrando sentido una vez que Allen reconstruye, finalmente, a su yo creador en la historia.
Haciendo a un lado las frases para enmarcar (“Deconstructing Harry” es, sin dudas, uno de los guiones más hilarantes de Allen), es maravilloso hoy revisitar el descenso al infierno del alter ego del director, en una evidente sátira de la “Divina comedia” de Dante Alighieri. Block se topa con distintos sitios que reúnen rateros, asesinos en serie o la Liga Nacional de Armas, pero también críticos literarios, abogados que salen en la televisión y periodistas (“Lo siento, este piso está lleno”).
¿Quién es, entonces, Block/Allen? Pues, como él termina admitiendo, un tipo que no puede funcionar bien en la vida, pero sí en el plano del arte, de la literatura, de la creación de universos. Que da gusto a otros con su obra y que, al vencer sus demonios, moldea mundos y criaturas capaces de darle garantías a su vida en más de una ocasión.
Basta de excusarse en autobiografías. El mismo director se encarga de dejarlo claro en la película: toda la gente conoce la misma verdad, pero cada uno elige cómo distorsionarla.
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