Clásicos de clásicos: Graciela Armendáriz canta “La Traviata” en el Teatro Independencia

La pandemia silenció los teatros pero no el recuerdo, por eso en esta nueva sección vamos a ir en busca de esos momentos inolvidables de la música clásica local. Hoy viajamos al gran regreso de la ópera a la provincia, en 2017, con cuatro videos imperdibles.

Clásicos de clásicos: Graciela Armendáriz canta “La Traviata” en el Teatro Independencia
“La Traviata”: el jueves 15 de junio de 2017, después de cinco años sin eventos de este tipo, volvió la ópera escenificada a Mendoza

Quizás éste, y no otro, sea el momento ideal para mirar el retrovisor y emocionarse con esos momentos de la música clásica que quedaron pegados en la retina de los mendocinos en los últimos años.

Puede que sean muchos, pues en nuestra provincia hay varias orquestas, innumerables ensambles y solistas talentosísimos. Hoy, todos ellos confinados en sus casas y sin la posibilidad de tocar en vivo.

Aunque no siempre quedó un registro audiovisual de esos momentos, la idea es evocarlos también con fotos, fragmentos de videos y crónicas periodísticas.

Por eso inauguramos este espacio con una producción que, afortunadamente, tuvo fragmentos filmados.

Quizás los lectores se acuerden: el jueves 15 de junio de 2017, después de cinco años sin eventos de este tipo, volvió la ópera escenificada a Mendoza. La obra elegida por la entonces Secretaría de Cultura fue “La Traviata”, una de las piezas favoritas del público, que ciertamente se mostró entusiasmado agotando las cuatro funciones que se dieron.

Graciela Armendáriz durante los ensayos previos al estreno.
Graciela Armendáriz durante los ensayos previos al estreno.

Vaya un aplauso a todo el elenco: la soprano mendocina Graciela Armendáriz en el rol de Violetta Valéry, cortesana parisiense; Ricardo Mirabelli, tenor mendocino, como Alfredo Germont; el barítono Pablo Rossi Rodino como Giorgio Germont, padre de Alfredo y, como comprimarios Mariana Rodríguez Rial (Flora Bervoix), Jimena Semiz (Annina), Mariano Leotta (Gastone), Rubén Caparotta (Barón Douphol), Ignacio Ojeda (Marqués d’Obigny), Marcelo Hernández (sirviente) y Rodrigo Olmedo (Giuseppe).

Los acompañó el Coro de la Ciudad de Mendoza, dirigido por Ricardo Portillo, el Ballet de la Municipalidad de la Ciudad de Mendoza, dirigido por Franco Agüero y la Orquesta Filarmónica de Mendoza, dirigida por el entonces titular Gustavo Fontana.

La primera perla de la noche fueron los bellísimos decorados diseñados por Willy Landin para el Teatro Argentino de La Plata. Landin también estuvo en la provincia a cargo de la régie del espectáculo (es decir, la dirección de escena). Un diseño basado en estructuras móviles que simulaban ser objetos “de cortesana” en gran escala llamaron mucho la atención del público por su originalidad e inteligente uso. Y tan grande era todo que, dicen, hubo dificultad de hacerlas entrar en las tablas del Independencia.

La escenografía de Landin tal como se vio en el Teatro del Bicentenario (San Juan).
La escenografía de Landin tal como se vio en el Teatro del Bicentenario (San Juan).

Y la segunda perla fue el regreso de Graciela Armendáriz a Mendoza. Radicada en Madrid, por estos días pasa el distanciamiento dando clases de canto (el cierre de teatros es casi total en el mundo). Pero ese año volvió, para asumir un papel que ya había cantado en nuestra provincia en 2004, en el Teatro Mendoza. Por entonces tenía una voz límpida y fácil para los sobreagudos: este periodista recuerda que, al final del primer acto, lanzó un Mi bemol sobreagudo que partió el teatro.

Trece años después, su voz había madurado y, aunque no hubo notas estratosféricas, había ganado volumen, expresividad en el resto de su voz y, lo que no es poco, mucho oficio teatral, pues se mostró como una gran actriz, algo que no siempre pasa en la ópera, que es “teatro in musica”. Como demuestran los siguientes videos, fueron noches de alta calidad artística y sobre todo de mucho entusiasmo entre los mendocinos, a quienes fascinó ese colosal show, que une todas las complejidades de las distintas artes.

