Este año iba a ser memorable en el Teatro del Bicentenario de San Juan. El 19 de julio iba actuar Martha Argerich en su gran escenario, acompañada por la Youth Orchestra of Bahía, de Brasil, bajo la dirección musical de Ricardo Castro.
Iba a ser el esperado regreso de la gran pianista argentina, de 79 años, una de las mayores virtuosas del mundo. Y también hubiera sido su reencuentro con su público cuyano, una región en la que no ha actuado muchas veces. En los últimos años, tocó en Córdoba y Tucumán, sin ir más lejos. Pero a Mendoza la visitó muy pocas veces: ese 12 de septiembre del 2003 marcó de hecho su regreso después de 33 años.
El desaparecido Teatro Gran Rex la esperó colmado, no sabiendo mucho los entretelones de esa fugaz visita: los esfuerzos de la Orquesta Sinfónica de la UNCuyo por traerla después de tanto tiempo, un repertorio que cambió en el lapso de una semana (por uno mucho más desafiante para los músicos) y hasta valijas perdidas en el avión.
La periodista Silvia Lauriente escribió la crónica del ensayo con la orquesta, dirigida por Ligia Amadio. El siguiente texto salió publicado el día después del concierto, 13 de septiembre, y relata detalladamente cómo fue el paso de la genial artista por la sala:
"El remise frenó justo en la puerta del Gran Rex. Dentro del teatro, los músicos probaban sus instrumentos hacía media hora. Y en las butacas el público no
disimulaba las ganas de conocer a “la pianista del siglo XX”. Afuera, la pasajera del auto alquilado seguía revolviendo su cartera para pagarle al chofer. Nadahacía suponer que ella era Martha Argerich. Menos todavía cuando bajó con una manzana verde en la mano. Como ya es costumbre en “la dama esquiva”, pasó burlando la ansiedad de quienes la esperaban.
Sin preludios subió al escenario e hizo galopar sus dedos desde las teclas agudas hasta las graves, para comprobar que el piano de cola sonara bien. Al instrumento, un Steinway & Sons, lo habían revisado minuciosamente sus acompañantes, los integrantes de la Sinfónica de la UNCuyo. Con ellos intercambió las primeras palabras en un cuchicheo cordial. Anticipándose al espectáculo nocturno, las cuerdas arrancaron los primeros acordes del ensayo.
Recién hace una semana que la pianista decidió cambiar el Concierto Nº 1 de Beethoven por el Nº3 de Serguei Prokófiev. La intempestiva modificacióndel programa les demandó a los músicos otro tipo de exigencias. Requiere de castañuelas, pandereta y un tambor militar. “Este repertorio está cargado de dificultades técnicas para todos los instrumentos. De cualquier manera es un orgullo que nos haya valorado como una orquesta muy buena, mejor preparadaque otras”, dijo en tono de confesión Ligia Amagio, la directora del grupo.
Atenta a los gestos de la estrella invitada, y a los pocos minutos de comenzar el ensayo, la batuta de la mujer cortó el aire. “Esta luz no es buena, que la cambien”, ordenó Amadio. Inmediatamente uno de los encargados cruzó el escenario para reemplazar el tacho. El foco encandilaba demasiado, calentando el sector del piano.
Pero la gentil diligencia casi termina en “blooper” porque la parrilla de luces se descolgó hasta tocar con un reflector la punta del arpa. Los pocos segundosque duró el incidente se mezclaron entre las risas, los gritos de susto, y la mirada atónita de Argerich que impasible se quedó paralizada en la banqueta.
En escena la intérprete daba la sensación de estar abstraída entre las notas musicales. En el hotel no exigió las excentricidades que piden otros artistasde su talla. Los pedidos fueron simples: gaseosa, agua mineral, soda, y algunos atados de cigarrillos para aplacar tensiones. Sin embargo, estos no le fueron suficientes cuando al bajar del avión se enteró que su equipaje había seguido rumbo a Resistencia.
Despreocupada por el vestuario dejó todo en manos de la empresa para cumplir con el espectáculo pautado. Aunque no es precisamente la fidelidad a sus pactos lo que más se destaca en ella. “En Europa es conocida por su fama de suspender conciertos. Ya los afiches anuncian debajo de su nombre el del posible sustituto”, comentó uno de sus allegados.
Después del intervalo, el pianista Eduardo Hubert ensayó “Noche en los Jardines de España”, del español Manuel de Falla. Y el otro solista, el brasileñoAlexandre Dossin probó las composiciones de Robert Schumann.
“La energía musical que transmite Argerich es maravillosa. Es un placer tocar para para ella, sobretodo porque ensayamos sin tensiones”, elogiabala chelista Graciela Prado.
La comunicación entre directora y concertista era constante. De refilón sobre el hombro izquierdo Amagio espiaba los asentimientos que daba consu rostro Argerich. Apenas terminó su parte y sin aceptar adulaciones confirmó ser “la dama esquiva”, escapando por el foyer hasta que llegara la función dela noche".
Al día siguiente, Fabián Galdi firmaba una cobertura en la que calificó a ese conciertos como “la noche del año” y a Martha Argerich como un “ciclón” que devoró todo a su paso.
“¿Qué resaltamos, a esta altura? ¿La impulsividad que contagió a la orquesta en una retroalimentación impactante? ¿La pasión que desbordó los preconceptos que imponen el mandato de que la tradición clásica es inamovible? ¿Las miradas cómplices en plena actuación con la no menos brillante Ligia Amadio, con quien se potenció en un cóctel explosivo de expresividad? ¿Los imperdibles cruces de mano sobre el teclado? ¿O la combinación de tantos factores que desembocaron en un Gran Rex de pie, lleno, provocando que la concertista saliera ocho veces al escenario para agradecer las ovaciones?”, escribió.
Inevitablemente, esa media hora de concierto dejó “sabor a poco” -como remarcó- en un público que la había esperado largos años. Aun así, fueron suficientes para que quedara en nuestra historia musical.
Al Concierto para piano y orquesta N°3 de Prokófiev, Argerich lo sigue interpretando aun hoy, 17 años después, con todas sus facultades inalteradas por el tiempo. Pero a falta de registros de esa noche, bien podemos escuchar la siguiente grabación, que data exactamente del mismo año.