La crónica completa de esa noche publicada por Los Andes puede leerse aquí.

Pero “La Traviata” es mucho más que el archifamoso brindis del primer acto. En la siguiente aria, Violetta reflexiona sobre los sentimientos que le ha inspirado Alfredo, un joven que asistió esa noche a una fiesta que dio en su casa y le manifestó su amor. Aunque en un primer momento parece cautivada por la posibilidad de volver a enamorarse, en seguida descarta el sentimentalismo y se propone ser “Sempre libera” (“siempre libre”).

La ópera que cambió todo

“La Traviata” (“La perdida” o “La descarriada”) fue estrenada en 1853 en el teatro La Fenice de Venecia y es uno de esos casos en los que se podría marcar “un antes y un después”.

Lo que más sorprendió al público fue el argumento, que tuvo un libreto de Francesco Maria Piave, adaptado a su vez de “La dama de las camelias”, de Alejandro Dumas hijo: Violetta Valéry, una cortesana francesa enferma de tuberculosis, conoce poco antes de morir al amor que la redimirá, Alfredo Germont. Sin embargo, en su breve período de felicidad, aparece el padre de él, Giorgio Germont, a pedirle que haga el “sacrificio” de alejarse de él, pues su presencia está haciendo tambalear la boda de su otra hija, cuyo prometido no puede soportar semejante inmoralidad en la aristocrática familia.

Aquí Giorgio Germont, un Pablo Rossi Rodino lleno de autoridad y musicalidad, le pide a Violetta que abandone a Alfredo. Ella acepta y le pide que le haga saber a su otra hija de su sacrificio.

Ella acepta su destino en soledad, pero cuando Alfredo se entera de todo lo sucedido y el señor Germont se arrepiente, ya es demasiado tarde.

El hecho de que la acción se situara alrededor de 1840 escandalizó al público, que la primera función abucheó con odio a los cantantes y al compositor. Algo que se entiende, pues nunca antes se había compuesto una ópera tan cercana en el tiempo y a la vez crítica con su propia audiencia, porque en definitiva dejaba como culpables del deterioro físico y emocional de la protagonista no solo a su enfermedad, sino también a la “sociedad de bien” que la enjuició, la dejó sola y sin ningún consuelo.

Muchos creen que esta historia sensibilizó tanto a Verdi porque él encontró en ella ecos de su propia vida personal. En Busseto, de cuyo centro vivía a pocos kilómetros, lo criticaban por vivir en concubinato con Giuseppina Strepponi, una soprano que había tenido fama de no llevar precisamente una vida acorde a las costumbres morales de la época. ¿"La Traviata" podría haber servido para alertar al público del sufrimiento que podía causar el chisme y la discriminación? La mayoría de los biógrafos de Verdi apuntan que sí.

De hecho, a partir de “La Traviata” Verdi se preocuparía cada vez más en escribir dramas más humanos, alejándose de su primer tendencia a escribir óperas con fuertes connotaciones patrióticas (“Nabucco”, “I Lombardi”, “La Battaglia di Legnano”, etcétera). Ese interés lo llevaría a salir definitivamente del “Bel Canto”, un estilo caracterizado por la belleza de la música y el virtuosismo, e inaugurar la gran ópera romántica italiana.

El final

Pocos minutos antes de que Alfredo y su padre vuelvan a París para pedirle perdón, Violetta, ya visiblemente deteriorada por su enfermedad, vuelve a leer la carta que anuncia la llegada de ambos. Después de recitar cada línea grita: “¡Es tarde!”. “Espero, espero, pero no llegan más... Ah, cómo he cambiado. El doctor dice que tenga esperanzas, pero con esta enfermedad cualquier esperanza está muerta”. Después canta su famosísima aria “Addio del passato”, en la que habla de olvidar los bellos recuerdos de su vida y le pide a Dios que se compadezca de ella, reconociéndose como una “traviata”.

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